Un buen ciudadano no adquiere compromisos que no puede atender, ni adquiere deudas que no vaya a poder saldar, ni suele acumular muchas multas por aparcar deliberadamente donde y como quiere. Tampoco deja de pagar sus impuestos pese a que tenga o no dificultades económicas que le impidan hacerlo sin sacrificio.
Un buen ciudadano respeta el descanso de los demás y se mueve sigilosamente cuando no es necesario elevar el sonido de sus movimientos. Se asea y se viste con decoro y muy especialmente cuando las circunstancias del momento lo requieren. Vive de manera cívica con respeto a sus vecinos en las tareas ciudadanas: no tira papeles al suelo, ni colillas, ni deja la bolsa de la basura junto al bordillo de la acera en lugar de depositarla en el interior del contenedor.
Un buen ciudadano no suele manifestar su discrepancia gritando más que los demás ni actuando violentamente contra lo que se opone a sus pretensiones.
Un buen ciudadano aspira a poder manifestar esa discrepancia, llegado el momento, depositando su voto en una urna legitimada por el correspondiente proceso electoral legal.
Un buen ciudadano, cuando la situación política reinante no le agrada, o le resulta incómoda o insatisfactoria se manifiesta de manera correcta y civilizada y no se dedica a quemar contenedores de basura ni piras de neumáticos, ni destroza el mobiliario urbano ni las lunas de los escaparates.
Normalmente, un buen ciudadano, cuando su queja es desoída y desatendida, ahoga su frustración intercambiando su crítica en la intimidad de sus contactos del smartphone y ahí se agota.
Un buen ciudadano, en definitiva, aspira a que la política de su gobierno no se salga nunca del foco que alumbra la Constitución y que ésta sea, además, respetada por todos los poderes del Estado.
No es mucho pedir, digo yo, que ya no aspiro a ser, al fin y al cabo, poco más que un buen ciudadano.
Así debería ser. Saludos.
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