lunes, 21 de septiembre de 2020

Y Netflix en el salón

Con lo que me gustaría escribir y contar cosas agradables: proponer una receta, describir el gozo que me produce un momento muy especial del día, una postal en primera persona, un rato de esparcimiento, de tenis, de vida contemplativa, sugerir una canción para escuchar unas cuantas veces al día o un libro que leer en la orilla del mar. Y si me lo permites, compartirlo, como si estuvieras a mi lado, charlando con una caña o un café en la mano.

Intento, lo juro, sacarle a la vida el rico jugo de las cosas buenas con la sana intención de disfrutar del sol aunque llueva, o disfrutar de la lluvia fresca que dejar olor a tierra mojada aunque impere una insufrible ola de calor y humedad que nos lleve casi a la asfixia.

Es por eso que me propongo refugiarme en mis propias sensaciones internas y mirar de soslayo al exterior, aislándome de la machacona banda sonora que están tratando de imponernos con potentes altavoces para que no podamos escuchar ni ver lo que queremos. 

Desgraciadamente la situación no facilita un disfrute pleno de las modestas aficiones que uno tiene. Como siempre dije, hay que tratar de ser feliz con lo que uno tiene y no un desgraciado con lo que se desea.

Gozo de excelente salud y vivo en un entorno privilegiado. Con muy poco paso la vida y la disfruto junto a las personas que quiero y me quieren. Mi vida es sencilla y procuro alejarme de lo que la intoxica. Pero no siempre es sencillo conseguirlo.

Me despierto muy temprano y escucho muy próximos los primeros cantos de gallos de un corral no muy lejano. El motorino de un vecino  sale ruidosamente del garaje, cada mañana, antes de las seis y media. Escucho también las primeras noticias de la radio y lo hago con la cautela propia de quien sabe que le va a caer la primera bofetada, a mano abierta, del día.

Y así es, antes del primer café con leche y tostadas ya ha caído el primer palmetazo del día, que suele coincidir en concepto e intensidad con el último revés de la noche anterior.

Los peores datos mundiales en plena devastación sanitaria y económica y nos ponemos a repasar y retocar el viejo álbum de fotos de hace más de ochenta años y enseñaremos a los bisnietos de aquella guerra fraticida a pintar bigotes, sombreros y orejas de burro a los personajes retratados: revancha infantil y papeleta ocupacional. Claro, como no hay problemas graves que resolver va a resultar más gratificante (y probablemente más rentable políticamente) remover el rancio recuerdo de la miseria, hambrunas, cunetas y tapias de cementerio (hábitos y sotanas) de todos contra todos, secuestrando el dolor de los que lo padecieron, de los cuales la mayoría de los que sobreviven, se propusieron pasar página hace cuarenta años.

Sobrevuelan por encima de mí, como aves carroñeras, muchísimas bofetadas que, me temo, indefectiblemente irán cayendo en mis mejillas. Pero debe ser una inquietud íntima y personal. Se impone el silencio de los corderos, el no pasa nada. Tenemos Netflix en el salón y eso parece el bálsamo que todo lo cura.

En lo que el agua nos va cubriendo, escucha si quieres, este clásico de los ochenta

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