lunes, 21 de julio de 2014

Napoleón, definitivamente, era catalán.

Muchas madrugadas y hasta que me duermo, alguna medianoche, Catalunya Radio, como almohada de mis insomnios, me ofrece un ventanal abierto a la imagen clara y profunda de mi querida Cataluña. Los fines de semana, desde muy tempranito, sigo conectado a su actualidad y de fondo una tenora o una barítona desgranando dulcemente las notas de una sardana.

De un tiempo a esta parte y cada vez con mayor virulencia,  todos los informativos radiofónicos, televisivos y de prensa escrita, de cualquier género; ya sea general, deportivo, social o meteorológico, comparten un guión de contenido único; el "dret a decidir" y la manida "consulta". Ni puedo ni debo ni quiero entrar en profundidades sobre la sustentación de sus pretensiones políticas, entre otras cosas porque me duelen Cataluña y algunos catalanes. Me gusta su paisaje, sus montañas, sus litorales, su gastronomía, parte de su cultura y de su folclore. Y me aburre soberanamente su "ombliguismo" -oficial y uniformado- porque me parece egoista y excluyente y tampoco me agrada  la generalizada displicencia hacia todo lo bueno y rico que comparten con el resto de los españoles y a echarnos la culpa, a los no catalanes, de sus fustraciones respecto de sus ensoñaciones nacionalistas.

Para añadir mas tensión al pretendido debate y aprovechando la proximidad de su "celebración" del tercer centenario de la caída de Barcelona, -carpetazo final de la guerra de sucesión- la proclamación de nuestro actual Rey de España, les coloca a otro Felipe de Borbón (VI)  en la conmemoración de dicha fecha. Para anestesiar el efecto traumático a unos y mitigar a todos los comulgantes del odio a lo español, juguetean los padres de su patria con la historia y  han convertido toda Cataluña, pero especialmente Barcelona, en un parque temático con su sacrosanta referencia: 1714. Así, aplauden en cerrada ovación y vitorean en el minuto 17:14 de cualquier acontecimiento deportivo o la celebran con recorridos históricos interactivos por edificios y vías públicas, escenarios de la lucha y  narrados por eminencias del movimiento cultural catalán oficial, poniendo voz a su versión de la resistencia del pueblo catalán frente al Borbó. Los restaurantes afines (la mayoría, recordémoslo, pensamiento único) han elaborado cartas y degustaciones del hipotético menú-tipo propio de aquellas fechas. Por otra parte, sesudos especialistas en las materias más variadas tratan de buscar los hábitos sociales de aquel año, de aquel siglo. Así, andan inquietos y ávidos por conocer cómo vestían, cómo se entretenían, si tomaban café u horchata a según que hora del día, cómo practicaban el sexo (no invento), etc. Se avecina un septiembre muy excitante y no me sorprendería la imagen de muchos catalanes vestidos de miquelets acudiendo a cualquier partido del Nou Camp o paseando por el Port Olimpic cualquier domingo por la mañana, o comprando cruasanes en Vilaplana o en la Foix de Sarriá, (excelentes, por cierto).

En ese permanente husmeo de su historia están descubriendo importantes hallazgos. El último es anecdótico, el que creían que era el primer himno del Barça no era tal y han aparecido unas partituras en Mondoñedo, Lugo, que, parece ser, constituye el legítimo y remoto primer antecedente. Su autor será declarado en breve hijo ilustre, se le dedicará calle y placa y se honrará su memoria en la presentación del equipo ante la afición.

Si apuran, de aquí al 11 de septiembre de 2014 tienen todavía tiempo de certificar que Napoleón Bonaparte nació en Vich.
¿Estamos todos locos, o qué?


Mientras todo esto pasa, la vida sigue; el paro, la sanidad pública, el tren de cercanías, las boat partys, etc.., son problemas del estat espanyol (prohibido decir España)

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