lunes, 28 de diciembre de 2020

Tengo un amigo...

A Rubén le gustan los perros
Tiene un setter de pelo claro
Le gusta  ponerse el tabardo
y pasearle  por el parque urbano.

Antes fumaba, aprovechando el paseo
Su médico le apartó del humo
Ahora  solo exhala  vaho del invierno
y el setter lo observa, a su lado.

Ni cuando llueve deja ese hábito
y mira un velo blanco al trasluz
El resplandor colorea el resto
y moldea un halo de luz y vapor.

El setter husmea el suelo, agitado
Rubén sonríe y le acaricia despacio
y se lleva al bolsillo la mano 
No hay galletas, tampoco tabaco.

Hace frío y está oscuro
No juegan los niños en el parque
Solo, junto a la luz de la farola
Silba Rubén y el perro mueve el rabo.

Concierto del Boss en la tele
Guitarras, bourbon y  canas
Western Stars, en el viejo granero
Rubén, feliz, acaricia a su perro.

Bruce desliza sus dedos
También, lenta y rota su voz 
Oscura y triste su mirada
Luces sin brillo en el escenario.

La triste amargura de Rubén,
la caricia al setter endulza;
las heridas de su corazón,
la canción de Bruce le oculta.


Rubén es un nombre ficticio. En realidad se llama José, Jaime, Enrique, Íñigo, Rafa, Alfredo, Basilio, Pedro, Joaquín, Ángel, Rafa, Miguel, Juanjo, Juan, Luis, Francisco, Iñaki, Fernando, Manuel, Javier, Antonio, Salvador.... Pero es un buen amigo, mi amigo. Él no lo sabe, pero lo tengo entre mis favoritos, aunque no siempre nos veamos, aunque no siempre hablemos, aunque fume, o si no fuma, aunque no tenga un setter, o porque lo tiene, aunque no le guste Bruce Springsteen. 

Este ha sido un año muy extraño para todos. Algunos lo han pasado realmente mal. El virus nos ha hurtado mucho de ese tiempo que necesitamos para compartirlo con nuestros amigos, para tomarnos un café, unas cañas, unas tapas, un tiempo de conversación, un viaje...


Es justo que, al menos, de esta manera, pueda demostrarte que sigo considerándote mi amigo.


Rubén es solo es mi amigo. Eres tú, es él, sois todos. Es solo mi amigo.


lunes, 21 de diciembre de 2020

El cesto de la ropa sucia

Se nos está acabando este 2020 tan extraño y echando la vista atrás solo soy capaz de ver un siniestro rastro de prendas tiradas por el suelo y al fondo, entre brumas y vapores malolientes, un gran cesto de ropa sucia desbordado por todos sus costados. Es la imagen de la desolación, del caos y del desorden. Es la sensación de una permanente huida hacia adelante dejando atrás, abandonadas, las ropas de un viaje a ninguna parte que está durando demasiado tiempo.

No parece que tengamos por delante un camino claro ni una ruta cierta. La Navidad nos ha pillado todavía con el paso cambiado y, por supuesto, con mascarilla. Pasarán las fiestas y el bichito seguirá habitando entre nosotros y posiblemente más virulento, si cabe.

La ropa sucia no es la propia. Es también la de todos los vecinos descuidados, ciudadanos irresponsables que lo fían todo a una vacuna que, a estas alturas, aún está pendiente de que verifique su eficacia. Son también los gayumbos de personajes nefastos que, como no teníamos suficiente sufrimiento con la epidemia por sí misma, han hecho lo imposible por enfrentarnos y distinguirnos entre fachas y rojos, blancos y negros, flacos y gordos, rubios y morenos, ellos y ellas, homos y heteros, culés y merengones, y así, un sinfín de cualidades (buenas o malas) que distinguen a los seres humanos. Por sus hechos les conoceréis, decía la Biblia. Por sus odios los reconoceremos, digo yo.

Si el afán por dividir se hubiera aplicado a la hora de imponer un liderazgo y encontrar -consensuadamente- medidas adecuadas para el tratamiento y gestión de la pandemia, tal vez otro gallo nos hubiera cantado y si, en el peor de los casos, todavía no la hubiéramos encontrado, por lo menos no nos encontraríamos tan divididos ni señalados recíprocamente. 

Me temo que, por desgracia, empezaremos el nuevo año y nadie se hará cargo del cesto de la ropa sucia que seguirá al fondo del siniestro pasillo, acumulando prendas sucias y malolientes.

Y así cuesta mucho quitarse la mascarilla para sonreír y desearnos unas felices fiestas.

A pesar de ello, te deseo una feliz Navidad y un nuevo año que nos permita vestir nuestras mejores prendas, limpias y planchadas.


lunes, 14 de diciembre de 2020

Adviento

Tercer domingo de adviento, tercera vela. Vivo muy confortablemente en una comunidad cristiana. Ojo: sin ataduras ni cilicios. Cada cual profesa su fe como mejor le conviene. No hay exigencias y nadie pasa factura. Lo dice Padre Toni con el tino que le caracteriza. Gracias.


Nos sale del horno un domingo tremendamente soleado. El gato y yo nos desperezamos al unísono en el balcón de casa con un panorama tremendamente sugerente. Como si no hubiera un mañana él extrae las cuchillas de sus garras en una impúdica exhibición de su capacidad de  fuego. Luego ronronea y restriega su lomo en mis pantalones. Yo extiendo mis brazos. Ni una ligera brisa. Rondaremos los quince grados y los rayos del sol llegan a cegar la vista. Al fondo, Palma. Una ciudad confinada a tiempo parcial. La inconsciencia de los tontos nos lleva a un encierro  entre las diez de la noche y las seis de la madrugada. Algo que no altera mi vida en lo más mínimo. Luego, lo que cada cual considere más oportuno le exigirá ser o no más riguroso. Debo pertenecer yo a una secta extremista: pues si no hay que salir, no se sale y punto. La fiesta, mejor en casa. Así, el fin de semana se convierte en un festival gastronómico premiado en el limitado círculo familiar. Qué rico, papá o buenísimo, amor, cariño, cosso (o lo que sea).

No hay cine - como si no existieran las salas de proyección- ni teatros, ni óperas. No hay conferencias ni salas de exposición. No hay ya ni bares ni terrazas. Por no haber no ha habido ni tenis en las dos últimas semanas porque se nos instaló un negro nubarrón que no dejó de descargar sus lluvias cada día de esas dos semanas. Las pistas anegadas y una punzada en mis lumbares. La inactividad pasa factura y no son años.

La playa llama y atendemos con sumo agrado. Echarse al mar un 13 de diciembre es algo más que un reto. Es apetecible. Cada vez, es cierto, hay menos visitantes pero no estamos solos. En el agua, sí. Sólo unos pocos. Algunos con traje, otros con camiseta térmica. Yo, a pelo. Un par de chapuzones, es cierto. Lo justo para evitar que la temperatura del agua llegue a entumecer los brazos. Cuesta hasta nadar pero cuando se alcanza la orilla tras una breve secuencia de brazadas el tono físico se recupera y desaparece la lumbalgia y los peores presagios. 

A sabiendas de que el placer gastronómico nos espera en casa, retornar a la paz interior al tibio sol de diciembre resulta placentero y terapéutico. Cuesta levantarse de la silla plegable. Algas, salitre y brisa marinera nos han pagado el importe de este domingo que recorta sus horas de sol a un ritmo desquiciante.

Ya en casa, un domingo por la tarde sin perezas ni asperezas. Paz social y el netflix en el salón. 

Ya mañana nos volveremos a enfrentar con el cesto de la ropa sucia de una actualidad tan densa como el poso de algas que okupa la orilla. Qué hartura!

lunes, 7 de diciembre de 2020

La cuchara de mayor

Asumo el riesgo de quedar viejuno -me importa un bledo- y de traer a la punta de la lengua silenciosa de algún lector de este blog cualquier epíteto adecuado a mi cotidiana rememoración de las batallitas del abuelo pero es que cada día que pasa me pesa un poquito más la fugacidad de la vida.

Casé tarde - con cuarenta años cumplidos y como muchas veces digo, no sé si me precipité- pero enseguida nos propusimos tratar de traer al mundo nuevos seres con los que repoblar nuestro viejo planeta y contribuir, en la medida de nuestras modestas posibilidades, al equilibrio demográfico de una sociedad retratada en franca retirada respecto de la natalidad.  

Primero una niña (hasta el momento de bajar al paritorio, el bebé que llevaba en su barriguita la madre gestante se llamaba Luis) y al cabo de un tiempo, otra niña (también, esta vez sí, llamada Luis hasta poco después de asomar su pequeña cabecita).

María y Ana eran muy pequeñitas y por exigencias del guion (la dedicación profesional de su madre) fueron muchas las tardes y las noches enchufados a biberones, pañales, cambiadores y toallitas. Tareas que hice de mil amores y que repetiría sin titubeos si, echando para atrás la película, tuviera que volver a revivirla. Asistir a las primeras expresiones de sorpresa y alegría, de los enojos también, a los primeros pasitos y, sobre todo, a las primeras muestras de estar en posesión de un criterio propio, constituye un verdadero regalo que ningún padre y ninguna madre debería perderse por nada en el mundo.

Lo que indudablemente marca un hito irreversible es el primer día en que  comparten mesa y mantel y se sientan, con cojines extra tal vez, en una silla normal y, a pesar de que la barbilla queda todavía por debajo del servicio, toman su cuchara y  comen por sí mismas con los cubiertos de mayor. Ese día, en el fondo del subconsciente de los padres, queda grabado para siempre. 

Un largo recorrido en permanente revisión -todo un tratado de usos sociales- sobre cómo se sienta uno en la mesa, cómo se toma la servilleta, cómo se usan los cubiertos, cómo se sirve y cómo se llevan los alimentos a la boca, cómo se trata a un invitado, cómo se levanta uno de la mesa, pidiendo siempre permiso al mayor de los comensales...(todo muy cursi y muy demodé, pensarán algunos) 

Como les dije a mis hijas una de las primeras veces en las que comíamos todos en la misma mesa: es improbable que lleguen a heredar coches de lujo, ni yates, ni segundas residencias, ni rolex: lo único que puedo ofrecerles en herencia es un poco de educación, llave absolutamente subestimada hoy en día con la que, a pesar de todo, se abren muchas puertas.

- Casi todo eso lo he entendido, papá, pero ¿qué es un rolex? preguntó Ana con los ojos bien abiertos, un enorme cucharón en su mano derecha y su barbilla que apenas rozaba el mantel de la mesa.

El viernes 4 de diciembre Ana cumplió dieciséis años. 

Felicidades Ana y recuerda siempre el primer día que te empeñaste en usar una cuchara de mayor.

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lunes, 30 de noviembre de 2020

Indignación y desamparo

Hasta hace muy poquito unos ponían las bombas y el plomo en la nuca (o aplaudían y festejaban ambas cosas) y nosotros poníamos los muertos. Ahora destierran el castellano en las escuelas y  trapichean y firman nuestros presupuestos. Nosotros ponemos los niños (los hijos son nuestros) y otros les inyectan su ideología. Y hay más, un agravio continuado. ¿Cabe mayor humillación?

Llevamos meses traspasando líneas rojas. Al principio eran muy finas, apenas empezaba a vislumbrarse el constante derrape en cada curva y solo unos cuantos -pesimistas y apocalípticos nos llamaban- veíamos en aquellos abrazos y congas envueltas en humo azul un incierto futuro y una inmensa inquietud. Aquel futuro es hoy, ya ha llegado y lo estamos padeciendo, es un presente continuo que ni da tregua ni  transmite una pizca de serenidad, porque parecen empeñarse en hacernos vivir en una angustia permanente que nos haga estar convencidos de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Cada día, un pasito, una dolorosa vuelta de rosca. Todo proyectado para aniquilar todos aquellos valores con los que crecimos y nos hicimos hombres (y mujeres, claro). Aquellas virtudes que nos inculcaron nuestros padres y que, gracias a Dios, hemos logrado transmitir, algunos, a nuestros hijos. En su patrimonio moral habitan pero otra cosa es que, en su momento, antes de llegar a ser unos replicantes, sean capaces de legar a nuestros nietos, cuando sean ellos quienes residan en la jungla en que se está convirtiendo nuestra sociedad.

El esfuerzo titánico que pongamos en ello lo barrerá de un plumazo el denso aire que  ya respiramos (atmósfera Blade Runner). Los cobardes criminales se liberaron de sus capuchas y bajan de los montes que los resguardaban de la Ley y del Orden y han bajado a las praderas para educarnos en la democracia. Manda cojones. Y en los nuevos valores; los suyos claro está, los "vale todo", los "lo quiero, lo tengo", los "no piensas como yo, eres un fascista".

Proyectados por sí mismos para una legislatura permanente, si llegara el momento de rectificar todas las tropelías y sus devastadores consecuencias, nadie sabrá muy bien por donde empezar.


Y así hasta mañana, cuando traspasemos una nueva línea roja.


Previsible final

Como me pasara con Cruyff una década antes, el primer partido del Pelusa en el Nou Camp me pilló en la grada. Había mucha expectación, a pesar de su juventud y de que por entonces, sin tanto vídeo y sin redes sociales, era un sonoro rumor lo que avalaba su fichaje por el Barça. En su primer año acreditó el estratosférico precio que costó su contratación. Le cosieron a patadas, le reventaron el tobillo, le atropelló una hepatitis y comenzó un tormentoso flirteo con la autodestrucción. Ha resultado víctima mortal de sí mismo para convertirse en un icono popular por motivos y razones que van mucho más allá de su excelencia futbolística. Cuando en su segunda temporada jugaba en Barcelona, merecía la pena llegar al campo con antelación suficiente para deleitarse con su calentamiento (aunque El mundo deportivo diga que no, yo sí lo hacía). En su virtuoso toque de balón, con las botas desatadas y poniendo el balón en el pie de un compañero a más de cincuenta metros de distancia, te devolvía el importe de la entrada. Luego, ya en el partido, parecía desvanecerse su rendimiento. Se lo llevó el Nápoles poco tiempo antes de acabar en un calabozo de la Vía Layetana. Me consta y hasta ahí puedo escribir. Fueron muchas noches coincidiendo en la misma sala del Up&Down. 

En la memoria colectiva deja un poso de tristeza después de habernos hecho sentir hacia él una mezcla de desprecio y de lástima. 


lunes, 23 de noviembre de 2020

Zalacain

Corrían los felices ochenta y, al menos en mi memoria, Madrid, siempre Madrid, era  eje y foco de la vida nocturna, la de los bares de copas (de Sabina) y la de los niños bien de Serrano; camiseta de Amarras y náuticos Pielsa en los pies. Contrariando a la canción, por entonces casi todas aquellas niñas todavía querían ser princesas y los jóvenes, yo lo era, aún no perseguíamos el mar en un vaso de ginebra. No al menos en aquel barrio madrileño de Salamanca aunque sí, seguramente,  en otros. (¿Malasaña, Pedro GS?).Yo llegaba a Madrid con suficiente mar en mi equipamiento de serie como para buscar otras cosas en el fondo de los vasos y de los botellines. Éramos jóvenes atribulados entre la necesidad de aprobar una oposición y la devoción de pasárnoslo bien y nos gustaba trastear por el bulevar de Juan Bravo, entre El Callejón y el Keeper (María C), pero no pretendíamos romper un molde de estilo que con tanto esfuerzo habían fabricado nuestros padres y que a punto estaba de empezar a dar sus resultados. No salíamos a desfasarnos, ni entonces se compartía el botellón. Soñábamos despiertos, a un cielo abierto sin estrellas en Madrid, con aprobar esa oposición y luego, tal vez en la siguiente meta de futuro, compartir, por ejemplo, un despacho en el Windsor (que luego se quemó ardiendo con él tantos de nuestros sueños). No queríamos, eso es cierto, vivir al límite y en la noche madrileña -solo una a la semana- la del viernes o la del sábado, entrábamos y salíamos de aquellos locales de la movida pija madrileña. Barras atendidas por chicas guapas con una bonita sonrisa en sus labios y una botella de bacardí siempre en la mano. (barras de bar, vertederos de amor, cantaba Manolo García en un opuesto barrio mediterráneo y barcelonés)

Para comer o cenar éramos más bien modestos (o no tanto) y nos dejábamos un puñado de duros en ricas tapas y raciones en bares y tabernas (Charlot, Peláez, Jurucha, O Caldiño...) y, si la ocasión lo merecía, comíamos o cenábamos en el Tatagglia, L'Entrecotte, El Espejo, el Qüenco y un largo etc... También había ocasiones en que merced al horario del trasnoche, cuando la madrugada madrileña nos empujaba al Joy Eslava o nos pillaba regresando de Oh Madrid, resumíamos la manutención en un desayuno-comida-cena en el Vips de Serrano (su arroz a la cubana y los escalopines a la pimienta verde, acompañados por una heineken bien fría  eran excelentes recuperadores tónicos).

Ya por entonces me gustaba la cocina y había caído en mis manos algún ejemplar del Sobremesa (revista a la que estaba suscrito mi padre). Especializada en alta gastronomía y en crítica adecuada se refería a laureados restaurantes y, entre otros, había leído algún artículo sobre Zalacaín. Su excelencia gastronómica debió servir para cerrar suculentos negocios, fusiones bancarias y apaños políticos, familiares y amorosos de alto standing y de lo más variado. Estaba, por su carta de precios, muy alejado de nuestras aspiraciones y simplemente su nombre substanciaba los mismos sueños en los que se retenían nuestras remotas posibilidades de ocupar, algún día, un despacho en el Windsor.

Con los pies en la tierra, ni entonces ni últimamente he ansiado jugar con las migas de pan sobre alguno de sus manteles pero un fugaz paseo por su página web (todavía disponible) y un poquito de imaginación le da cuerpo a la memoria de nuestra tan denostada ahora Transición. Mucho debieron aportar esos manteles madrileños a una historia que se nos está esfumando poquito a poco. Que algunos celebren el cierre les hace pasar directamente a la nómina de personajes indeseables y prescindibles de nuestra nefasta actualidad política ¿no les importa ni siquiera los puestos de trabajo que se pierden? Villanos que luego pretenderán lavar su caquita pidiendo perdón.


Nosotros, en cualquier caso, inalcanzable Zalacaín, éramos más de compartir la mesa corrida de Malacatín y tratar de acabar su cocido madrileño. Pero eso es otra historia....

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lunes, 16 de noviembre de 2020

Generación Llopart

A las jóvenes generaciones les va a parecer que España nació con un oro debajo del brazo, en lo que a deporte internacional se refiere. Pues no.

De la España del NO-DO y del pan con chocolate para merendar me quedo, entre otras cosas, con aquellas tardes de verano, sentado frente al telefunken (en blanco y negro) viendo las retransmisiones en directo de las eliminatorias de Copa Davis entre España y E.E.U.U, desde el RCT Barcelona y con la voz de fondo del gran locutor especialista de aquello,  Juan José Castillo (entró, entró, la bola entró). El recorrido de Santana primero, y de Gimeno después, empezó a abrir una brecha exitosa en el tenis, para que surgieran más tarde otros jugadores que también lograron títulos internacionales: Orantes, Gisbert, Higueras, etc...

En el despertar de nuestro orgullo patrio en el ámbito deportivo, tuvo mucha más relevancia el éxito individual que el de equipo. A los que nos mordíamos las uñas en cada bolea de Orantes o en cada curva de la Derby de Ángel Nieto, nos llegaba la recompensa patriótica cuando, al final, veíamos ondear la bandera española en lo más alto al tiempo que sonaba nuestro himno nacional. O era allí o lo era en los desfiles militares y, en cualquier caso, en ambos escenarios sentía yo un pellizco de orgullo y  satisfacción.

En el gran escenario de los Juegos Olímpicos de Barcelona llegó a consagrarse el excelente momento del deporte en España y para llegar hasta ahí, el camino fue casi exclusivamente jalonado por el esfuerzo y sacrificio de muchos deportistas y atletas en disciplinas individuales que se batieron el cobre contra viento y marea y cuyos nombres, apagados los focos que iluminaron sus entorchados, perecieron en el más ignominioso de los olvidos difuminándose su nombre y su gesta, para nuestra vergüenza y sonrojo.


Uno de ellos fue Jordi Llopart y en una disciplina por la cual -según él mismo denunciaba- recibía, en sus maratonianas jornadas de entrenamiento desde El Prat hasta el Maresme, todo tipo de insultos y vejaciones: la marcha. Hasta que de manera sorprendente ganó la primera medalla olímpica del atletismo español en unos Juegos Olímpicos (Moscú 1980). Solo a partir de ese momento le fue reconocida su meritoria dedicación de currante del asfalto. Vendrían luego otros éxitos pero cometió el error fatal de dedicar a España su medalla de oro en un campeonato de Europa. Eso, según donde uno haya nacido, puede resultar letal. En su caso lo fue y nunca más volvió a ser profeta en su tierra y acabó condenado al olvido de las instituciones y gobernantes de su Cataluña natal. Una mísera pensión y la indigencia marcaron sus últimos años de vida. Descanse en paz.

A los chiquitos del colacao, criados en el confort del albornoz, la calefacción y las zapatillas de alto rendimiento y que se han acostumbrado a ver como otros deportistas individuales (Nadal, máximo exponente) y casi todas nuestras selecciones en la mayoría de las disciplinas (fútbol, baloncesto, balonmano, hockey, waterpolo, etc,.) se subían a lo más alto del pódium mientras sonaba nuestro himno, les diría que no, que España no nació con el oro debajo del brazo. 

En el esfuerzo, en el sacrificio y en las horas de dedicación de muchos deportistas de la generación de Llopart y solo una vez cumplidas las obligaciones laborales o de formación, brilló el deporte individual español entre la dificultad y la necesidad. Tal vez por eso fueron tan fuertes. 

Y eso no solo en el deporte. Antes sufríamos mejor.

lunes, 9 de noviembre de 2020

No me importa...aún así soy feliz.

En lo que sigue de telón de fondo el bichito....

...no me importa que mi viejo Megane esté a punto de cumplir los diecisiete años: todavía me lleva y total, para tener que rodar por Palma a menos de 30 km/h, bien me alcanza. 

No me importa que en mi cotidiana indumentaria, alterne apenas dos o tres pantalones, dos pares de zapatos y tres o cuatro camisas y dos americanas: creo que visto con dignidad y voy cómodo y aseado.

No me importa no tener una sauna ni un jacuzzi en mi cuarto de baño: puedo ducharme todos los días con agua caliente y gel.

No me importa pasar mis vacaciones y tiempo libre de fin de semana -si el clima lo permite- sentado en una sencilla silla frente a una mar que me abraza con gentileza, un buen libro y un poco de música: eso me relaja y respiro al aire libre.

No me importa comer productos sencillos (a ser posible, de proximidad) y asequibles y me vengo arriba cuando saco mi tabla y cuchillos de corte y me entrego con pasión a laminar muy fina la cebolla y cocinar unas carrilleras de ternera al vino tinto como si fuera un gran chef: comemos caliente y normalmente sabe rico el resultado.

No me importa si este año próximo, como el que  que está acabando, no puedo programar el revitalizante y emocionante viaje a la nieve: otro año será.

No me importa comprar mi ropa de tenis en  decathlon y que las zapatillas no sean el último modelo de nike: todavía disfruto deslizándolas sobre la tierra batida hasta llegar a esa bola endiablada que me tira mi Pepe de Sineu.

No me importa que mi móvil tenga ya casi tres años y que requiera de un par de cargas diarias y esté saturado por cientos de aplicaciones inútiles cuyas actualizaciones colapsan su memoria interna: estoy localizable y puedo intercambiar llamadas y guasaps con mis contactos.

No me importa no poder salir los fines de semana de cañas y vinos o de restaurantes de postín: mi casa y una par de botellines, con un poco de imaginación, son suficientemente satisfactorios.

No me importa no poder coger un vuelo a cualquier punto de Francia -por ejemplo- y hacer una ruta gastronómica y cultural: Las Recetas de Julie (La2) me hacen pasar un buen rato y lo disfruto a mi manera.

No me importa (esto ya un poco, sí) no poder sentarme sin prisas en Casa Simón (Cangas do Morrazo) y degustar una buena cazuela de pescado y marisco del día y unas raciones de percebes zamburiñas a la plancha con mi Jaime B, el hombre que soñaba con ellas,: intento cocinarlo yo en casa y disfrutar todo ello con un albariño fresquito.

No me importa todo esto si al fin y al cabo puedo levantarme todos los días y al poner los pies en el suelo y comenzar a caminar reconozco en cada paso que doy y en cada objeto que poseo que la vida puede ser maravillosa si sabes ser feliz con lo que tienes y no sentirte un desgraciado con lo que deseas y no puedes alcanzar.


Al fin y al cabo la mochila todavía pesa y el camino -ojalá por mucho tiempo- es muy largo. Y a pesar de todo, soy así muy feliz.

Cómo no voy a serlo si disfruto de un fin de semana tras otro....





Y para acabar de venirme arriba pincho aquí y bailo.

lunes, 2 de noviembre de 2020

La muerte sigue igual

La Vida sigue igual, cantaba Julio Iglesias, allá por los sesenta, con aquella voz queda y un incipiente tonillo que fue progresando hasta su famoso ueaaa! que más que cantado parecía maullado (y como desde hace unos meses uno de mis inquilinos a pensión completa es un gato, puedo aseverarlo). 


Pues bien, ahora lo que sigue igual es la muerte. Nada hemos aprendido, probablemente porque nada nos supieron enseñar. Ha faltado honestidad, información rigurosa sobre la gravedad de la situación, preocupación real, intensidad en la búsqueda de soluciones, transparencia y LI-DE-RAZ-GO. Y ha sobrado frivolidad, arrogancia, prepotencia y, sobre todo, el libre albedrío al que nos ha conducido a los ciudadanos la nefasta gestión del virus y sus circunstancias. Y como somos indisciplinados por naturaleza, dame caos que ya yo.....Vaya diferencia con los alemanes, vaya diferencia con la Merkel (el mal es el mismo, pero la forma de dirigirse a sus ciudadanos ....qué envidia)


Creíamos -nos hicieron creer- al finalizar la situación de confinamiento en el mes de mayo que el virus ya no era una amenaza tan letal (aunque todavía mataba), que habíamos doblegado las curvas de contagio y que salíamos más fuertes. A partir de aquel momento teníamos que empezar a vivir una nueva normalidad; salir, pasarlo bien, disfrutar, reponernos de los duros meses de papel higiénico, netflix, pizzas, bizcochos y aplausos solidarios,  abandonar los balcones y empezar a llenar bares, hoteles, restaurantes y discotecas....


No, esto no es una segunda ola, ni me lo parece: tiene pinta de ser la misma. Cualquiera que se siente sobre la orilla del mar, en apenas un par de minutos se convierte en experto en oleaje. La ola pandémica sigue avanzado implacable. No ha retrocedido y además la supina estulticia del ser humano ha ido ahuecando la orilla para facilitar su avance con sus aglomeraciones masivas, fiestuquis (qué horterada de neopalabro), botellonas, malos hábitos y falta de una dirección adecuada y hemos logrado que avance el virus y vuelva a amenazar con colapsar las ucis y plantas hospitalarias. La ola deja la playa anegada y el aroma resultante es el de un manto de algas permanentemente húmedas que cubre la arena sana y desprende un desagradable aroma de descomposición: la fatal consecuencia de la desolación y de la muerte.


Es noviembre y han vuelto los crisantemos al cementerio, también por turnos, para evitar aglomeraciones, no sea que... No irán todos a la misma tumba, nicho o panteón, pero por si acaso, visitas con cita previa hasta para rezar por nuestros difuntos. Si levantaran la cabeza! 

No podremos visitar a nuestros muertos. Es la muerte la que se ha empotrado entre nosotros. Se lo he escuchado a una profesional del sector sanitario: "le he visto la cara a la muerte".

Sigue avanzando la ola y la muerte sigue igual

lunes, 26 de octubre de 2020

Entrañable y rancio

Como parece que a todos nos gusta remover el pasado y cada cual tenemos el nuestro, hoy en día me resulta adecuado manifestar que cualquier tiempo pasado fue mejor (o pudo serlo).


Me acordaba el otro día, desde mi templada orilla y saliendo del agua con un tibio sol de octubre en Mallorca, que en aquella Barcelona de los sesenta en muchos de los cruces del paseo de Gracia, de las Ramblas, en la Puerta del Ángel y en todos los barrios, en las esquinas y pegaditas a la pared, entre final de octubre y principios de noviembre era muy frecuente toparse con una vieja castañera, vestida de negro, con guantes de cuero viejo y un aventador de esparto asando castañas y boniatos en la lumbre de una estufa de hierro. A sus pies, cubiertos con unas humildes alpargatas, un gran cesto con leña y un saco de castañas crudas que iba preparando a demanda de los peatones. Hacía frio, o mucho más frio que ahora, en cualquier caso y aquel cucurucho de papel de estraza cerrado en su parte superior servía, entre oras cosas, para calentarse las manos de manera instantánea. Recuerdo su sabor y como no había más golosinas, las comíamos como si fuera una bolsita de ositos de Haribo de la actualidad. El viento, frío y húmedo, cortaba la piel de las manos y de las rodillas, expuestas por los pantalones cortos que eran los apropiados a nuestra edad y género.

A medida que nos acercábamos a la castañera, el aire quedaba impregnado del aroma dulzón de lumbre y castañas. Como  apunta Carmen MV. Barcelona huele a castañas.

Llegamos al tiempo de, al menos en Cataluña lo era,  las tradicionales castañadas; momento de panallets y huesos de santo pero aquí, tal vez este año -como todo- un tanto descafeinado, una inmensa mayoría de ciudadanos que -común postureo guay-  desprecian todo lo yanqui se entregará a la estúpida representación zombi con niños (aún),  papás (un poco menos) y adultos sin niños (que ya es bien ridículo) disfrazados de momias, monjas desenterradas (una sutileza mayor, si cabe), cadáveres mutilados y draculines de pacotilla.

Sí, señores, ha llegado jalogüin!!! (¿pero qué coño es halloween?), pero este año, con sesenta mil fallecidos por coronavirus y más de un millón de contagiados....¿dónde está el chiste?

Valdrá, aunque solo sea por eso, que se hagan visibles las calabazas; esas que se llevan como recompensa y calificación por su pésima gestión, todos estos tipos y tipas que nos han traído al escenario pandémico en el que nos encontramos y en el que permaneceremos, muertos de miedo e incertidumbre, hasta que "alguien" tenga a bien rescatarnos. Esos entre los cuales figuran, veraneantes, surfistas, buceadores y reinonas de copas de madrugada ajenos en muchos casos, a sus propias recomendaciones, si no a las obligatorias restricciones, cierres de locales y exigencias de "disciplina social" (para los ciudadanos, solo). 


La cançó del blog

Tal vez ya asomó alguna otra vez en el blog esta cançó del Nanu, pero hoy también toca por aquello dels panallets


lunes, 19 de octubre de 2020

Octubre, fruta de otoño

Es, no cabe duda, un mes singular. Según el lugar de residencia está todavía a medio camino entre un verano que se resiste a abandonarnos y un invierno precoz. Recuerdo, cuando niño, que en mi añorada BCN era ya tiempo de castañas y boniatos y en algunas de las esquinas del ensanche empezaban a cobrar plaza las viejas castañeras de negro, emblemáticas estampas en sepia del incipiente invierno. Hacía ya frío (quizá sea muestra palpable del cambio climático) y un cucurucho de castañas recién asadas calentaba las manos al instante. Luego el sabor.... sería cosa de adultos, memorias de hambruna y posguerra.


Liberado de ciertas urgencias - muchas de ellas injustificadas pero propias del período estival - me abandono, en la mañana del sábado, en una cierta indolencia y antes de poner mi pie izquierdo en tierra le doy una vuelta al dial y fondeo en Radio Clásica. A las 8 en punto empiezan a sonar cantos gregorianos y me sumerjo en la disciplina monacal de algún enigmático coro de la Edad Media. Sueño despierto o me imagino a mí mismo con los ojos cerrados; me asomo a un pedazo de la historia, con hábito de monje cisterciense y entono salmos en latín. Es el aroma sacro de nuestra memoria histórica. 

Ese instante fugaz con el nombre de la rosa tiene los minutos  contados (con diez minutos es suficiente), lo que tarde el  cielo en mostrar su intenso azul de la mañana, a través de una breve resquicio de las  cortinas.


Desayuno en la terraza. Café con niebla y tostadas. Se ve un horizonte soleado pero una densa capa gaseosa cubre homogénea el paisaje. Apurado el fondo del tazón se marca la estrategia del día. La temperatura está ya por encima de los 15 grados y el pronóstico es inmejorable.


La playa sigue llamando a su presencia y un buen baño de sol y mar mantiene el tono vital para toda la semana. Sigue siendo un placer dar unas cuantas brazadas, a pesar de que la temperatura, inicialmente, parece baja. Al cabo de buen rato cuesta más salir que estar fuera. 


A quienes me preguntan y encontrándome a más de un conocido en la orilla les sigo contestando lo mismo: cómo vamos a quejarnos. A pesar de que cada día pasamos más tiempo en el lado incierto de la vida y de que tal vez estemos agotando el preludio de un nuevo confinamiento disfrazado de como quieran llamarlo, debo conformarme con disfrutar lo que tengo tan a mano. Basta la mochila y la excelente compañía y, además, es gratis. Cuánta fortuna.

Lejos del bullicio y de lugares de mayor riesgo de contagio, este octubre bonachón y generoso invita a vivirlo a la intemperie. Así haré.

lunes, 12 de octubre de 2020

Hablemos menos y ventilemos más

En torno al maldito virus, a estas alturas de pandemia, todavía hay muchos de sus perfiles que presentan bordes difusos, colores variados y síntomas equívocos. Total: para uno, que es de letras, son demasiadas incógnitas por despejar en una misma ecuación. Esto es así, José Y. y bien que lo siento. 


Con la certeza de que, al menos en España, no existe el comité de expertos que nos vendieron para tranquilizarnos (gracias, oh Estado protector), nos ponemos en manos de tertulianos habituales, esa extraña ¿casta? que sabe de todo y que de todo opina sin rebozo alguno, igual disertan y se pisan la palabra (ma-le-du-ca-da-men-te) hablando de las reglas del fuera de juego que de física cuántica. Todo son conjeturas y habladurías. En algunos medios, según caigan en zona nacional o en zona republicana, unos de esos "científicos" dicen una cosa y los otros, lo contrario. Presuntamente todos son expertos virólogos, infectólogos, especialistas en enfermedades contagiosas y así y todo seguimos con más sombras que luces. 


Nos queda muy claro el asunto de la higiene. Y menos mal, porque un buen enjuague nunca viene mal. Desde la anterior amenaza de una gripe potencialmente muy peligrosa, hace unos años, se sugirió a la población lavarse las manos constantemente y de manera muy especial tras el contacto con objetos a través de los cuales pudiera contagiarse el virus (barandillas, picaportes, asideros de transportes públicos, etc) Dotamos a nuestros hijos de unas cuantas lecciones de higiene y un paquetito de toallitas desinfectantes junto con un botecito de gel para que lo pudieran utilizar en el colegio. Vale.


Unos años después, en el ámbito ya del covid-19, además de esto, también mascarilla (obligatoria) y más profunda la higiene. Hemos disfrutado -los más privilegiados- de unas vacaciones estivales a medias; sin viajes ni eventos compartidos masivamente (conciertos, bodas, comuniones, cumpleaños, comidas y cenas familiares, etc).


Con el tiempo y esperemos que no siga costando tantas vidas humanas ni tanto daño económico (por ese orden) llegaremos a tener una información más científica de la detección del virus, de su prevención y  de su tratamiento.


Lo último que hemos sabido y que cobra mucha verosimilitud es la más que probable transmisión del virus a través del aire en forma de aerosoles y micropartículas capaces de quedarse en suspensión durante horas (pincha aquí). Algo ayuda el uso de mascarillas pero ni todas valen ni es lo único. Yo, por si acaso, además de la mascarilla he generalizado el uso de gafas que, ahora, además de auxiliarme en mi consolidada presbicia, también supone una barrera adicional de protección de ojos y párpados. Aún asi....


Finalmente, recomiendan algunos científicos no hablar mucho ni muy alto en locales cerrados. Y no gritar, cosa que junto con la higiene personal también nos viene muy bien a todos. Y ventilar mucho; abrir la ventana y que salga por ella ese trigrillo que asoma el bigote cuando falta el jabón. Viene a mi mente perversa el fusilamiento permanente al que nos sometía un viejo colega, en mi fase de formación, a perdigonazo limpio sobre nuestros pupitres y de cuyo nombre prefiero no acordarme. Aquello no eran aerosoles, eran misiles aire/tierra. Estar en primera fila con aquel tipo, eso era factor de riesgo. Atravesaría hasta un paraguas. 


La consigna es clara: hablemos menos y más bajito, mucho jabón y ventilemos más. 


La canción del blog

La de hoy, evocando cómo sonaba en viejos locales de Palma que ya perecieron, en forma de susurro ¿Te acuerdas?

lunes, 5 de octubre de 2020

El cajón vacío

Resistiéndome como un gato panza arriba, igual que todos los años a estas alturas de octubre, mantengo mi mochila de la playa, con la toalla, los auriculares y un libro, colgada junto a la puerta de casa para aprovechar cualquier tarde sin otras cargas y proyectarme hasta mi adorada orilla. Lo malo es que los temporales y las tardes de cierta inestabilidad climatológica se hacen cada vez más frecuentes y al final, paralelamente a la decoloración de mi piel, mí ánimo irá decayendo y abandonaré el hábito playero. Dirás Joaquín RDC. -con toda la razón- que el otoño es una estación maravillosa, con su rica gastronomía de monte bajo, con sus alfombras de hojarasca en bosques, parques y jardines....pero este año con mascarilla, no sé si será lo mismo.


En el momento de guardar el bañador siempre quedan, en el fondo de los bolsillos, restos de arena y los añicos de alguna concha marina, como el poso de un buen vino en una copa o los rastros de rica salsa en el plato de un gran guiso: evoca lo que fue. Eso es lo que queda de un buen verano; arena en los bolsillos del bañador.


Llevamos ocho meses de pandemia (y confinados a propia voluntad, según alguno) y la actividad industrial, económica y productiva del país ha experimentado un parón casi total: las huellas del frenazo, humeantes aún,  han quedado marcadas en la temporada alta de nuestro sector más productivo -el turismo- y, renqueante y convaleciente, proyectará la siniestra sombra de la inactividad durante muchos de los meses venideros.


En consecuencia, la tributación fiscal por actividad de todo el parque societario -económico y empresarial-  del Estado, de sus Comunidades Autónomas y de los Ayuntamientos, la de los castigadísimos autónomos y en general de toda persona física y jurídica con entidad fiscal y gestión  empresarial, será la propia de su cuenta de resultados y del rendimiento de sus negocios. Poco hay que aventurarse para adivinar que el cajón de ingresos del impuesto sobre sociedades y del IVA y de IRPF estará, a estas alturas, vacío. Más tieso que el brazo de la estatua de Colón de Barcelona, pero hacia arriba (y con otro dedo), señalando al infinito y más allá. 


Si una gran parte de nuestro potencial económico -el turístico (plazas hoteleras), depende, por decirlo de una manera plástica, de la explotación de hamacas playeras -millones de ellas- y si del rendimiento de cada una de ellas cuelga un pequeño porcentaje del que viven los bares, los restaurantes y los comercios próximos más directamente relacionados con la presencia de un turista; si este año el porcentaje de ocupación de dichas hamacas ha sido tan exiguo....¿qué cifras de recaudación van a resultar al final de la temporada y cuánto va a recaudarse por actividad empresarial en ese importante sector económico productivo? Y la peor consecuencia: ¿Qué va a poder atenderse, de las necesidades del Estado, si el presupuesto de ingresos es tan raquítico? La última y no menos tenebrosa: ¿Quién va a poder permitirse el lujo de veranear (avión, hotel, manutención y cócteles) la próxima temporada estival? Ahí lo dejo.

(Solo en Baleares, la caída de visitas de turistas y recaudación de ingresos relacionados con el turismo, se cifra en 80% respecto del año anterior)

Arena y añicos de conchitas marinas en el cajón de ingresos.


Canción de blog


Algunos recuerdan esta "pieza" y cómo se lanzaban a cabalgar (estilo Anna LaCazio) en aquellas pistas de baile -vaso tubo y tres piedras de hielo- en el verano del 85 


lunes, 28 de septiembre de 2020

Imagen y comunicación

Vivimos momentos excepcionales y para cada tramo de edad y para cada generación es muy variada su repercusión en las relaciones familiares y sociales.

En el paradigma de la perplejidad, ahora nos quieren hacer creer que fuimos nosotros -tontos y torpes ciudadanos- los que libérrimamente (el tito Luis, siempre presente en mis pensamientos) decidimos confinarnos en nuestros propios domicilios y cerrar empresas, negocios y comercios para tumbarnos en el sofá de nuestros salones a devorar el netflix. Para nada fuimos obligados a quedarnos en casa. En todo caso sí que se diseñaron una serie de fases de desescaladas (que también hicimos mal) para que nosotros,  perezosos hibernados, saliéramos poco a poco a estirarnos al sol de primavera y fuéramos reanudando nuestras correrías por ríos y santuarios de salmones y levantar el ayuno invernal. Manda cojones.

Si no fuera por lo trágico de la situación, por las docenas de miles de fallecidos, por los cientos de miles de perjudicados, por las imprevisibles consecuencia en la salud de quienes han padecido el virus, de los muchos más cientos de miles de trabajadores que quedaron sin empleo, de los millones -en consecuencia- de familiares que se han visto privados del mínimo confort y satisfacción de necesidades que proporciona el empleo...si no fuera por todo esto, sería hasta gracioso.

¿Y que ha ocurrido? ¿Qué y cuánto han pagado los responsables de esta ruina? ¿Qué consecuencias y qué desgaste ha provocado este desastre en la imagen de quienes nos gobiernan? Lo voy a responder yo: NADA.

Mientras nos hartábamos de hornear y zamparnos todo tipo de bizcochos, empanadas, torrijas, panes, guisos; mientras nos empapuzábamos de capítulos y temporadas completas de todas las series televisivas habidas y por haber, en algún despacho un community manager con sueldo fijo tejía su red de transmisión, día y noche, por la cual se vertía toda la propaganda sobre la perfecta ejecución del poder, la excelencia de las soluciones, el acierto del supuesto comité de expertos, el desvelo permanente del responsable de cada área de gobierno implicado en el tratamiento y gestión de la alarma sanitaria y de sus consecuencias económicas. Ese trabajo, el de ese currante de la comunicación, no está pagado, jopeta.

En lo que todo ese plan se urdía, todos los ciudadanos con su mirada hundida en millones de móviles y tabletas haciendo circular todo el torrente de comunicaciones e imágenes a favor unos, en contra otros de las posiciones oficiales.

Pues bien, ha pasado el verano, se ha confirmado y con muchísima antelación, la llegada de la segunda ola y resulta que sigue sin pasar nada. Es más, avanza la devastación del tsunami vírico y económico y sigue mirándose en el espejo contemplando su extraordinaria belleza y la perfección de sus gestos; el maquillaje, la sombra de ojos, el brillo en los labios....qué reguapo soy y qué bien resuelvo los problemas de estos pobres desgraciados. Menos mal que soy yo quien está al frente.

Es muy posible que las redes sociales sigan echando humo, que millones de ciudadanos continúen trapicheando su indignación, el acabose, la denuncia del traspaso permanente de todas las líneas rojas....NO PASA NADA.

El community manager lo controla todo, marca el ritmo y baila en el salón de su casa, extasiado por su propio éxito: guasapead, malditos, guasapead, mi imagen es perfecta. Me ha salido redondo.

No es lo que hagan, es como lo cuenten.





lunes, 21 de septiembre de 2020

Y Netflix en el salón

Con lo que me gustaría escribir y contar cosas agradables: proponer una receta, describir el gozo que me produce un momento muy especial del día, una postal en primera persona, un rato de esparcimiento, de tenis, de vida contemplativa, sugerir una canción para escuchar unas cuantas veces al día o un libro que leer en la orilla del mar. Y si me lo permites, compartirlo, como si estuvieras a mi lado, charlando con una caña o un café en la mano.

Intento, lo juro, sacarle a la vida el rico jugo de las cosas buenas con la sana intención de disfrutar del sol aunque llueva, o disfrutar de la lluvia fresca que dejar olor a tierra mojada aunque impere una insufrible ola de calor y humedad que nos lleve casi a la asfixia.

Es por eso que me propongo refugiarme en mis propias sensaciones internas y mirar de soslayo al exterior, aislándome de la machacona banda sonora que están tratando de imponernos con potentes altavoces para que no podamos escuchar ni ver lo que queremos. 

Desgraciadamente la situación no facilita un disfrute pleno de las modestas aficiones que uno tiene. Como siempre dije, hay que tratar de ser feliz con lo que uno tiene y no un desgraciado con lo que se desea.

Gozo de excelente salud y vivo en un entorno privilegiado. Con muy poco paso la vida y la disfruto junto a las personas que quiero y me quieren. Mi vida es sencilla y procuro alejarme de lo que la intoxica. Pero no siempre es sencillo conseguirlo.

Me despierto muy temprano y escucho muy próximos los primeros cantos de gallos de un corral no muy lejano. El motorino de un vecino  sale ruidosamente del garaje, cada mañana, antes de las seis y media. Escucho también las primeras noticias de la radio y lo hago con la cautela propia de quien sabe que le va a caer la primera bofetada, a mano abierta, del día.

Y así es, antes del primer café con leche y tostadas ya ha caído el primer palmetazo del día, que suele coincidir en concepto e intensidad con el último revés de la noche anterior.

Los peores datos mundiales en plena devastación sanitaria y económica y nos ponemos a repasar y retocar el viejo álbum de fotos de hace más de ochenta años y enseñaremos a los bisnietos de aquella guerra fraticida a pintar bigotes, sombreros y orejas de burro a los personajes retratados: revancha infantil y papeleta ocupacional. Claro, como no hay problemas graves que resolver va a resultar más gratificante (y probablemente más rentable políticamente) remover el rancio recuerdo de la miseria, hambrunas, cunetas y tapias de cementerio (hábitos y sotanas) de todos contra todos, secuestrando el dolor de los que lo padecieron, de los cuales la mayoría de los que sobreviven, se propusieron pasar página hace cuarenta años.

Sobrevuelan por encima de mí, como aves carroñeras, muchísimas bofetadas que, me temo, indefectiblemente irán cayendo en mis mejillas. Pero debe ser una inquietud íntima y personal. Se impone el silencio de los corderos, el no pasa nada. Tenemos Netflix en el salón y eso parece el bálsamo que todo lo cura.

En lo que el agua nos va cubriendo, escucha si quieres, este clásico de los ochenta

lunes, 14 de septiembre de 2020

DANA


El clima de cada día, de cada estación del año nos pinta el cielo  de una manera. Es habitual en cada temporada ver o cielos despejados de intenso o tenue azul o cielos abigarrados de variados y amenazantes nubarrones, según.

Se nos escapa el verano y en el arco mediterráneo, como versaba en estúpidos argumentos el vil y cursilón tito Luis, lo hace como casi cada año: con mucho ruido y más nueces. Tormentas eléctricas, lluvias copiosas y vientos huracanados. Las consecuencias, temidas por todos, son riadas, inundaciones, desprendimientos de tierras y cuantiosos y costosos daños materiales (y, desgraciadamente, alguna víctima mortal)

Entran con virulencia las nubes, desatan toda su potencia eléctrica y dibujan paisajes fantasmagóricos en un cielo nocturno de fosforescencia intermitente. Al rato, la explosión sonora y su reverberación postergada que hace difícil la ubicación del núcleo de la tormenta.

A eso -agua, viento, tormenta eléctrica, todo ello muy violento por momentos- le llaman ahora DANA, en ese afán por etiquetar y clasificar, según la gravedad, los fenómenos atmosféricos y climatológicos que, por otra parte, hemos padecido toda la vida. Antes era gota fría y dejaba sus efectos devastadores con similares consecuencias.

La DANA se coloca justo encima de Baleares
(Foto publicada en Última hora)

Las noches de tormenta el cielo se ilumina como si fuera de día y al cabo de un rato revienta en rugidos feroces, como palmetazos y crujidos descomunales. Donde habitan niños, el miedo se apodera de sus sueños y acaban refugiados en sábanas mayores, haciéndose inquilinos nocturnos de camas ajenas. 

Pasan las horas, llueve todo el día y a primera hora de la tarde se despeja el cielo y se calma el viento. Tomo la ruta de la playa y me reencuentro con un paraíso con muy pocos visitantes, solo los más friquis de la arena, las olas y del sol. Me llevo la recompensa y un café con hielo, complemento de lectura y música en mis auriculares (no reguetón, por supuesto)





Un joven gato negro remueve inquieto su cola y levanta sus inquietantes ojos verdes buscando respuesta a su temor y a su curiosidad, la que sospecha que puede matarle.


lunes, 7 de septiembre de 2020

La niña que quería ser Messi

Vivíamos, al parecer, por encima de nuestras posibilidades. Su nombre empezó a sonar para algunos mucho antes de que lo hiciera para la gran mayoría de futboleros y aparecía en algunos titulares de las secciones de fútbol base de la prensa deportiva de Barcelona. Alguna vez, el canal autonómico también se hacía eco de las diabluras que hacía en cada partido aquel chavalito menudo y melenudo. El balón y su pie izquierdo formaban un binomio indisoluble hasta que acababa el primero de ellos en el fondo de la portería, enmarañado en la red. Así cada partido.

El jugador fue creciendo (es un decir) y su voz, con el sonido de un pequeño regato, empezaba a dejarse oír en alguna esporádica entrevista, repleta de topicazos irreproducibles por el rubor  ajeno que representa intentar obtener muestras palpables de una inteligencia alternativa, más allá de las patadas al balón.

Un buen día, uno de los primeros entrenadores del club que se tomó en serio aquello de querer formar un equipo serio, ambicioso y competitivo -otro holandés, cómo no- le hizo debutar con el primer equipo. Y no decepcionó. Sus compañeros de orquesta en aquel equipo ya hacían presagiar grandes tardes y noches de fútbol. Con Ronaldinho y Etoó como astros y con una máquina en el centro del campo (Deco, Xavi, Márquez) y más tarde las incorporaciones de Iniesta, Busquets, Touré Yayá.... 

Han pasado casi diecisiete años y un somero vistazo a su palmarés personal y al del club, proporciona la información suficiente para asociar su figura a la del éxito y el triunfo. 

El reconocimiento de su talento y nuestro gozo, a nivel mundial, de sus goles, jugadas, gambeteos, regates, lanzamientos de faltas y otras habilidades arrancó ya en sus primeras temporadas en el primer equipo. Empezó a deslumbrar sin haber cumplido todavía los veinte años. Y justo toda esa fulgurante carrera ha coincidido con el nacimiento, niñez y adolescencia de mi hija Ana.

Los triunfos de la era Guardiola tienen, además, una banda sonora. Primero fue Coldplay y la felicidad contagiosa de su Viva la Vida que adoptó como himno motivador a sus jugadores. Era sonar esa canción en la radio, en el coche, en el móvil (como sonido de entrada de llamada) y Ana levantaba vuelo y convertía sus manos en una armoniosa danza de euforia. Asociaba la canción a éxitos futbolísticos del Barça y a goles de Messi. Más tarde ocurrió lo mismo con The Killers y su famoso Human. Gol, gol, gol y trofeos al canto.

¿Cómo no iba a idolatrar a Messi? Quería ver todos sus partidos, sentada a mi lado, sin entender mucho de tácticas ni de reglas del juego pero agitada y nerviosa sin comprender muy bien por qué perdía -cuando perdía- y  por qué no marcaba un gol -cuando no lo hacía-.

La camiseta (y una equipación completa comprada en Afganistán) que tiene del Barça llevan el número 10 a la espalda y el nombre de Messi.

La defección de Messi, aunque esperada, ha supuesto un trauma para muchos aficionados. No para Ana, ni tampoco para mí. Es, en cualquier caso, un puñetazo en todos los morros a ese presidente bobo que daba pases de pecho mirando al tendido, creyendo que el toro no embestiría porque había firmado un contrato comprometiéndose a no hacerlo. El fútbol es una cueva de felones y no hay nada más frágil que la felicidad que proporciona a los aficionados: cuando se pierden partidos, títulos o competiciones, por la desazón que provocan. Cuando los jugadores muestran su cara más miserable, por lo estúpido que se siente uno. 

Tantas tardes buenas, tantas excelentes noches y un burofax: todo en un parpadeo de ojos y en la vida de una adolescente. Todo ilusión. Todo es ya historia. A partir de ahora -¿se queda, si?- cada beso al escudo tiene un precio mayor. 



Si te apetece pincha aquí

lunes, 31 de agosto de 2020

Bañito de feminismo radical

- Ruphert, te necesito! 
- Si, ministra? Agenda apretada en el Ministerio? 
- No, no. Nada de eso, jo tío. Es que tengo sesión de fotos, tío. Y tengo el pelo fatal, tío, jo, tía, las uñates de las manos, de los ñoños, jooo. 

Cuanto mayor es el problema, más rigor y dedicación requiere la solución. O en cualquier caso intensidad y sacrificio. Desde el mes de marzo nos hallamos inmersos en una situación global que está causando importantes estragos en nuestras vidas y de los cuales costará mucho tiempo recuperarse. Es como una riada constante que sigue arrasando todo cuanto encuentra a su siniestro paso. El que lo vea de otra manera que me indique la marca del whisky que bebe o la del chocolate que fuma.

En esas estábamos antes del verano. El gobierno había dejado en manos de las comunidades autónomas la gestión sanitaria y económica de la pandemia (esa gilipollez y barbarismo neogramatical de la nueva normalidad) y con los dedos cruzados se han tomado sus baños de sol y mar, como cuando nuestros hijos eran pequeños y los dejábamos arropaditos en sus cunas y sigilosamente abandonábamos su habitación, ya dormiditos, esperando que nada les perturbara su sueño y diera al traste con nuestro descanso. Vacaciones de acá para allá como si tuvieran los deberes hechos y sus compromisos cumplidos. 

No supieron ni gestionar ni transmitir siquiera la gravedad de la situación, a sabiendas de las dificultades y como era de esperar,  los repuntes y rebrotes del virus no se han tomado ni unos días de descanso. Ahí ha seguido el covid19 y auspiciado por la irresponsabilidad de cientos de pésimos ciudadanos nos encontramos a las puertas del inicio del nuevo curso y todavía no sabemos qué es lo que vamos a hacer con nuestros hijos escolares y universitarios y ni los propios centros están instruidos en los procedimientos a seguir en apenas unos días.

Eso sí, no hemos dejado de asistir a las estelares actuaciones de las nuevas celebritys en sus desafortunados y lacerantes discursos de las bondades del feminismo, de la visibilidad de la mujer, de la execrable cosificación del cuerpo femenino, de la lucha de la mujer, de su independencia, de la asexualidad del genero, del cansino lenguaje feminizador de todo lo que se menea....todo eso está muy bien pero ni justifica todo un ministerio dedicado a ello, ni ahora mismo es el centro del problema. Seamos serios y rigurosos.

Ver las portadas de algunos periódicos y de algunas revistas ácidas me trae a la memoria la famosa frase de Groucho Max: "partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria".

Ahora, como lo hace ella, están justificados el rolex, el maquillaje, el dulce posado, el estético postureo de pies y de manos, el pelo hacia este lado, la combinación de colores y la pulcritud de estilo. Todo. El resultado: son una nauseabunda burla de sí mismos, una estafa para sus bases, un insulto a la inteligencia y no solo la de sus votantes y un pésimo favor a las mujeres que llevan toda la vida luchando por la igualdad. 

Ellos no serán jamás la solución, son la parte grave y mayor del problema. 

Que se vayan, ya!!


Sólo para desengrasar y para olvidarnos de tanta desazón

lunes, 24 de agosto de 2020

blackout

Una de las primeras condiciones de vida a las cuales se acostumbraba uno al llegar a Herat era la oscuridad total de la noche: el blackout. En el equipo de dotación que se dispensaba en territorio nacional, antes de iniciar la misión, se incluía una pequeña linterna de minúsculo haz de led que debía prenderse de uno de los botones de la camisola. 

Las primeras noches en teatro de operaciones, impresionado todavía por la oscuridad reinante, aún echaba mano del pequeño rayito de luz para introducir la llave en una cerradura o en un candado o para iluminar los primeros pasos al salir del corimec.

A los pocos días la linternita se quedó ya en un bolsillo o directamente en la taquilla. Nuestros ojos y nuestro sentido de la orientación habían aprendido a guiarse en la oscuridad sin apenas tropezarse con objeto alguno. Habíamos aprendido a ver en la noche como los gatos y en esa habilidad contribuíamos a mejorar nuestras propias seguridad y protección frente a un hipotético ataque desde el exterior.

En la Base de Herat nuestra seguridad parecía menos vulnerable pero según nos contaban los compañeros destacados en Qal -eh-ye Naw, la exigencia de oscuridad total era imprescindible. Tal vez por eso, cuando alguno de ellos visitaban nuestras instalaciones por motivo de algún servicio, solían hacer uso de una linterna frontal, colocada en sus cabezas con una cinta elástica que los hacía fácilmente reconocibles, en la oscuridad de la noche, cuando a partir del atardecer te cruzabas con ellos en cualquiera de los callejones de la base.

Era gozosa la oscuridad cuando en lugar de mirarse a la punta de los botarros, se elevaba la mirada al inmenso firmamento que cubría nuestras cabezas y se hacía visible la espectacular línea de la vía láctea y miles de constelaciones inusualmente visibles o jamás vistas en nuestros entornos de procedencia.

Han pasado los años, nos hemos apartado ya de aquellas viejas ensoñaciones de madrugada cuando nos sentábamos en un banco mirando al firmamento y, reflexionado sesudamente, solíamos apreciar las bondades de nuestra civilización, de nuestros lujos, de nuestros paraísos particulares tan iluminados y tan radiantes. Vivimos con luz cuando queremos, nos dejamos llevar por la penumbra cuando nos interesa proporcionar intimidad a los momentos más especiales sabiendo que, en caso de necesidad, luz tendremos la que queramos.

Afortunadamente, hasta ahora y a pesar de todo, este verano hemos cenado a la tenue luz de unas velas, en compañía de nuestros familiares y amigos habituales como casi todos los veranos y de repente, el jodido virus cabrón va a echar el cerrojo a la noche. Especialmente perjudicados los más jóvenes: no habrá más ocio nocturno, no habrá vistas al amanecer, hombro con hombro, ni gafas de sol sobre los ojos ni sonrisas trasnochadas, empapadas en humo y alcohol, sonando de fondo una canción (reguetón no, por favor. ni rap, ni trap)

De repente volvemos al blackout, al apagón total. Toque de queda a medianoche.

Por su parte, alemanes, ingleses, italianos, franceses...asfixiados por la urgencia de los rebrotes, de repuntes de datos malos del covid19, de la alerta sanitaria, vuelven a sus casas y condenan a la industria turística española al cierre total. Vaya veranito.

Nos quedan como himnos de otras generaciones, algunas canciones. Para los nostálgicos de las ochenteras (esta sí la conoces, Caco)

lunes, 17 de agosto de 2020

Lluvia de agosto

A lo largo del pasado martes una sólida placa de bochorno se había instalado en nuestro cielo balear e impedía respirar con normalidad. Un clima que generaba ansiedad y crispación: mal ambiente y tensión por la mezcla impía de temperatura elevada y alto grado de humedad atmosférica. 

Pasadas las horas el aire insinuaba querer moverse buscando hueco en los rincones más tibios de la atmósfera; provocaba una ligera brisa que, sobre la novela, en mi orilla, empezaba a templar los ánimos. Se levantaba un leve oleaje...maullaba en voz baja la mar y aparecían las primeras coronas blancas y espumosas sobre las crestas de las olas. Aquello ya era otra cosa pese a que el cielo seguía enladrillado.




Siempre es satisfactoria una conversación con gente joven. Aprovechando la ocasión, sobre un pamboliet  familiar se extiende, como un rico y brillante aceite de oliva, una dinámica tertulia. Lo inquietante es la contundencia con la que diseccionan los muchachos el incierto presente y su preocupante futuro. 

Algunos, que estamos ya cerca de entrar en la última fase de nuestra existencia vital, no alzamos mucho la mirada por no resultar excesivamente apocalípticos (¿verdad, Pedro G?). Ellos, los jóvenes casi adolescentes, se enfrentan a  un panorama complicado. Reto difícil. La mayoría de ellos viven enganchados a un dispositivo que nos les permite ver mucho más que estúpidos vídeos de sus coetáneos o mayores incluso, bailando, cantando o desafiando la ley de la gravedad intentando habilidades para las cuales no todos están dotados; la vida les resbala con similar indolencia a la que aplican a sus dedos mientras  los deslizan por la pantallita. Me consta, porque así se expone entre ricos bocados y birras, que en los más responsables y reflexivos de esta generación universitaria, existe desánimo y un torrente de insatisfacciones por los más variados motivos. El sistema no funciona, no les genera expectativas de crecimiento ni personal ni mucho menos profesional. La política es una trampa  travestida con  harapos de igualdad, feminismo radical, potenciación de la contracultura de los nuevos popes como un mantra inexcusable y renovador, por sus huevos, de la verdadera cultura y del conocimiento universal de las cosas, de la que nos empapamos de pequeñitos. Imprescindible ahora es la "visibilidad" y "poner en valor" la ideología de género, el poliamor, o  los poliamores, el amor líquido: sin compromiso ni hipotecas, ¿recuerdas? La kultura es todo lo que se dice, se canta, se grita, se pinta, se garabatea en paredes y muros, se escupe en los telediarios de las televisiones....

Era ya tarde y se iban apagando las llamas de las velitas y las luces de la terraza. El viento mecía todavía las lámparas de mimbre sobre los manteles tras el festín. Los haces de luz cálida dibujaban siluetas circulares móviles. Unas latas de cerveza vacías y un cenicero con colillas; bodegón blando como los relojes de Dalí.

Las calles de Palma están mojadas. Ha lloviznado y el día amanece algo más oscuro y nublado. El horizonte no brilla hoy anaranjado. El desánimo de ayer permanece pegado al mástil, sin viento ni siquiera brisa. No se mueven las hojas de los árboles pero huele a tierra mojada.

Mi coche circula despacito por el centro de Palma pisando los pequeños charcos que se han ido formando durante la noche. Lluvia de agosto, a mediados como casi siempre, como telón de fondo de este verano extraño que empiezan a bajar los tramoyistas (y entre ellos toda la corte de villanos y personajes -nefastos algunos- que manejan todos los hilos que nos mueven, sabe Dios, a qué nuevo escenario).

A Bárcenas le ha salido una coleta, justo en el monedero. Y un chalet en Galapagar y una ministra de igualdad y... mucha sombra por lo que se ve. Vaya!

Hablando de futuro, una VOZ a tener en cuenta




lunes, 10 de agosto de 2020

Vacaciones Santillana

Compungido por la evidencia - que me ha perseguido toda la vida- debo reconocer que jamás exhibí muestra alguna de ser un estudiante ejemplar. Antes al contrario, como decía un joven profesor de Derecho Civil que, al tiempo que impartía sus clases, preparaba oposiciones a Cátedra y exponía, como si fuéramos nosotros sus preparadores, sus brillantes disquisiciones sobre los vicios de la voluntad en el ámbito del negocio jurídico, por ejemplo. Los expedientes académicos de cada etapa de mi vida dan prueba de haber sido un estudiante normal al que yo añadiría, como parte de mi perfil y con la adecuada dosis de autocrítica, la racanería en el esfuerzo: estudiar lo justo para aprobar y a ser posible sin mucha antelación, la verdad. Esto es así y punto.

El riesgo mayor era -sigue siendo- quedarse corto. Cuando te sirves en el vaso solamente lo que consideras que vas a beber y llegando al postre apenas queda un culín que escasamente cubre el fondo, si te atragantas puede resultar que ese trago no sirva para aclarar la garganta y salir del atolladero, nunca mejor dicho. 

Si no estudiabas con igual intensidad todos los temas o considerabas que había llegado la hora de desconectar, porque el Barça - en plenos exámenes finales de junio- jugaba la final de la Recopa de Europa contra el Standard de Lieja y, claro, había que verlo, podía ocurrir que te quedaras sin agua para aclarar la garganta en junio y en el boletín de calificaciones viniera alguna nota desfavorable.

El jarabe prescrito para curar aquel virus de verano (de los años más remotos de pantalón corto y sandalias) era implacable: las bochornosas mañanas de aquellos agostos barceloneses condenado a quedarme en casa y repasar cada día la materia a recuperar y alguna sesión semanal de refuerzo con clases particulares (las mates con Camarasa eran un clásico, aprobáramos o no).

En cualquier caso, en los primeros pasos colegiales, todos los veranos había tarea programada para no perder el hilo: los cuadernos Santillana con aquellas páginas y más páginas repletas de operaciones aritméticas, oraciones para analizar, para traducir del inglés, del latín, la física, las ciencias naturales....cada día unas pocas con el rigor adecuado y buena letra porque tenían que superar el control paterno. Sin borrones ni tachaduras.

Los malos estudiantes lo tenían peor. Recuerdo que algún amigo, de aquella, se quedaba confinado en algún colegio de Barcelona en grado de internado y con clases por la mañana y por la tarde, mientras que el resto de su familia, pudiente, veraneaba en segundas residencias, allá por la Costa Brava o por las Baleares. Y claro, en esos centros escolares se juntaba lo mejor de cada casa.

En resumidas cuentas no había premio para los suspensos de junio; no había ni veraneo ni vacaciones.

Después de lo que hemos pasado, (sin referirme, por respeto, al número de víctimas) de las cifras de paro, de los repuntes y rebotes, de la caída del PIB, de la gestión sanitaria, del desprecio institucional a los sectores que podrían contribuir al sostenimiento de nuestra economía, ¿después de todo esto, Doñana? Ni copiando en los exámenes han aprobado una sola asignatura.

No, hombre. Por lo menos un buen lote de Cuadernos Santillana y por supuesto sin borrones ni tachaduras. 


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Los primeros acordes eran algunos de los sonidos que lanzaban a la muchachada al centro de las pistas de baile. Al hilo del drama de Beirut y de la conmemoración del aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, esta canción me viene al pelo

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...