Como parece que a todos nos gusta remover el pasado y cada cual tenemos el nuestro, hoy en día me resulta adecuado manifestar que cualquier tiempo pasado fue mejor (o pudo serlo).
Me acordaba el otro día, desde mi templada orilla y saliendo del agua con un tibio sol de octubre en Mallorca, que en aquella Barcelona de los sesenta en muchos de los cruces del paseo de Gracia, de las Ramblas, en la Puerta del Ángel y en todos los barrios, en las esquinas y pegaditas a la pared, entre final de octubre y principios de noviembre era muy frecuente toparse con una vieja castañera, vestida de negro, con guantes de cuero viejo y un aventador de esparto asando castañas y boniatos en la lumbre de una estufa de hierro. A sus pies, cubiertos con unas humildes alpargatas, un gran cesto con leña y un saco de castañas crudas que iba preparando a demanda de los peatones. Hacía frio, o mucho más frio que ahora, en cualquier caso y aquel cucurucho de papel de estraza cerrado en su parte superior servía, entre oras cosas, para calentarse las manos de manera instantánea. Recuerdo su sabor y como no había más golosinas, las comíamos como si fuera una bolsita de ositos de Haribo de la actualidad. El viento, frío y húmedo, cortaba la piel de las manos y de las rodillas, expuestas por los pantalones cortos que eran los apropiados a nuestra edad y género.
A medida que nos acercábamos a la castañera, el aire quedaba impregnado del aroma dulzón de lumbre y castañas. Como apunta Carmen MV. Barcelona huele a castañas.
Llegamos al tiempo de, al menos en Cataluña lo era, las tradicionales castañadas; momento de panallets y huesos de santo pero aquí, tal vez este año -como todo- un tanto descafeinado, una inmensa mayoría de ciudadanos que -común postureo guay- desprecian todo lo yanqui se entregará a la estúpida representación zombi con niños (aún), papás (un poco menos) y adultos sin niños (que ya es bien ridículo) disfrazados de momias, monjas desenterradas (una sutileza mayor, si cabe), cadáveres mutilados y draculines de pacotilla.
Sí, señores, ha llegado jalogüin!!! (¿pero qué coño es halloween?), pero este año, con sesenta mil fallecidos por coronavirus y más de un millón de contagiados....¿dónde está el chiste?
Valdrá, aunque solo sea por eso, que se hagan visibles las calabazas; esas que se llevan como recompensa y calificación por su pésima gestión, todos estos tipos y tipas que nos han traído al escenario pandémico en el que nos encontramos y en el que permaneceremos, muertos de miedo e incertidumbre, hasta que "alguien" tenga a bien rescatarnos. Esos entre los cuales figuran, veraneantes, surfistas, buceadores y reinonas de copas de madrugada ajenos en muchos casos, a sus propias recomendaciones, si no a las obligatorias restricciones, cierres de locales y exigencias de "disciplina social" (para los ciudadanos, solo).
La cançó del blog
Tal vez ya asomó alguna otra vez en el blog esta cançó del Nanu, pero hoy también toca por aquello dels panallets
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