Libérrimamente, como me decía aquel hijueputa, he decidido entrar en el juego y sentarme a inventar palabros que, quién sabe, tal vez algún día, primero con pinzas en la nariz y luego de pleno derecho, puedan incorporarse al diccionario de la RAE. Todo es posible.
Existe una tonta tradición en algunos políticos (los más mediocres, sobre todo), de mucho labio y escasa hazaña, según la cual, para darse más pisto en sus oratorias, convierten en esdrújula la mayoría de las palabras y muy especialmente, las agudas. Parece que alterando el acento fonético de la palabra se reafirma la convicción de uno mismo y hace más creíble la exposición. El método es de una profundidad intelectual irrefutable.
Haz la prueba y verás: coge un texto cualquiera y trata de convertir cada palabra aguda o llana en esdrújula y a continuación mírate en el espejo. Lo más probable es que se arqueen tus cejas dibujando un pico o se te ponga cara de guapo y chuleta. Por defecto y de forma inmediata aparecerá tu nombre en las primeras líneas de la papeleta de candidatos en las próximas elecciones en un partido muy progre y muy reformista.
Si en un alarde de coraje pruebas a hacerlo con público, verás como tu auditorio se queda atónito, boquiabierto y deslumbrado por el rotundo peso del sonido de tu discurso aunque hables del bóqueron o del coñac Fúndador. Queda también muy interesante y profundo, cuando la palabra tiene dos sílabas, acentuar el artículo o el pronombre personal o posesivo que le preceda, él talon, o, mí razon, por ejemplo.
La perversión del lenguaje es una vuelta de rosca más. En lugar de procurar acercar al ciudadano menos capacitado al máximo rendimiento y mejora de su formación y nivel cultural, descendamos todos a la más baja altura, echémonos en el estiércol y comamos directamente en el suelo. Hemos aprendido a dilatar el discurso dirigiéndolo expresamente, con paradiña que viene impuesta por la absurda retahíla de géneros y gustos, condiciones y filiaciones sexuales (o asexuales, que también) y, claro, en la curva donde se estampan los estúpidos y los, las, les cursis queda el rastro de la inexistencia de substancia del fondo. Es el penalti lanzado a lo panenka que se queda, inocentemente, en las manos del inmóvil portero, o se va hacia las nubes por encima del larguero. Siempre hay unos más tontos dispuestos a romperse las manos aplaudiendo.
Será que hay que fumar un buen producto para evitar que todo esto nos altere. Mucho humo azul, leve, ligerito.....
En mi línea del silencio, solo música
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