lunes, 5 de mayo de 2014

Herat, un año ya.

El pasado viernes se cumplió un año desde el inicio de mi misión en Afganistán. Unos días atrás, algunos de los compañeros de viaje hemos tenido y, de alguna manera, compartido, momentos de recuerdo de la "efeméride". Concretamente,  a través de un reducido grupo de chat de whatsapp y mucho más personalmente con Juan Ferrer, todo un "legad advisor", que ha pasado unos días, junto con Clara y Juanito, aquí en Mallorca, con sus amigos los Olmedo. (Butler X 4).

La noche anterior de la partida, marcada por la emotividad de una discreta e íntima despedida familiar, no logré pegar ojo. A mi habitual dificultad para conciliar el sueño,  se añadió la tensión emocional vivida la tarde anterior y la curiosidad e incertidumbre por lo que se me avecinaba. Junto a mi cama, sobre una silla de la austerísima (por llamarla de alguna manera) habitación de la Residencia "El Gato" de la Base de Torrejón, todo mi uniforme árido, ordenadamente dispuesto, como el galán de noche de un torero, preparado para debutar con picadores en plaza de primera. Sobre la moqueta,  las botas, todavía lustrosas y preparadas para soportar los seis meses y pico de misión y junto a ellas, el petate azul del Ejército del Aire, cargado hasta arriba con todos los bártulos de dotación.

La leve penumbra que asomaba por el ventanal, una vez apagada la bombilla de 25 w que ¿iluminaba? la habitación, convertía el escenario en el plató de grabación de una película bélica, mi propia película. Sólo faltaban caprichosas volutas de humo azulado de cigarrillo elevándose hacia el techo, una botella de bourbon semivacía sobre la mesilla y el sonido de cualquier canción de The Doors ( y si, por qué no? "The End", ya puestos). Ni fumo, ni bebo a solas en la oscuridad, pero si lo hiciera, este sería un momento cinematográficamente adecuado para ello.

Durante la mañana siguiente, la tensión me mantuvo espabilado y, esperando muy inquieto el momento en que nos dieran la orden de embarque, las horas pasaron muy despacito. Algunas caras conocidas y rostros de muchos familiares que podían acompañar a sus hijos, padres, cónyuges en estos momentos previos a la partida reflejaban tristeza y gravedad. Imposible abstraerse de esa sensación de cierto temor que me hacía reflexionar sobre lo acertado o no,  de mi decisión de participar en aquella misión.

El viaje se hizo muy largo, desde Madrid a Las Palmas, para recoger a parte del contingente, a ritmo de banda militar y luego despegar finalmente hacia Estambul, paso previo a nuestra llegada a Herat. En mi pulsera figuraba todavía la hora española, madrugada, cuando sobrevolamos grandes extensiones de dunas ocres ya iluminadas por el sol. Vi un gran valle verde que rompía el monocromático paisaje y me llamó la atención su vegetación. Posteriormente, después de consultar el Google Earth, pude comprobar que debía tratarse de una zona muy próxima a la frontera con Irán, al noroeste de la provincia de Herat. El insomnio empezaba a hacer mella en mi estado de ánimo. Sólo quería llegar de una vez a destino y darme una buena ducha antes de empezar a descubrir la realidad que nos aguardaba. 

El primer día en la FSB "Camp Arena" transcurrió muy pesadamente, debido al insomnio y el cansancio que arrastraba de las últimas veinticuatro horas y del agotador proceso ("in processing") de bienvenida que nos habían programado impíamente, mediante interminables horas de conferencias y charlas repetitivas sobre el terreno, de aspectos de la misión y de la propia Base.

El aire, la luz, el color, el sol, el sonido, el polvo en suspensión, la alegría de los que se iban, la oscuridad de la noche -el blackout- y el inmenso manto de estrellas sobre nuestras cabezas... demasiada información. No obstante, para asegurar unas pocas horas de sueño profundo decidí, no sin cierto temor, dejarme ayudar por medio comprimido de stylnox. Caía lentamente por el plácido tobogán que me llevaba hasta los pies de Morfeo cuando sonaron dos fuertes explosiones. Me resistí a otorgar fundamento a lo que, ingenuamente, atribuí a verbena de barrio. Al cabo de un rato, alguien gopeó la puerta de mi dormitorio y gritando a viva voz recomendaba abandonar el edificio y dirigirnos urgentemente al refugio. Con mucha parsimonia, obra del hipnótico que acababa de ingerir y como si lo tuviera previamente ensayado, me vestí, me calcé y me dirigí al refugio de sacos terreros.....





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