lunes, 3 de agosto de 2020

Las playas

canciones
Entre los imprescindibles de la semana pasada, y ha sido una constante en mi vida por el mero hecho de vivir siempre rodeado de mar y saber apreciar lo que tenemos tan cerca, figuraban, aún de soslayo, las orillas como lugar en el que hay que estar cuando se dispone de tiempo, salud y gusto por la vida de playa.

Hace muchos años, un viejo conocido me espetó  -sin rubor alguno-que a mí no me gustaba la playa, que en realidad solo me gustaba Illetas. Qué lejos de la verdad estabas, querido Gonzalo A. Desde que empecé a veranear, ya mayor de edad y por  cuenta propia, en Mallorca, aquellos veranos de nuestros felices 80, sin haber dormido poco más de un par de horas, cogíamos el coche y salíamos a recorrer los kilómetros de aquellas carreteras sin arcén, descarnadas y con tramos complicados que separaban Palma de recónditas calas y arenales -más lejanas entonces- sin sombrillas, sin protección solar,  sin sillas ni hamacas, sin neveras: a palo seco o con un bocata de Casa Pomar de Campos, (si la excursión era a Es Trenc o a Sa Ràpita) y una toalla, de Deschamps, of course. 

Cala de Deiá, Cala Tuent, Sa Calobra, Cala de San Vicente, Formentor, Puerto de Pollensa, Puerto de Alcudia, Cabo Pinar, Playa de Muro, Cala Agulla, Cala Ratjada, Cala Mesquida, Canyamel, Cala Millor, Cala d'Or, Cala Mondragó, Cala Llombards, Es Carbó, Es Trenc, Sa Rapita. Cada día una distinta, no solíamos repetir.

El impacto -positivo para la economía de baleares- del turismo masificado alemán e inglés trajo consigo una notable mejora de las comunicaciones por carretera y la paulatina renovación de una planta hotelera al gusto de un modelo de turismo que tal vez sea necesario replantearse, pero que necesitamos si queremos sobrevivir a los devastadores efectos economícos del covid-19.

A medida que iba creciendo ese sector y por comodidad personal fui estancándome en mi tumbona, fija y próxima,  frente al mar de Illetas. Había conocido ya las perlas de la naturaleza de esta isla y tan solo, en el caso de querer acompañar a algún familiar o amigo, me ponía de nuevo en la carretera para mostrar en vivo y carne mortal las excelentes postales de la isla. Sin embargo, la mayor parte de las veces prestaba las llaves de mi coche y un mapa subrayado con las recomendaciones para cada lugar.

La nefasta gestión económica del bichito (prefiero no hablar mucho y por eso ahí lo dejo -no sea que me llamen cayetano o algo parecido -aunque en realidad eso me importa un bledo-) junto con la torpeza habitual de los gestores locales; divididos entre el repugnante "tourist go home" de muchos de los socios del Govern y pintarrajeado y grafietado en multitud de muros del centro histórico de Palma y el "repensam Baleares" de su Presidente han contribuido al derrumbamiento del sector turístico. Si a esto le añadimos la agresiva campaña del gobierno británico y la inoperancia y falta de reacción del nuestro (jamás habría estado más justificado subirse al Falcon a toda prisa -sin aplausos, por favor-) obtenemos como resultado una Mallorca (casi) vaciada.

Así, hemos pasado de renunciar a visitar aquellas playas de antaño por su masificación, a poder volver a disfrutarlas. Es un salto a los 80. Playas naturales, como del fin del mundo; sin hamacas, sin sombrillas, sin chiringuitos....sin turistas (casi)

Aquellos meses de julio y agosto daban mucho de sí. Han cambiado las canciones, las modas, los coches, pero las playas, sus aguas con toda la gama de tonalidades azul o verde turquesa ahí siguen; nos esperan este verano para que volvamos a disfrutar de ellas como hacíamos entonces, aunque también estuviéramos a "otras cosas". Tal vez ahora lo valoramos un poquito más. 


El viejo Caravelle granate de mi hermano






Cada playa, cada excursion de cada verano se identificaba con sus respecivas canciones 

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