De forma express, casi sin preaviso, que mal nos tratan, coño, (no, no es cierto, todo lo contrario) me citan en Madrid, para formar parte de la presentación/demostración previa a la puesta en marcha de los procesos de gestión de facturación electrónica en nuestro ámbito profesional. Viaje relampago, ida y vuelta, en modo lluvia, sin pausas...
Madrid, para mí, siempre es una vuelta al pasado, un ajuste de cuentas, un paseo por Serrano. No me importa ya la ciudad, me importa su gente, la que va en metro, desde el aeropuerto, con su móvil incrustado en sus dedos, en sus ojos, en sus oídos. Envuelto el viaje subterráneo en miradas esquivas. Todos miran, pero nadie ve, no importa el grupo, no importa el que tienen enfrente. A cada parada se sucede un entrar y salir de extraños, individuos de todas las razas y condición, solitarios, individuos sobre los que recae un momento de reflexión, tansparentes unos por su aspecto, sobre los cuales es divertido imaginar a lo que se dedican; enigmáticos otros, impenetrables sus apariencias.
Si lo que te lleva a Madrid es un deber profesional, es una inmensa ciudad que puede resultar pesada. Desde el primer momento, tras emerger a la superficie en un plomizo día gris y lluvioso, resulta asfixiante. Mucho tráfico, mucho semáforo, muchos taxis y autobuses, todo ello bajo un inmenso chubasquero amarillo fosforescente, histeria de ambulancias, maullidos de sus sirenas. Transeúntes huyendo de sí mismos, a gran velocidad, esquivándose entre sí, bordeando los charcos de las aceras, parpadeando al ritmo de la fina lluvia...ruido, mucho ruido.
Madrid me gusta, pese a que desde Palma, en cualquier época del año, me resulta difícil acertar respecto de qué ropa llevar. Resulta incómodo porque suelo equivocarme; jamas coinciden las temperaturas y acabas pasando o mucho frio o mucho calor. Somos un tanto provincianos, Jaime, efectivamente. Esto me transmite cierta hostilidad, pero resulta pasajera y acaba uno adaptándose enseguida y está deseando desmelenarse a cañas y tapas, que de eso entienden un rato.
El vivo ritmo de la gran urbe me engulle y aprendo a sortear los roces de los peatones y a andar como uno más, a esa velocidad; no existe el paseo, corre! corre más...!
Nadie parece forastero, nadie lo es, creo. Todos somos Madrid. No es que resulte hospitalaria, es que a nadie le importa de donde uno venga, no imponen usos, no restringen hábitos, puede hablarse de todo y en cualquier lengua, no debe callarse uno nada, puede rotularse en chino o en zulú y no pasa nada. Qué envidia!
Se distanció hace mucho tiempo de Barcelona, donde la gente es de una pose mantenida que llega a producir hormigueo, donde hay que ser catalanísimo hasta para comprar el pan o pagar un taxi, aunque uno sea de Tegucigalpa, de Burundi o de Orihula del Tremedal. Es cierto que esa cruzada es mayoritariamente propia de los políticos, porque al final, al peatón del Paseo de Gracia y parece que ya, a partir de ahora, a muchos ciudadanos que han visto la luz de Freixenet (el resultado de sus ventas esta Navidad va a como un referendum) les va a empezar a importar menos lo catalán y mucho más lo español. Al final, pese al proceso de más de treinta años de catalanización de todas las capas sociales, deberá imponerse la lógica y el buen entendimiento. No es necesario faltar ni ofender. Cataluña es Cataluña, pero también es España.
Ja ho verem!
Si lo que te lleva a Madrid es un deber profesional, es una inmensa ciudad que puede resultar pesada. Desde el primer momento, tras emerger a la superficie en un plomizo día gris y lluvioso, resulta asfixiante. Mucho tráfico, mucho semáforo, muchos taxis y autobuses, todo ello bajo un inmenso chubasquero amarillo fosforescente, histeria de ambulancias, maullidos de sus sirenas. Transeúntes huyendo de sí mismos, a gran velocidad, esquivándose entre sí, bordeando los charcos de las aceras, parpadeando al ritmo de la fina lluvia...ruido, mucho ruido.
Madrid me gusta, pese a que desde Palma, en cualquier época del año, me resulta difícil acertar respecto de qué ropa llevar. Resulta incómodo porque suelo equivocarme; jamas coinciden las temperaturas y acabas pasando o mucho frio o mucho calor. Somos un tanto provincianos, Jaime, efectivamente. Esto me transmite cierta hostilidad, pero resulta pasajera y acaba uno adaptándose enseguida y está deseando desmelenarse a cañas y tapas, que de eso entienden un rato.
El vivo ritmo de la gran urbe me engulle y aprendo a sortear los roces de los peatones y a andar como uno más, a esa velocidad; no existe el paseo, corre! corre más...!
Nadie parece forastero, nadie lo es, creo. Todos somos Madrid. No es que resulte hospitalaria, es que a nadie le importa de donde uno venga, no imponen usos, no restringen hábitos, puede hablarse de todo y en cualquier lengua, no debe callarse uno nada, puede rotularse en chino o en zulú y no pasa nada. Qué envidia!
Se distanció hace mucho tiempo de Barcelona, donde la gente es de una pose mantenida que llega a producir hormigueo, donde hay que ser catalanísimo hasta para comprar el pan o pagar un taxi, aunque uno sea de Tegucigalpa, de Burundi o de Orihula del Tremedal. Es cierto que esa cruzada es mayoritariamente propia de los políticos, porque al final, al peatón del Paseo de Gracia y parece que ya, a partir de ahora, a muchos ciudadanos que han visto la luz de Freixenet (el resultado de sus ventas esta Navidad va a como un referendum) les va a empezar a importar menos lo catalán y mucho más lo español. Al final, pese al proceso de más de treinta años de catalanización de todas las capas sociales, deberá imponerse la lógica y el buen entendimiento. No es necesario faltar ni ofender. Cataluña es Cataluña, pero también es España.
Ja ho verem!
No venía a cuento, pero este cielo del viernes pasado en Palma no tenía desperdicio
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