lunes, 23 de noviembre de 2015

Montaré el portal de Belén

Vaya! pues ahora que parece que no está de moda, yo montaré el portal de Belén. A mis próximos y a los que me conocen muy bien no tendré que explicarles que nunca he sido fervoroso entusiasta de la Navidad. Lo justo, creo. Siempre, medio en coña, he manifestado que el mejor día de la Navidad es el 7 de Enero. Exagero, claro está. Como todos los de mi generación, tengo fotos en blanco y negro (papel Agfa) y algunas ya en color -si, si, en color - en la que aparecemos, en el entorno íntimo de la mesa de Nochebuena, mis padres y mis hermanos (Merceditas, tú también en muchas de ellas), así como las de la mañana del día de Reyes, con toda la emoción incontrolada, en pijama, boquiabieros y con uno o dos juguetes en las manos. Felicidad total.

Desde que a nuestro domicilio conyugal llegó la primera niña intenté dejar de lado mi radical rechazo a la ornamentación navideña y a la empalagosa sintonía de villancicos (creo que soy alérgico y el White Christmas cantado por Bing Crosby sigue produciéndome síntomas similares a la escarlatina y creo que puedo llegar a padecer fiebre elevada). Así, desde ese momento y de forma continuada todos los años hemos sucumbido al árbol y a cierta decoración, eso sí, contenida y discreta. Irremediablemente algún monigote de papá nöel  disfruta extraordinariamente de permiso de residencia, pero sujeto a fecha de caducidad. El día 26 de diciembre, por la mañana es declarado en busca, captura y se dicta orden de expulsión inmediata.

La absurda moda de sacudirnos nuestras costumbres y tradiciones ha llevado a los nuevos Ayuntamientos - a los más progresistas- a suprimir, amen de crucifijos y retratos reales, la exposición de belenes, carrozas de Reyes Magos y demás. Algunos están orgullosísimos de esta renuncia y de renegar de la propia fe, que por otro lado, es pacífica y benefactora y auxiliadora de los más necesitados. Pero eso no mola y en cambio mostrarse comprensivo con quien desde una presunta fidelidad a una religión empuña fusiles es muy saludable, muy social, muy humanitario. 

Como rechazo a esa práctica quisiera dejar bien claro, aunque a más de uno le puede dar lo mismo, que yo seguiré montando mi pesebre (sin villancicos, eso sí, que me empalagan un montón y para eso prefiero los polvorones), que trataré de seguir ayudando a la Iglesia Católica, a mi Parroquia y sonreiré a la viudita como decía el otro día el Párroco, cuando pasa el cepillo, porque estoy convencido de que ese eurito, o esos dos, o esos tres o esos veinte llegarán a quien realmente los necesita.

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