Con el veranito que le están dando los políticos del sí y del no, y lo que está aguantando. Me imagino a las pobres hijas preguntando a su madre, dentro del seat ochocientos cincuenta especial color vainilla, con el motor en marcha y el ventilador a toda pastilla -tórrido aire caliente en las mejillas-, las ventanillas abajo y sentadas ellas en el asiento de atrás; el maletero y la baca llenos y entre los pies, bolsas con toda la ropa para las vacaciones:
- ¿Pero cuándo volverá papá?
- Aguardad un poco, niñas, que enseguida sale- contesta su madre mientras hojea con desgana el Hola!
La temperatura en el interior del vehículo hace que las pequeñas criaturas se desmadejen pegajosamente sobre la tapicería de escay granate sin que nada pueda ayudarles a sofocar el abrasante calor.
En el despacho, esa ventanita entreabierta de la derecha, papi está reunido con un señor gallego de barba blanca que expone, muy ordenadamente, la razón de su presencia a esa hora y en ese lugar.
Papá escucha, con más respeto que interés, lo que le cuenta, pero con el rabillo del ojo, sin que pueda disimular apenas su enojo, mira hacia el exterior, hacia el coche cargado y su familia dentro...
- Mira Mariano -decide cortar- tengo a mi familia ahí afuera esperando. Me quedan unos cuantos kilómetros hasta llegar a Valencia a tiempo para tomar el ferry Ciudad de Badajoz de Transmediterránea, que me ha de llevar a Mallorca. Eso si no me encuentro con los atascos que se producen a la entrada de la capital del Turia -semáforo de Europa- y eso esperando una mar calmada que no revuelva las tripitas de mis niñas....
- Majestad, yo, esto....(balbucea Mariano por haber perdido el hilo conductor de su, hasta ese momento, impecable exposición), verá....
- No Mariano, escúchame tú, por favor. Haced lo que tengáis que hacer, pero déjame salir. Ya si eso, a la vuelta de mis vacaciones....
El Rey está agotado. Le están colocando en un lugar de la historia que ni se imaginaba hace un par de años.
Ocurre -y me doy cuenta ahora- que se le notan los años. Cuesta averiguar en qué momento de la vida una persona pasa de adulto a mayor. Al Rey le noto que ya ha traspasado esa línea. Se le ve en la cara, a pesar de que para los que somos mayores que él, siempre nos quedará el recuerdo de aquel niño-príncipe rubio que correteaba por La Zarzuela o por Marivent y aprendía a navegar en Calanova o salía de copas, más tarde, con sus amigos, alternaba en el Capricho de Portals y comía pizza en el Diablito.
De personas que hemos conocido ya siendo mayores no nos impacta tanto el envejecimiento. Y si miramos fotos familiares lo advertimos en nosotros mismos; unos más que otros. Pero en el caso del Rey el cambio es realmente notable. Intento adivinar lo que debe pasar por su mente cuando se levanta cada día y se enfrenta al introspectivo proceso ante el espejo, ese lugar en el que nos encontramos con la espuma de afeitar en la cara y preguntándonos, en inquietante silencio interior, quién es el tipo de ahí enfrente. Jo, tío, qué mayor estás, o qué tipazo conservas, o lo que sea en cada caso.
Ahí me imagino al Rey, frente al espejo de Marivent, con la espuma en la cara y preguntándose cuándo vamos a tener Presidente de Gobierno. Y a ver si va a poder ir con las niñas a la playa y estrenar la pelotita de Nivea y el cocodrilo hinchable....que es lo que tiene que hacer un padre, en verano, con sus hijas.
(Viñeta de Peridis en El País, 3 de agosto de 2016)
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