La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para inocentes dedos inquietos mover aquel dial esférico con una plantilla de diagonales cruzadas que rotaban con los nombres de capitales de todo el mundo. Con una rueda frontal se desplazaba la esferita y se sintonizaban sucesivamente diversas emisoras. A veces se oían lenguas extrañas, con un sonido entre metálico y psicofónico; de fondo de mar o de un país muy lejano. Serían el árabe, el ruso, el alemán...
Luego vendría una Lavis gris y finalmente una elegante Grundig. Siempre sonó la radio en la cocina.
En cualquier caso, al comparecer nosotros para el desayuno, tazón de leche con eko y pan "migao", la radio ya estaba encendida.
- ¡Es muy tarde! decía siempre mi madre mientras no paraba de dar vueltas a nuestro alrededor, jamás con las manos vacías.
Sonaban las noticias, a esa hora y en general, durante el resto del día. Se escuchaba Radio Nacional mucho antes de que empezara el primer diario hablado dirigido por Don Victoriano Fernández de Asís, España a las ocho que remataba con su célebre despedida a la rueda de corresponsales:
- Moscú, Berlín, París, Londres, Nueva York, Roma, hasta mañana.
- (a coro estos) Hasta mañana Madrid!
Ya entonces, en cada diario, en los boletines informativo de cada una de las horas, se repetían los nombres de los personajes de aquella actualidad en la que se disputaban su cuota de protagonismo desde los efectos de la guerra fría, pasando por los rescoldos aún humeantes de la guerra de Vietnam, la casuística del telón de acero hasta la permanente tensión en Oriente Medio. Ahí, en aquel escenario, comparecían los nombres de los líderes árabes, jordanos e israelíes (este plural va por ti, Rosita, monina). Golda Meir, Moshé Dayan, Yasir Arafat, el Rey Hussein de Jordania y otros muchos.
Han pasado, de todo aquello, más de cincuenta años y ahí seguimos, con las mismas tensiones, las mismas guerras, los mismos partidismos. Se emocionaban muchos ciudadanos, hace unos años, cuando se estrenaron La Lista de Schindler o El niño del pijama de rayas. Esos mismos ciudadanos, algunos envueltos aparatosamente en la simbólica kufiyya sin tener muchas veces un criterio propio sólido, se vuelven contra los judíos por sus atrocidades con los palestinos pero sin valorar el sinsentido de los palestinos en las matanzas de los kibutzs... a dónde podemos llegar con tantas contradicciones emocionales.
Henry Kissinger estaba permanentemente presente en la cocina de mi casa. Desayunábamos, comíamos y cenábamos con él. De las manos de Don Victoriano, de Cirilo Rodríguez, de Eduardo Sotillos o de Luis del Olmo. Ahí estaba el tío Henry, sentado con nosotros, compartiendo el tazón de leche con eko y pan migao, contándonos sus deliberaciones con los líderes de cada tablero donde se pretendía fumar una pipa de la paz imposible: el tablero soviético, el tablero chino, el tablero hebreo, el tablero árabe...
Sigue humeando esa pipa. A falta de paz, que siga encendida por si algún día....cae por fin.
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