La Vida sigue igual, cantaba Julio Iglesias, allá por los sesenta, con aquella voz queda y un incipiente tonillo que fue progresando hasta su famoso ueaaa! que más que cantado parecía maullado (y como desde hace unos meses uno de mis inquilinos a pensión completa es un gato, puedo aseverarlo).
Pues bien, ahora lo que sigue igual es la muerte. Nada hemos aprendido, probablemente porque nada nos supieron enseñar. Ha faltado honestidad, información rigurosa sobre la gravedad de la situación, preocupación real, intensidad en la búsqueda de soluciones, transparencia y LI-DE-RAZ-GO. Y ha sobrado frivolidad, arrogancia, prepotencia y, sobre todo, el libre albedrío al que nos ha conducido a los ciudadanos la nefasta gestión del virus y sus circunstancias. Y como somos indisciplinados por naturaleza, dame caos que ya yo.....Vaya diferencia con los alemanes, vaya diferencia con la Merkel (el mal es el mismo, pero la forma de dirigirse a sus ciudadanos ....qué envidia)
Creíamos -nos hicieron creer- al finalizar la situación de confinamiento en el mes de mayo que el virus ya no era una amenaza tan letal (aunque todavía mataba), que habíamos doblegado las curvas de contagio y que salíamos más fuertes. A partir de aquel momento teníamos que empezar a vivir una nueva normalidad; salir, pasarlo bien, disfrutar, reponernos de los duros meses de papel higiénico, netflix, pizzas, bizcochos y aplausos solidarios, abandonar los balcones y empezar a llenar bares, hoteles, restaurantes y discotecas....
No, esto no es una segunda ola, ni me lo parece: tiene pinta de ser la misma. Cualquiera que se siente sobre la orilla del mar, en apenas un par de minutos se convierte en experto en oleaje. La ola pandémica sigue avanzado implacable. No ha retrocedido y además la supina estulticia del ser humano ha ido ahuecando la orilla para facilitar su avance con sus aglomeraciones masivas, fiestuquis (qué horterada de neopalabro), botellonas, malos hábitos y falta de una dirección adecuada y hemos logrado que avance el virus y vuelva a amenazar con colapsar las ucis y plantas hospitalarias. La ola deja la playa anegada y el aroma resultante es el de un manto de algas permanentemente húmedas que cubre la arena sana y desprende un desagradable aroma de descomposición: la fatal consecuencia de la desolación y de la muerte.
Es noviembre y han vuelto los crisantemos al cementerio, también por turnos, para evitar aglomeraciones, no sea que... No irán todos a la misma tumba, nicho o panteón, pero por si acaso, visitas con cita previa hasta para rezar por nuestros difuntos. Si levantaran la cabeza!
No podremos visitar a nuestros muertos. Es la muerte la que se ha empotrado entre nosotros. Se lo he escuchado a una profesional del sector sanitario: "le he visto la cara a la muerte".
Sigue avanzando la ola y la muerte sigue igual
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