Es, no cabe duda, un mes singular. Según el lugar de residencia está todavía a medio camino entre un verano que se resiste a abandonarnos y un invierno precoz. Recuerdo, cuando niño, que en mi añorada BCN era ya tiempo de castañas y boniatos y en algunas de las esquinas del ensanche empezaban a cobrar plaza las viejas castañeras de negro, emblemáticas estampas en sepia del incipiente invierno. Hacía ya frío (quizá sea muestra palpable del cambio climático) y un cucurucho de castañas recién asadas calentaba las manos al instante. Luego el sabor.... sería cosa de adultos, memorias de hambruna y posguerra.
Liberado de ciertas urgencias - muchas de ellas injustificadas pero propias del período estival - me abandono, en la mañana del sábado, en una cierta indolencia y antes de poner mi pie izquierdo en tierra le doy una vuelta al dial y fondeo en Radio Clásica. A las 8 en punto empiezan a sonar cantos gregorianos y me sumerjo en la disciplina monacal de algún enigmático coro de la Edad Media. Sueño despierto o me imagino a mí mismo con los ojos cerrados; me asomo a un pedazo de la historia, con hábito de monje cisterciense y entono salmos en latín. Es el aroma sacro de nuestra memoria histórica.
Ese instante fugaz con el nombre de la rosa tiene los minutos contados (con diez minutos es suficiente), lo que tarde el cielo en mostrar su intenso azul de la mañana, a través de una breve resquicio de las cortinas.
Desayuno en la terraza. Café con niebla y tostadas. Se ve un horizonte soleado pero una densa capa gaseosa cubre homogénea el paisaje. Apurado el fondo del tazón se marca la estrategia del día. La temperatura está ya por encima de los 15 grados y el pronóstico es inmejorable.
La playa sigue llamando a su presencia y un buen baño de sol y mar mantiene el tono vital para toda la semana. Sigue siendo un placer dar unas cuantas brazadas, a pesar de que la temperatura, inicialmente, parece baja. Al cabo de buen rato cuesta más salir que estar fuera.
A quienes me preguntan y encontrándome a más de un conocido en la orilla les sigo contestando lo mismo: cómo vamos a quejarnos. A pesar de que cada día pasamos más tiempo en el lado incierto de la vida y de que tal vez estemos agotando el preludio de un nuevo confinamiento disfrazado de como quieran llamarlo, debo conformarme con disfrutar lo que tengo tan a mano. Basta la mochila y la excelente compañía y, además, es gratis. Cuánta fortuna.
Lejos del bullicio y de lugares de mayor riesgo de contagio, este octubre bonachón y generoso invita a vivirlo a la intemperie. Así haré.
Una prosa perfecta. Parece que estas viviendo las situaciones. Buen escrito. Saludos.
ResponderEliminarGracias Jesús. Releo y reviso muchas veces (y más de una vez lo borraría). Un abrazo.
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