lunes, 14 de julio de 2014

Van pasando los años.

Hoy, hoy, hooooyyyy (Profesor D. Carlos Rodriguez Braun, Herrera en la onda), es mi cumpleaños. Y en la medianoche pasada, como cada año en esta misma fecha, comparto efeméride con mi madre, que también cumple, aunque un día antes -caprichos del destino-, lo cual me une mucho más a ella, si cabe. ¡Felicidades, mamá! También cumple mi querida Esther, a la cual también, desde aquí, felicito.

Normalmente estos días, a pesar de las restricciones, crisis, fechas de mucho entrar y salir de francachela veraniega, siempre me cae alguna cosilla que me alegra el día, la semana, el verano o algo más.

También viene siendo tradición que,  próxima a esta fecha y, casualmente, en la de celebración de mi Santo (el pobre de Asís), allá por octubre, venga a enturbiar mi alegría algún hecho, con mayor o menor relevancia y que impide que la felicidad sea completa. Este año, en las vísperas de la fecha de hoy - como cada año, fin e inicio de "ciclo"-, el pasado jueves, una resolución  vino a  hurgar en una vieja herida, una situación durmiente en una minúscula y casi insignificante porción de mi ánimo, pero que ahí está. De vez en cuando, en el día a día, hay más de un momento en que, como un dolor recidivante, algo o alguien me remite a ese mal. A veces me incendia el alma y brota vehemente mi ira hacia lo que, tal vez esté yo errado (sin hache), me parece de una crueldad injusta e innecesaria. Me convierte esta situación en una especie de sospechoso habitual, en un mueble viejo, apartado, en un uniforme con una sola estrella y etiqueta de apestado. Al que considero factotum de esta situación le estaré, mucho menos de lo que realmente se merece, eternamente agradecido y motivos tendría para desearle, aunque fuera por un minuto, un solo momento de lucidez que le permitiera apreciar las consecuencias de su caprichoso proceder. El resto del tiempo espero que no lo dedique ya a seguir causando mal a nadie. Como suele decirse en estos casos, "ya te lo encontrarás", a la vuelta de cualquier esquina, la vida es así.

Leía hace unos días un artículo de alguien que, pasando por idénticas circunstancias y habida cuenta de la absoluta despreocupación oficial en reparar el daño causado, opinaba que las víctimas de estas situaciones (cada vez seremos más) suelen caer en el desánimo y faltos de motivación profesional, se limitan a hacer lo justito en sus puestos de trabajo. No es ni será mi caso. Seguiré, como hasta ahora y desde que empecé a trabajar, junio 1977, entregándome al máximo. Los que me conocen, creo, no tienen dudas al respecto. No les defraudaré y en cualquier caso, porque además, no tiene culpa alguna (todo lo contrario), mi Guardia Civil, que me proporciona suficiente trabajo y motivación, lo aseguro. Y porque, pese a todo,  sigo sintiendo muy vivo el orgullo de vestir mi uniforme. 

2 comentarios:

  1. Muchas felicidades.
    Un placer leerte.
    Cuidate mucho. Un fuerte abrazo.
    Ángel.
    (Aerotransporte)

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