lunes, 19 de diciembre de 2022

El hombre de los caramelos

Seguramente una buena parte del contenido del pozo de nostalgia de "otros tiempos mejores" se refiera a nuestros felices 80. Por algo será.

La voracidad creadora de artistas, escritores, novelistas, actores, cantantes, etc. llenó bibliotecas, videotecas, discotecas y museos. De todo ello seguimos nutriendo culturalmente a muchas generaciones posteriores.

Un análisis mínimo de dicha creatividad y pese a que aquellos jóvenes se quejaban entonces de eso, deja de manifiesto que valía "casi" todo y salvo contadas excepciones (el secuestro de portada de alguna publicación, se decía entonces) imperaba un tolerable grado de libertad de expresión y nadie cuestionaba entonces el rango "políticamente correcto" de lo dicho, escrito o cantado. La Movida, a sea.

Ahora, por contra, se usan millones de toneladas de papel de fumar para hablar de ciertos temas hasta llevarnos al extremo de haber tenido que inventarnos y manejar un nuevo lenguaje para que nadie, con la piel muy fina y siempre respecto de lo que dicen los demás, se sienta ofendidito.

Y se revisa todo, claro está. Llegan los talibanes kulturales (con "k" de okupa, sí) y cuestionan una frase, una expresión, una mota de polvo sobre cualquier referencia que no encaja con "lo ortodoxo 2.0". Bueno, con lo que a ellos les parece lo ortodoxo.

A finales de los setenta (1979) la Orquesta Mondragón publicaba el álbum "Muñeca Hinchable", incluyendo como una de sus canciones impensables hoy en día El hombre de los caramelos. 

Pues él, hoy, se está ganando el mote a marchas forzadas. Siempre muy compuesto, traje ajustado y andar quedón, regala caramelos a sus niños, que acuden a su abrigo gris. Les promete, extendiendo su mano abierta cubierta de chuches, todo cuento los niños piden (y dos huevos duros) Todo lo que él no debería darles -no puede hacerlo- se lo da. ¿Qué le va a parar? ¿Qué le va a salir mal?

Es el antiguo cuento del viejo del parque y su traje gris.

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