lunes, 9 de noviembre de 2015

Me apeo de un afecto.

Es la enésima vez que asoma a este blog el reconocimiento expreso de mi filiación afectiva a una antigua sociedad deportiva. Por mucho que parece sorprender, más ahora,  a una buena parte de mis amigos, compañeros y demás conocidos, desde muy pequeñito he profesado una inquebrantable afición por el Barça. Siguen sin entender estos estimados incrédulos que lo que movía dicha extravagancia o incongruencia -un tío como tú no puede ser del barça-  se ceñía, exclusivamente, a lo que ocurría en el campo o en la cancha, porque también me he sentido muy culé en cualquiera de  las secciones del que fuera gran club, antes de convertirse, primero,  en més que un club y más recientemente en plataforma y lanzadera de una cansina histeria nacionalista.

Dije ya, aunque ahora viene a cuento repetirlo, que entré en el Camp Nou (digo bien) de la mano de mi padre, es decir, siendo muy niño, para asisitir a los partidos de fútbol que jugaba el Club de Fútbol Barcelona. Recuerdo con la frescura de quien rememora los buenos momentos, aquellas primeras tardes de humo de farias y golosinas y de marcador simultáneo Dardo rodeado de cientos de aficionados amables que profesaban su afecto a aquella camiseta. Veía a pocos metros de distancia las carreras de Rife (Quimet, le llamaban desde las primeras filas de la banda), Reixach, (Charly, corre un poco más, chaval!), Asensi (el Chepa), etc... Un acomodador de tribuna, sentado junto a mi el año que debutó Cruyff me dijo textualmente:

- Este año no los para nadie.

Así fue. Aquel hombre había visto mucho fútbol.

Pasaron los años y advertí una cierta desafectación por parte de mi padre hacia el Barça. De reprente me di cuenta que dejó de ir al campo y apenas se interesaba por los resultados. No había entonces el seguimiento exhaustivo de las televisiones hacia este deporte-espectáculo: Estudio Estadio con la moviola de Ortiz de Mendíbil, la sección de deportes del Tele-express, el  Dicen y, un poco más tarde el 4-2-4, embrión del actual Sport. Aún así, un buen aficionado y fiel seguidor de algún equipo contaba con innumerables oportunidades para seguir con interés la marcha de una competición. Pues no, mi padre  había desconectado.

Lo entendí muchos años después. De la mano de las nuevas juntas directivas se pretendió transformar aquella entidad deportiva en algo més que un club, una plataforma como soporte y divulgación del incipiente nacionalismo separatista de finales de los setenta y primeros ochenta. Parecía estéril entonces, quién lo iba a decir, pero mi padre lo debió ver muy claro y comenzó a perder su interés.

Yo, con una venda delante de los ojos que me impedía advertir esa deriva, me desvivía por el juego del equipo. Mi juventud justificaba, tal vez, un cierto fanatismo contenido y procuraba asistir al estadio cada vez que jugaba el Barça cualquier competición. Es cierto que el ambiente había cambiado. Empezó a sonar Els segadors cuando asistía el President de la Generalitat y comenzaron a escucharse, cada vez con más frecuencia las archiconocidas consignas nacionalistas, en principio, y posteriormente directamente separatistas.

Han pasado muchos años desde entonces y la situación actual no merece, por evidente y cotidiana,  ser expuesta. Es la que se vive a diario en cualquier expresión deportiva, cultural, social, política, meteorológica, etc: exclusiva y excluyente de opiniones distintas y, en consonancia con ese pensamiento único, el Barça ha prestado su nombre y existencia a una causa que no comparto, que no es mía. 

La noche de banderas estrelladas del pasado miércoles ha sido, tarde tal vez, la última gota. Hasta aquí. Me va a resultar muy difícil contemplar una realidad cotidiana en la que en unos deportes que me gustan y donde existen una serie de competiciones de primer nivel nacional e internacional, participa un Club al que, desde lo más remoto de mis recuerdos, desde mi más tierna infancia,  he seguido fielmente, casi como un tonto al que junto a caramelos le arrean bofetadas. No puedo separar ni un minuto más lo que ocurre en el campo con lo que expresa un entorno hostil hacia todo lo que representa mi país, mi bandera y mi nacionalidad. No se cómo puede uno proponerse dejar de querer y lograrlo, pero voy a intentarlo.

Me costará, lo sé. Por el momento dejaré de hacer alardes de sus logros y haré como los futbolistas que le marcan un gol a su antiguo club; no lo celebraré. 

Pero en cualquier caso, ¿a quén le va a importar?

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