Resistiéndome como un gato panza arriba, igual que todos los años a estas alturas de octubre, mantengo mi mochila de la playa, con la toalla, los auriculares y un libro, colgada junto a la puerta de casa para aprovechar cualquier tarde sin otras cargas y proyectarme hasta mi adorada orilla. Lo malo es que los temporales y las tardes de cierta inestabilidad climatológica se hacen cada vez más frecuentes y al final, paralelamente a la decoloración de mi piel, mí ánimo irá decayendo y abandonaré el hábito playero. Dirás Joaquín RDC. -con toda la razón- que el otoño es una estación maravillosa, con su rica gastronomía de monte bajo, con sus alfombras de hojarasca en bosques, parques y jardines....pero este año con mascarilla, no sé si será lo mismo.
En el momento de guardar el bañador siempre quedan, en el fondo de los bolsillos, restos de arena y los añicos de alguna concha marina, como el poso de un buen vino en una copa o los rastros de rica salsa en el plato de un gran guiso: evoca lo que fue. Eso es lo que queda de un buen verano; arena en los bolsillos del bañador.
Llevamos ocho meses de pandemia (y confinados a propia voluntad, según alguno) y la actividad industrial, económica y productiva del país ha experimentado un parón casi total: las huellas del frenazo, humeantes aún, han quedado marcadas en la temporada alta de nuestro sector más productivo -el turismo- y, renqueante y convaleciente, proyectará la siniestra sombra de la inactividad durante muchos de los meses venideros.
En consecuencia, la tributación fiscal por actividad de todo el parque societario -económico y empresarial- del Estado, de sus Comunidades Autónomas y de los Ayuntamientos, la de los castigadísimos autónomos y en general de toda persona física y jurídica con entidad fiscal y gestión empresarial, será la propia de su cuenta de resultados y del rendimiento de sus negocios. Poco hay que aventurarse para adivinar que el cajón de ingresos del impuesto sobre sociedades y del IVA y de IRPF estará, a estas alturas, vacío. Más tieso que el brazo de la estatua de Colón de Barcelona, pero hacia arriba (y con otro dedo), señalando al infinito y más allá.
Si una gran parte de nuestro potencial económico -el turístico (plazas hoteleras), depende, por decirlo de una manera plástica, de la explotación de hamacas playeras -millones de ellas- y si del rendimiento de cada una de ellas cuelga un pequeño porcentaje del que viven los bares, los restaurantes y los comercios próximos más directamente relacionados con la presencia de un turista; si este año el porcentaje de ocupación de dichas hamacas ha sido tan exiguo....¿qué cifras de recaudación van a resultar al final de la temporada y cuánto va a recaudarse por actividad empresarial en ese importante sector económico productivo? Y la peor consecuencia: ¿Qué va a poder atenderse, de las necesidades del Estado, si el presupuesto de ingresos es tan raquítico? La última y no menos tenebrosa: ¿Quién va a poder permitirse el lujo de veranear (avión, hotel, manutención y cócteles) la próxima temporada estival? Ahí lo dejo.
(Solo en Baleares, la caída de visitas de turistas y recaudación de ingresos relacionados con el turismo, se cifra en 80% respecto del año anterior)
Arena y añicos de conchitas marinas en el cajón de ingresos.
Canción de blog
Algunos recuerdan esta "pieza" y cómo se lanzaban a cabalgar (estilo Anna LaCazio) en aquellas pistas de baile -vaso tubo y tres piedras de hielo- en el verano del 85
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