miércoles, 31 de diciembre de 2014

La gaseosa griega

Una de estas noches de alfombra afgana y arbolito de navidad con sus estrellitas parpadeantes y gracias a la excelente oferta televisiva, superpoblada de inteligentísimas autoridades con interesantísimas historias que contar, acompañadas de soeces risotadas y palmetazos (es la televisión que tenemos) sucumbimos a los encantos de una exquisita película, en un canal de pago: Antes de la medianoche, (tercera entrega de una interesante trilogía) cuya acción se desarrolla en una bellísima Grecia rural, alejada de los sobadísimos circuitos turísticos comerciales y ajena, por la sabiduría de uno de sus protagonistas, a la cruel crisis que la/nos azota desde hace años y que su dirigente clase política negaba y falseaba (nos suena). Se plantean en sus dinámicos diálogos, cuestiones referentes al feminismo, al compromiso y a la conciliación familiar, al amor, al sexo y a la religión; todo ello con un trasfondo social muy reconocible hoy en día, gran crisis de valores, en cualquier ámbito local. Resulta, además, el entorno geográfico, por mediterráneo, muy próximo a lo nostro, a lo balear.

De resultas del desarrollo de la película, he acabado identificando el sano ejercicio de hacer un peloponeso con el jugoso y apetecible bocado de practicar un "simpa" de prole y salir corriendo, con tu propia, sin maletas ni neceseres, a un hotelito apartado, a ser posible en idílico lugar y discutir apasionadamente, en pareja, sobre el por qué de  todo (El perquè de tot plegat, de Quim Monzó) para, finalmente, redimirse con la dulce confirmación de sentimientos que el vertiginoso transcurso de los días impide disfrutar.

En esa reflexión me hallaba cuando por la radio escuché la noticia sobre la posible convocatoria, para este mes de enero, de elecciones generales en Grecia. Y, gracias a Dios y a todo el olimpo griego, va a resultar que el experimento con gaseosa nos va a resultar a los españoles gratis total y vamos a contemplar como los planteamientos del Podemos heleno, Syriza, pueden auparle al Gobierno de la nación, desde su arrebato y anunciada voluntad de no atender al cumplimiento de su enorme deuda exterior y de no seguir las directrices de Bruselas, consecuentes con su grave situación, pese a los tímidos datos de inicio de su recuperación. Por contra propugnan echar al saco de la deuda pública todas las necesidades de los ciudadanos griegos. Pues muy bien. Así podremos analizar el resultado en carne ajena. Indirectamente pagaremos las consecuencias porque el rescate de ese transatlántico a la deriva lo pagaremos el resto de los europeos. 

La gran metáfora del crucero en llamas en medio del Adriático, en ruta entre una Grecia arruinada y una Italia que parece estar muy lejos, mientras el humo, la procelosa mar y las trampas en el cabotaje hacen cada vez más difícil el rescate de los pasajeros. 

¿Podemos o nos ahogamos directamente?

lunes, 29 de diciembre de 2014

Unas migas de pan sobre el mantel

Llegó el tiempo de las largas sobremesas, de los menús exquisitos, de los buenos vinos y excelentes cavas o champagnes. No acabamos de retirar las migas de pan que quedaron sobre el mantel de la comida y estamos ya preparados para confeccionar el siguiente manjar. Y así...

Queda, junto a las últimas copas que todavía contienen el último traguito de vino y que no han sido retiradas,  un culín de melancolía, de cierta nostalgia. Pasan los años -muy deprisa- y se van subiendo a la mesa los pequeños cachorros de ayer. Se suceden los roles alrededor del mantel y van llenándose los huecos que fueron quedando, los de aquellos que se apearon en su estación -como rezaba uno de los  más atinados "guasaps" que he recibido últimamente (gracias, Maribel)- a los que echamos de menos durante todo el año, pero especialmente estos días. Rendimos tributo de la mejor manera que se puede hacer al llegar estas fechas; reuniéndonos en torno a la mesa, cuanto más familia, mejor. Como si de un ritual se tratase, vuelve a chuflar la olla express hora tras hora, desde unos cuantos días antes de la gran cita, para obtener litros y litros de caldo de Navidad, elixir de dioses. De fondo, suena, amortiguada por los vapores de la sala de máquinas en la que se ha convertido la cocina,  la monótona letanía de los niños del Colegio de San Ildefonso, confundiéndose con sonidos de carreras y risas de otros niños, los de la casa, escaramuzas de broma entre Peter Pan y el Capitán Garfio, o  entre Mowgli y Bagheera o las atenciones de Nancy con su Kent y sobre todo las aventuras de los Clicks; el circo, la granja, la escuela, el barco pirata... Toda esta tropa, pasillo arriba, pasillo abajo, desde hace tantos y tantos años. El sonido de la Navidad.

Esos juguetes de antaño, esos niños de ayer, se han subido ya a la misma mesa  de los adultos, que también jugaron sobre la misma alfombra de lana que cubrió todos los suelos que acogieron vivienda viva, y comparten ya hoy, el mismo menú, con la vajilla de cada año, con los cubiertos y las copas de los días especiales y han cambiado las ruedas de los cochecitos y los peines de las muñecas por naipes y fichas. Vamos creciendo y los mayores nos miramos a hurtadillas y se nos escapa un brillo en los ojos. La trágica felicidad de la vida que transcurre día a día, la paradójica realidad de cada casa, de cada hogar, las alegrías y las penas,  que dejan sus huellas junto a las migas que quedaron en el mantel.


Quedan huérfanos por unos breves instantes un montón de móviles parpadeando, recibiendo una extensa gama de felicitaciones, de citas, de mensajes de recuerdos de pasadas vivencias, de afectos sentidos, rancios algunos, pero sinceros todos y de emociones compartidas que estos días, sí, alcanzan su objetivo. Nos llegan retales de la vida de hermanos, de primos, de amigos lejanos que hoy, ¡vaya!, no se sentaron en nuestra mesa, a los que no llenaremos su copa con nuestros vinos, pero que siguen ahí, junto a nosotros, como si compartieran la misma mesa y mantel y dejaran sobre él, sus propias migas.

El plato del bacalao

Uno de los imprescindibles cuando llegan estas fechas, en casa, es el bacalao, en cualquiera de sus recetas. Especialmente singular es el conocido por toda mi familia como "el plato del bacalao". Al parecer, sus raíces se remontan a una receta que ejecutaba a la perfección una cocinera que trabajó hace más de sesenta años en la casa de unos tíos nuestros, interpretando a su vez una preparación de un restaurante de Pamplona, que ya cerró,  llamado Las Pocholas, uno de los favoritos, en sus viajes por España, de Ernest Hemingway. Mi madre aprendió a cocinarlo y mi padre a ir corrigiéndolo, supongo, año a año hasta llegar a convertirse en un clásico para cualquier día de la Navidad.

Se requiere un lomo  de bacalao desalado de primera, que iremos desmenuzando en lascas muy finas de tal manera que su tamaño se homologue al de unas patatas cortadas en daditos (max 1 cm.). Iremos sofriendo unas cebollas cortadas muy finas en aceite hasta que alcancen un tono dorado, sin llegar a caramelizar. Cuando lleguen a ese punto, añadiremos el bacalao que sofreiremos muy lentamente, a fuego bajo, permitiendo que vaya soltando su grasa, como un pil-pil lento, sin convulsiones ni agitaciones. En este punto, podría añadirse medio vaso de vino blanco seco. Al tiempo que vamos logrando ese milagro iremos friendo las patatas, que deben quedar doradas y crujientes e iremos reservando. Agregaremos unos pimientos del piquillo asados previamente, e igualmente cortados a dados de similar tamaño que las patatas y el bacalao e iremos mezclando con mucho cuidado todo, poco a  poco para que vayan empapándose recíprocamente las fragancias de cada producto. Haremos una sustanciosa bechamel, abundante, que llegue hasta casi el fondo de la gran fuente de horno y dejaremos reposar para que el bacalao impregne con su aroma toda la preparación. Finalmente cubriremos con un buen queso rallado y hornearemos para que alcance alta temperatura (se ha de tomar caliente) y que una fina y crujiente costra de queso cubra toda la fuente o las fuentes. Este año, en casa, dos fuentes de gran tamaño. 
Gracias mami, abuela.

Otro día, otro clásico. Buen provecho!


lunes, 22 de diciembre de 2014

Otra visita esperada

Hace unos pocos días ha vuelto a primera plana de la prensa, si es que alguna vez se fue, Afganistán. Ha sido con ocasión del viaje sorpresa y relámpago de la Vicepresidenta SSdS. (la grande) junto con el Ministro a la Base de Herat, para pasar unas horas con el personal militar allí desplazado. Lo hemos podido ver en la televisión y sobre todo en la prensa digital, en la información general y en unos cuantos blogs periodísticos, alguno de los cuales muy completos y recomendables.

Removían mi memoria esas imágenes de la entrada del Role 2, que tuve que visitar unas pocas veces para asuntos leves -afortunadamente- y las de ese comedor donde hemos desayunado, comido, cenado y brindado durante seis meses y pico. Y si no fuera suficiente con mis propios recuerdos, mucha gente, mi gente, ha querido sumarse a ese proceso de evocación de mis días pasados en Herat. Gracias, amigos. Irremediablemente me he visto añadido a ese "selfie" tras el brindis por S.M. el Rey y por España. (fuimos casi los últimos en levantar la copa de vino español por D. Juan Carlos I. Ahora es el tiempo de  D. Felipe VI).

No me sorprende el apiñamiento de esos colegas del uniforme pixelado junto a la Vice bajo el "gadgetobrazo" que sustenta el móvil, probablemente aquel, el producto estrella de las ventas de Musa, el tendero del cortinglés de la FSB, al que le compramos relojes, altavoces y teléfonos que han ido muriendo y rindieron tan corto servicio al regreso de nuestra misión. (Al final, poco después de un año desde entonces, sólo funcionan la alfombra y las pashminas, que no requieren recarga eléctria y  algún que otro minialtavoz, que tampoco he usado en exceso)

Conocemos el revuelo que provoca una visita así cuando estás tan lejos de casa y eres consciente de que tu familia y tus amigos tratan de encontrarte en las imágenes que se cuelan en los telediarios y esperan verte con tu uniforme, para mostrarte con orgullo a tus hijos, a tus vecinos, como un héroe de papel de prensa o de píxel luminoso.  Ahí esta papi, ahí esta mami.

En uno de los periódicos publicaron una fotografía que celebré especialmente y que reproduzco un poquito más abajo. Se corresponde con la visita al Role 2 (hospital), a una mujer afgana sentada sobre una cama, charlando con la Vicepresidenta y haciendo de traductora mi querida Asalah (nombre ficticio); la intérprete iraní a la que dediqué una entrada en este blog hace casi un año. Me gustó saber que sigue en la Base, haciendo su trabajo y desearía que para la nueva misión que ha de empezar en el 2015 siga desemeñando su labor junto al contingente militar español.


Al tiempo que escribía esta entrada, sonaba casualmente en la radio una amable sinfonía de Mozart y volvió la mente, volando, a mi despacho de la FSB, a aquellas tardes de cualquiera de los días de la semana, sin desatender escrituras ni cuentas, que quede claro,  disfrutando de la excelente música que me prestó Juan, el legad. Sin duda, todos muy buenos recuerdos.

https://www.youtube.com/watch?v=zHCtXi9mgVU


lunes, 15 de diciembre de 2014

Agónica periferia

Desde que mis hijas empezaron a tener edad de aprender a dibujar piruetas en el aire, vestidas y calzadas del Bolshoi o desde que empezamos a embutir en sus cabecitas el lenguaje de Shakespeare o habilidades con las cuerdas de una guitarra, me he visto obligado a dedicar el tiempo de espera en forzosos paseos por algunos barrios periféricos de Palma de Mallorca. Debería decir que, tal vez por el inescrutable caracter local, todo lo que no sea centro-centro, en Palma es periferia, a pesar de que coexisten barrios que alojan en sus calles una mayor actividad comercial y de ocio que otros.

En cualquier caso no se trata de estos últimos, los barrios a los que yo me refiero, justo lo  contrario, sino esos otros en los que todo el tráfico peatonal o rodado resulta siempre de paso. Mantienen un pulso muy lento, especialmente grave cuando se cierne sobre sus calles la decadente y triste luz del invierno. Sus aceras son estrechas, nunca excesivamente aseadas, ni en buen estado de conservación, ni tampoco muy beneficiadas por el trato de los servicios municipales de limpieza. Por ella transitan, en la mayoría de las ocasiones en las que yo paseo, personas mayores; unos, en pareja, cogidos de las manos -amor sólido-, ella en zapatillas de paño, de las de estar por casa y bata de franela. Otros, meramente abandonadas al cariño y compañía de una pequeña mascota, esos perrillos mil leches de andares viejos y cansados, paseos en los cuales, parece tirar más el amo que el propio perro, con una correa innecesaria - ¿dónde te vas a ir?- que apenas eleva su triste mirada al cruzarse un extraño con ellos, que apenas olisquea ya en los alcorques.

En las plantas bajas, locales comerciales vacíos, con los cristales opacados por la suciedad y alfombrado el suelo de sus entradas con cartas y diarios amarillentos que nadie nunca llegará a leer, empapelados con una gran profusión de carteles con una leyenda de significación única; todo en venta, alquiler o traspaso...no hay actividad. Hoy abren un local de frutas, mañana de venta de chuches, bebidas y pan de baja calidad. Negocios que duran cuatro días y que mudarán en breve a la misma condición que los que los rodean. Bares vacíos, asfixiados por una excesiva y paupérrima oferta y una baja demanda. Muchos locutorios con ofertas de venta de refrescos de cola a euro "la tirá". Y los "chinos", múltiples y atiborrados bazares del siglo XXI, con olor a humedad y plástico,  donde venden, todavía hoy a precio de conveniencia, productos de pésima calidad y muy corto recorrido y que permanecen abiertos pese a que, incomprensiblemente, de sus ventas viven varias familias.

Oscurece la tarde y me entra el frio en la garganta y avanzando los minutos se ven menos peatones y menos luz en las plantas bajas.  Si miras hacia arriba, en esos barrios, además de ver cientos de muñecos colorados colgados de las ventanas (nunca he sabido si pretenden entrar o salir huyendo) y guirnaldas luminosas de colores, te das cuenta de que nadie hizo un verdadero esfuerzo por armonizar la construcción de esas horribles fachadas en un entorno más agradable y vistoso. Por contra, brotaron como obra del mal gusto, edificios de variadas alturas, colores e indefinidos estilos. Y luego, cada vecino, cada propio, cerró y remató su terraza, coladuría o balcón como le salió del güito, que diría Alfredo Z., sin que se hiciera respetar lo más mínimo disciplina urbanística alguna, ni recomendación de comunidad de propietarios, ni sentido común, ni estética. 

Peatones de colores y lenguas diversas en calles con una ornamentación navideña deslucida que inclina muy poco a la alegría; cuatro rótulos luminosos, con mensajes ya manidos, que transmiten euforia cero, trasnochados, separados entre por sí por todo un año litúrgico, por más distancia de la que separa la opulencia luminosa navideña del centro-centro de esta agónica perifeferia. ¿Por qué ponen esos adornos tan pobres en estas calles, papá?

Para aislarme ligeramente, acabo calzándome los auriculares y me regalo un poco de música bullanguera, deseando que llegue el final de la clase y poder volver a casa.

martes, 9 de diciembre de 2014

Madrid

De forma express, casi sin preaviso, que mal nos tratan, coño, (no, no es cierto, todo lo contrario) me citan en Madrid, para formar parte de la presentación/demostración previa a la puesta en marcha de los procesos de gestión de facturación electrónica en nuestro ámbito profesional. Viaje relampago, ida y vuelta, en modo lluvia, sin pausas...

Madrid, para mí, siempre es una vuelta al pasado, un ajuste de cuentas, un paseo por Serrano. No me importa ya la ciudad, me importa su gente, la que va en metro, desde el aeropuerto, con su móvil incrustado en sus dedos, en sus ojos, en sus oídos. Envuelto el viaje subterráneo en miradas esquivas. Todos miran, pero nadie ve, no importa el grupo, no importa el que tienen enfrente. A cada parada se sucede un entrar y salir de extraños, individuos de todas las razas y condición, solitarios, individuos sobre los que recae un momento de reflexión, tansparentes unos por su aspecto, sobre los cuales es divertido imaginar a lo que se dedican; enigmáticos otros, impenetrables sus apariencias.

Si lo que te lleva a Madrid es un deber profesional, es una inmensa ciudad que puede resultar pesada. Desde el primer momento, tras emerger a la superficie en un plomizo día gris y lluvioso, resulta asfixiante. Mucho tráfico, mucho semáforo, muchos taxis y autobuses, todo ello bajo un inmenso chubasquero amarillo fosforescente, histeria de ambulancias, maullidos de sus sirenas. Transeúntes huyendo de sí mismos, a gran velocidad, esquivándose entre sí, bordeando los charcos de las aceras, parpadeando al ritmo de la fina lluvia...ruido, mucho ruido.

Madrid me gusta, pese a que desde Palma, en cualquier época del año, me resulta difícil acertar respecto de qué ropa llevar.  Resulta incómodo porque suelo equivocarme; jamas coinciden las temperaturas y acabas pasando o mucho frio o mucho calor.  Somos un tanto provincianos, Jaime, efectivamente. Esto me transmite cierta hostilidad, pero resulta pasajera y acaba uno adaptándose enseguida y está deseando desmelenarse a cañas y tapas, que de eso entienden un rato.

El vivo ritmo de la gran urbe me  engulle y aprendo a sortear los roces de los peatones y a andar como uno más, a esa velocidad; no existe el paseo, corre! corre más...!

Nadie parece forastero, nadie lo es, creo. Todos somos Madrid. No es que resulte hospitalaria, es que a nadie le importa de donde uno venga, no imponen usos, no restringen hábitos, puede hablarse de todo y en cualquier lengua, no debe callarse uno nada, puede rotularse en chino o en zulú y no pasa nada. Qué envidia!

Se distanció hace mucho tiempo de Barcelona, donde la gente es de una pose mantenida que llega a producir hormigueo, donde hay que ser catalanísimo hasta para comprar el pan o pagar un taxi, aunque uno sea de Tegucigalpa, de Burundi o de Orihula del Tremedal. Es cierto que esa cruzada es mayoritariamente propia de los políticos, porque al final, al peatón del Paseo de Gracia y parece que ya, a partir de ahora, a muchos ciudadanos que han visto la luz de Freixenet (el resultado de sus ventas esta Navidad va a como un referendum) les va a empezar a importar menos lo catalán y mucho más lo español. Al final, pese al proceso de más de treinta años de catalanización de todas las capas sociales, deberá imponerse la lógica y el buen entendimiento. No es necesario faltar ni ofender. Cataluña es Cataluña, pero también es España. 

Ja ho verem!









No venía a cuento, pero este cielo del viernes pasado en Palma no tenía desperdicio

lunes, 1 de diciembre de 2014

Amor, amor. Amor sólido, amor líquido

La primera vez que oí hablar de ello fue hace unas semanas (será que soy muy bruto), uno de esos sábados en los que sujeto el arnés de mi alboreo insomnio al cálido acompañamiento de la radio. A través del minúsculo pinganillo escuchaba un programa en el que la mayoría de los tertulianos coincidían, pese a la sonora expresión de sorpresa de su presentadora, al afirmar que el "amor para toda la vida" - amor sólido- estaba condenado a la desaparición; hablaban de él como si se tratara de una especie en peligro de extinción y, por contra, cada vez con mayor presencia, se imponía el "amor líquido", que inicialmente me sonaba muy claro y evidente, pero que llegado el momento resulta que, sin ser exactamente el "aqui te pillo....aqui te mato" de toda la vida,  se articula bajo una renuncia, expresa o tácita, al compromiso y la responsabilidad de una relación estable basada en fuertes y, en mayor o menor medida, sólidos vínculos afectivos.

Atraído por la controversia, me dispuse a escuchar la exposición de  los argumentos que sustentaban esa opinión, a sabiendas de que de esa manera liquidaba cualquier mínima posibilidad de recaer en el foso del sueño merecido,  por ser el sábado un día entregado al proyecto de no tener que madrugar en exceso.

Al parecer y como un hecho irrefutable, en la excesivamente consumista sociedad actual, el ritmo de vida del ser humano, en su concepción personal, voluntariamente resuelta a proyectarse de manera individual y aislada respecto de los intereses comunes del grupo, resulta cada vez más incompatible con una relación permanente de pareja y, mucho menos, familiar. Tan sólo por su necesidad de interrelación sexual, en todo caso y huyendo siempre  de un compromiso vocacionalmente estable y vinculante, este individuo (hombre o mujer, indistintamente) es capaz de alcanzar un tipo de relación en la que en nada o en muy poco interviene el afecto, ni tan siquiera de manera fingida o simulada. Por contra, se orienta, esa relación, a constituirse como un lazo sencillo, en el mejor de los casos, fácil de deshacer y cuya interrupción no debería acarrear desgarros emocionales graves, nunca al menos para ambas partes, aunque muy posiblemente, una de ellas, sí pueda resentirse y pasar a ser víctima de frustrantes consecuencias. Una nueva factoría de infelicidad.

Indagando, gracias a internet, en este giro social en el concepto tradicional del amor, encuentro que parte del reconocimiento científico de esta teoría se debe el pensamiento del sociólogo polaco que acuñó el término, Zygmunt Bauman, en su libro Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Ed.: Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2005,  del cual destaca una frase contundente que te escupe el monitor nada más teclear el nombre (resultando sin premio ni mérito el afán investigador)  "...vivir juntos-por ejemplo-adquiere el atractivo del que carecen los vínculos de afinidad. Sus intenciones son modestas, no solemnes, ni están acompañadas por música de cuerda ni manos enlazadas. Casi nunca hay una congregación como testigo y tampoco un plenipotenciario del cielo para consagrar la Unión. Uno pide menos, se conforma con menos y, por lo tanto, hay una hipoteca menor para pagar y el plazo del pago es menos desalentador."

Lo cierto, al final, es que contemplando a nuestro alrededor nos encontramos que esta teoría es muy susceptible de fácil constatación y sin necesidad de alejar mucho el objetivo de nuestra mirada.

Ligeramente aturdido, desde la gravedad de la angustia que provoca la oscuridad de las reflexiones nocturnas, pese a la tenue penumbra de la habitación y confuso por saberme condenado a la desaparición, me desprendí de mi pinganillo, abandoné mi almohada y me abracé al todavía a esas horas cuerpo durmiente de mi mujer, mi esposa, confiando poder disfrutar de una justa ración de nuestro amor sólido esa mañana de sábado.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...