Va calando poco a poco, casi de forma imperceptible. Cualquier día, no importa la hora, te asalta mientras esperas parado en un semáforo en rojo, mirando a tu alrededor, observándola como si fuera una suave brisa, paseando sobre la acera, levantando levemente tules y otras telas vaporosas y algunos cabellos, arrastrando su velo, coqueteando de manera insinuante. Se pone el semáforo en verde, arrancas y subes un poquito el volumen de la radio, donde suena esa canción que hacía mucho tiempo que no escuchabas y que tanto te gustaba. Le guiñas un ojo a tu propio estado de ánimo y te olvidas de tus pequeños pesares de cada día, en coche al trabajo, del trabajo a casa, de casa al cole, del cole a las extraescolares, de nuevo a casa...(bueno, si entre tanta carrera, de un lado a otro, se cuelan dos horitas de tenis, a mitad de la jornada, aún quitándote de comer ese día....). Me pilla un rayo de sol subiendo hasta Arabella, rodeado de campos de golf, con el olor refrescante que ha dejado la lluvia sobre la hierba recién cortada, con la ventanilla bajada, permitiendo que la humedad del ambiente empape mi piel.
O te asalta, también, cualquier domingo, tempranito, de esos que nacen cubierto el cielo por nubes de mil grises y algún morado. Después de desayunar salgo a la terraza de casa, desde la que se contempla toda Palma, a la cual castigo con mi espalda, sin querer, cada día, porque vivimos demasiado deprisa, supongo.
Me siento en la butaca de mimbre. Casi silencio. Tan sólo se escuchan los trinos de las golondrinas y hacen que me fije en ellas. De repente, resulta que son cientos de ellas, de variado tamaño, revoloteando entre los edificios, cayendo en picado y remontando, gorjeando, en lo que aparentemente es un desfile caótico. Van y vienen anárquicamente. Parece que no tiene ningún sentido esa algarabía, pero en cada viaje, si observas, adviertes que cumple cada una su misión. Capturan insectos en vuelo y los depositan en los picos de los polluelos que hay en los nidos, bajo los aleros del ático de enfrente, a pesar de la presencia escasamente disuasoria de unos viejos cedés, colgados de las tejas. Ensucian mucho, será cierto, pero esta mañana de domingo, sin apenas tráfico, y a pesar de los nubarrones, su presencia también te levanta el ánimo.
Me siento en la butaca de mimbre. Casi silencio. Tan sólo se escuchan los trinos de las golondrinas y hacen que me fije en ellas. De repente, resulta que son cientos de ellas, de variado tamaño, revoloteando entre los edificios, cayendo en picado y remontando, gorjeando, en lo que aparentemente es un desfile caótico. Van y vienen anárquicamente. Parece que no tiene ningún sentido esa algarabía, pero en cada viaje, si observas, adviertes que cumple cada una su misión. Capturan insectos en vuelo y los depositan en los picos de los polluelos que hay en los nidos, bajo los aleros del ático de enfrente, a pesar de la presencia escasamente disuasoria de unos viejos cedés, colgados de las tejas. Ensucian mucho, será cierto, pero esta mañana de domingo, sin apenas tráfico, y a pesar de los nubarrones, su presencia también te levanta el ánimo.
Pasea también, entre otros sitios, por el centro de Palma, cualquier mañana o tarde (he tenido ocasión, esta semana de comprobarlo) junto al Paseo del Borne, la nueva milla de oro. Cientos de turistas y/o extranjeros con aspecto de gozar de un elevado poder adquisitivo, cargados con las bolsas de sus compras en las mejores tiendas, como si estuvieran de rebajas y luego abarrotando las terrazas y los restaurantes para comer, para cenar, alrededor de la Lonja, dejando muy poquito hueco a los que vivimos aquí todo el año y quisiéramos que los importes de los servicios en bares y restaurantes no fueran aptos ex-clu-si-va-men-te para aquellas economías. Nosotros apenas llegamos, no podemos. Se quejan algunos de nuestros visitantes, con razón, de que Palma es carísima, que no todos los restaurantes han querido o han podido adaptarse a la economía de crisis, como sí han hecho, en su mayoría, en otras ciudades españolas. Lo decía el otro día un tertuliano radiofónico (Josemi, en el programa de Herrera). "Los mallorquines pagáis en restaurantes normales de Mallorca lo mismo que pagamos nosotros en los que son muy buenos de Madrid, pero aquí, ni siquiera os ponen mantel." Será que es muy "cool", o nos colocan servilletas de papel -colhogar-, sobre mantel de tela; nada cool, of course y en ocasiones, el servicio deja bastante que desear, añado yo.
En fín, será el precio que hay que pagar por vivir en esta Comunidad, preferible, en cualquier caso, a tener que soportar los malos modales y consecuencias del turismo low-cost (que también conocemos sobradamente) que, además, no resulta ni rentable ni enriquezedor para el pais.
Bueno, pues a pesar de eso, también ella te levanta el ánimo...
...Palma, abierta por primavera.
Bueno, pues a pesar de eso, también ella te levanta el ánimo...
...Palma, abierta por primavera.
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