Una de las primeras condiciones de vida a las cuales se acostumbraba uno al llegar a Herat era la oscuridad total de la noche: el blackout. En el equipo de dotación que se dispensaba en territorio nacional, antes de iniciar la misión, se incluía una pequeña linterna de minúsculo haz de led que debía prenderse de uno de los botones de la camisola.
Las primeras noches en teatro de operaciones, impresionado todavía por la oscuridad reinante, aún echaba mano del pequeño rayito de luz para introducir la llave en una cerradura o en un candado o para iluminar los primeros pasos al salir del corimec.
A los pocos días la linternita se quedó ya en un bolsillo o directamente en la taquilla. Nuestros ojos y nuestro sentido de la orientación habían aprendido a guiarse en la oscuridad sin apenas tropezarse con objeto alguno. Habíamos aprendido a ver en la noche como los gatos y en esa habilidad contribuíamos a mejorar nuestras propias seguridad y protección frente a un hipotético ataque desde el exterior.
En la Base de Herat nuestra seguridad parecía menos vulnerable pero según nos contaban los compañeros destacados en Qal -eh-ye Naw, la exigencia de oscuridad total era imprescindible. Tal vez por eso, cuando alguno de ellos visitaban nuestras instalaciones por motivo de algún servicio, solían hacer uso de una linterna frontal, colocada en sus cabezas con una cinta elástica que los hacía fácilmente reconocibles, en la oscuridad de la noche, cuando a partir del atardecer te cruzabas con ellos en cualquiera de los callejones de la base.
Era gozosa la oscuridad cuando en lugar de mirarse a la punta de los botarros, se elevaba la mirada al inmenso firmamento que cubría nuestras cabezas y se hacía visible la espectacular línea de la vía láctea y miles de constelaciones inusualmente visibles o jamás vistas en nuestros entornos de procedencia.
Han pasado los años, nos hemos apartado ya de aquellas viejas ensoñaciones de madrugada cuando nos sentábamos en un banco mirando al firmamento y, reflexionado sesudamente, solíamos apreciar las bondades de nuestra civilización, de nuestros lujos, de nuestros paraísos particulares tan iluminados y tan radiantes. Vivimos con luz cuando queremos, nos dejamos llevar por la penumbra cuando nos interesa proporcionar intimidad a los momentos más especiales sabiendo que, en caso de necesidad, luz tendremos la que queramos.
Afortunadamente, hasta ahora y a pesar de todo, este verano hemos cenado a la tenue luz de unas velas, en compañía de nuestros familiares y amigos habituales como casi todos los veranos y de repente, el jodido virus cabrón va a echar el cerrojo a la noche. Especialmente perjudicados los más jóvenes: no habrá más ocio nocturno, no habrá vistas al amanecer, hombro con hombro, ni gafas de sol sobre los ojos ni sonrisas trasnochadas, empapadas en humo y alcohol, sonando de fondo una canción (reguetón no, por favor. ni rap, ni trap)
Afortunadamente, hasta ahora y a pesar de todo, este verano hemos cenado a la tenue luz de unas velas, en compañía de nuestros familiares y amigos habituales como casi todos los veranos y de repente, el jodido virus cabrón va a echar el cerrojo a la noche. Especialmente perjudicados los más jóvenes: no habrá más ocio nocturno, no habrá vistas al amanecer, hombro con hombro, ni gafas de sol sobre los ojos ni sonrisas trasnochadas, empapadas en humo y alcohol, sonando de fondo una canción (reguetón no, por favor. ni rap, ni trap)
De repente volvemos al blackout, al apagón total. Toque de queda a medianoche.
Por su parte, alemanes, ingleses, italianos, franceses...asfixiados por la urgencia de los rebrotes, de repuntes de datos malos del covid19, de la alerta sanitaria, vuelven a sus casas y condenan a la industria turística española al cierre total. Vaya veranito.
Nos quedan como himnos de otras generaciones, algunas canciones. Para los nostálgicos de las ochenteras (esta sí la conoces, Caco)
Por su parte, alemanes, ingleses, italianos, franceses...asfixiados por la urgencia de los rebrotes, de repuntes de datos malos del covid19, de la alerta sanitaria, vuelven a sus casas y condenan a la industria turística española al cierre total. Vaya veranito.
Nos quedan como himnos de otras generaciones, algunas canciones. Para los nostálgicos de las ochenteras (esta sí la conoces, Caco)
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