lunes, 2 de noviembre de 2015

Jalobuin: llámame aguafiestas.

Será porque ya tengo una edad -qué antiguo- pero por mucho que traten de explicármelo mis hijas, llegados a estas fechas no dejo de preguntar lo mismo y con esas idénticas palabras, con perdón; ¿Pero qué coño es halloween?

Los de mi generación, los que nacieron mucho antes que yo y muchos de los que lo hicieron bastantes años después, no fuimos jamás abducidos por el espíritu lúdico de fantasmas negros ni por calabazas majaderas, ni mucho menos por cadáveres ensangrentados y mal vestidos con raídos ropones. Qué va. A nosotros se nos hacía la boca agua al contemplar los escaparates de las excelentes pastelerías de Barcelona, por un decir,  que lucían bandejas de panellets, rosarios de frutas confitadas y huesitos de santo. Era otra cultura, por supuesto y no la invasora anglosajona que nos ha colonizado como ocurre con los pueblos menores cuando creen que lo que viene de fuera es mucho mejor que lo propio.

Panellets caseros, caseros.

Empezamos comiendo hamburguesas allá por los ochenta; las calles y los incipientes centros comerciales de extrarradio exhibían grandes rótulos luminosos anunciando la presencia de megahamburguesas, patatas fritas y ketchup. Al final hemos acabado bebiendo cocacola hasta dormidos, devorando bolsas interminables de palomitas y nachos con salsa de queso y guacamole en las salas de cine y celebrando, como rito pagano, el recuerdo a nuestros difuntos, pintados y disfrazados como mamarrachos y con una calabaza soriente en la cabeza.

Además como solemos llegar a esta época del año todavía en manga corta y bermudas, ¿dónde están las viejas castañeras? ¿Quién compraría un cucurucho de papel de periódico lleno de castañas recién asadas o un boniato? ¿qué sentido tiene si no hace ni frío? Recuerdo las castañeras de la Rambla Cataluña o del Paseo de Gracia de Barcelona, apostadas junto a la salida del metro o junto a una parada de autobús, con aquellos hornillos de hiero fundido y un capacho de mimbre, vestidas todas de negro...

- Pues todas las niñas de mi clase van a celebrar halloween. Yo voy a ser la única... me dice la menor de mis hijas, compungida y afectadísima por mi contumacia. Y ahí llega mi pregunta; pero qué es eso, en qué consiste; qué fiesta más absurda! En realidad lo es, pero no debe ser muy distinto de lo que hacían algunos niños de mi época, llegados a la navidad, por ejemplo,  y que iban de casa en casa cantando villancicos -entre zambombas y panderetas-  a cambio de polvorones y golosinas (no chuches) o cuando en el colegio se repartían unas huchas con cabeza de negrito y nos lanzaban a la calle en la campaña de cuestación para el domund.

Los más pequeños, piden un bolsón de chuches (no golosinas) para ponerse hasta las trancas de azúcares y grasazas saturadas e ir repartiéndoselos entre ellos a cambio de la respuesta solicitada a cada vecino: ¿truco o trato?. Todo ello por las calles de la urbanización o del barrio y ataviados como zombies. Bueno; cosa de pequeñajos, entiendo, pero a un niño disfrazado de cadaver no le veo gracia alguna. Durante la tarde del día siguiente me muestran fotos insertadas en el facebook de muchas madres orgullosas del maquillado de sus cachorros. Lástima, pienso en mi interior, sobrecogido aún por el recuerdo de  la foto del cuerpo inerte del pequeño niño sirio Aylan, en la orilla de una playa de Turquía,  y que habríamos estrujado entre nuestros brazos cualquiera de nosotros. No entiendo absolutamente nada.

Los adolescentes, como pretexto para echarse a la espalda una noche de francachela, auspiciados, imprescindiblemente, por padres -que además, también se disfrazan de zombis- y que contemplan esa festividad como algo ya  propio de "SU" cultura, como algo normal y no como una nefasta epidemia invasiva. Qué gracioso, lo pasamos de muerte!!!!

Lo malo, me temo, es que esa dichosa fiestecita comienza a tener arraigo entre nuestras costumbres y tradiciones desplazando a las auténticamente nuestras, Tots Sants, Difuntos, Navidad -niño Jesús-, Reyes Magos, Corpus Christi y la Primera Comunión. Claro, como somos laicos....y dentro de cuatro días a colgar desde los balcones y las ventanas al insufrible y jodido monigote de papa nöel.

Lo dicho, en ocasiones, un pueblo menor y muy permeable a todo tipo de estupideces. 

Me consuela que entre mis familiares, muchos de mis amigos y conocidos advierto, gracias a Dios, bastante rechazo a esta perversa y absurda intrusión.





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