lunes, 10 de agosto de 2020

Vacaciones Santillana

Compungido por la evidencia - que me ha perseguido toda la vida- debo reconocer que jamás exhibí muestra alguna de ser un estudiante ejemplar. Antes al contrario, como decía un joven profesor de Derecho Civil que, al tiempo que impartía sus clases, preparaba oposiciones a Cátedra y exponía, como si fuéramos nosotros sus preparadores, sus brillantes disquisiciones sobre los vicios de la voluntad en el ámbito del negocio jurídico, por ejemplo. Los expedientes académicos de cada etapa de mi vida dan prueba de haber sido un estudiante normal al que yo añadiría, como parte de mi perfil y con la adecuada dosis de autocrítica, la racanería en el esfuerzo: estudiar lo justo para aprobar y a ser posible sin mucha antelación, la verdad. Esto es así y punto.

El riesgo mayor era -sigue siendo- quedarse corto. Cuando te sirves en el vaso solamente lo que consideras que vas a beber y llegando al postre apenas queda un culín que escasamente cubre el fondo, si te atragantas puede resultar que ese trago no sirva para aclarar la garganta y salir del atolladero, nunca mejor dicho. 

Si no estudiabas con igual intensidad todos los temas o considerabas que había llegado la hora de desconectar, porque el Barça - en plenos exámenes finales de junio- jugaba la final de la Recopa de Europa contra el Standard de Lieja y, claro, había que verlo, podía ocurrir que te quedaras sin agua para aclarar la garganta en junio y en el boletín de calificaciones viniera alguna nota desfavorable.

El jarabe prescrito para curar aquel virus de verano (de los años más remotos de pantalón corto y sandalias) era implacable: las bochornosas mañanas de aquellos agostos barceloneses condenado a quedarme en casa y repasar cada día la materia a recuperar y alguna sesión semanal de refuerzo con clases particulares (las mates con Camarasa eran un clásico, aprobáramos o no).

En cualquier caso, en los primeros pasos colegiales, todos los veranos había tarea programada para no perder el hilo: los cuadernos Santillana con aquellas páginas y más páginas repletas de operaciones aritméticas, oraciones para analizar, para traducir del inglés, del latín, la física, las ciencias naturales....cada día unas pocas con el rigor adecuado y buena letra porque tenían que superar el control paterno. Sin borrones ni tachaduras.

Los malos estudiantes lo tenían peor. Recuerdo que algún amigo, de aquella, se quedaba confinado en algún colegio de Barcelona en grado de internado y con clases por la mañana y por la tarde, mientras que el resto de su familia, pudiente, veraneaba en segundas residencias, allá por la Costa Brava o por las Baleares. Y claro, en esos centros escolares se juntaba lo mejor de cada casa.

En resumidas cuentas no había premio para los suspensos de junio; no había ni veraneo ni vacaciones.

Después de lo que hemos pasado, (sin referirme, por respeto, al número de víctimas) de las cifras de paro, de los repuntes y rebotes, de la caída del PIB, de la gestión sanitaria, del desprecio institucional a los sectores que podrían contribuir al sostenimiento de nuestra economía, ¿después de todo esto, Doñana? Ni copiando en los exámenes han aprobado una sola asignatura.

No, hombre. Por lo menos un buen lote de Cuadernos Santillana y por supuesto sin borrones ni tachaduras. 


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Los primeros acordes eran algunos de los sonidos que lanzaban a la muchachada al centro de las pistas de baile. Al hilo del drama de Beirut y de la conmemoración del aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, esta canción me viene al pelo

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