Copia bien, niña, no falles,
no cambies las bes por uves,
ni cambies las uves por bes.
Copia bien, niña, no falles,
no cambies las ges por jotas,
ni cambies las jotas por ges,
tampoco olvides las haches,
copia bien, niña, no falles.
Ana y Asís Olmedo.
Viendo el vestido de comunión colgado del tirador de uno de los armarios del dormitorio, rozando la alfombra, me doy cuenta de lo rápido que han pasado todos estos años. Desde mi cama, mirando hacia la izquierda, con la cabeza apoyada en la almohada, te imagino, te recuerdo con apenas año y medio -ya dormías en cama-. Te levantabas despacito, te acercabas descalza desde tu cuarto muy sigilosamente a donde yo dormía, con tu pelo enmarañado, el coletero desprendido y tus ojitos bien abiertos. Te quedabas callada hasta que yo advertía tu presencia. Nos mirábamos, sonreías; ¿Has dormido bien? te preguntaba yo. Si, papá, he dormido bien!
Un
buen día, después de muchos como aquellos y siguiendo fielmente esa
rutina, te adelantaste a mi pregunta; sin darme tiempo a formularla, me
espetaste: hola, papá, he dormido bien! Sin darme tiempo ni a encajar el
golpe, te colaste entre nuestras sábanas, entre papá y mamá, para
seguir risueña, enredada entre nosotros, esperando tu ración matutina de
mimos y cosquillas. Blup, blup, blup; hacía sonar en mi boca, mientras
mi mano abriéndose y cerrándose como una medusa sobre tu cabeza, bajaba
lentamente hasta tu cara que acababas medio tapando con tus manos
menuditas, intentando eludir el feroz ataque.
Echo un vistazo de nuevo al vestido crudo y su faja de color magenta y te veo ya vestida para tu primera comunión y sólo han pasado nueve años desde tu debut en este mundo, con tu genio inquieto y precipitado que envuelve todas tus acciones y actuaciones cotidianas, con esa chispa que no siempre logramos contener, que tanto quisiéramos reducir en determinados momentos y que tanto echamos de menos cuando no te tenemos cerca.
Es un gran paso. La primera comunión, más allá de una fiesta familiar y de un atracón de chuches y alocadas carreras por el jardín con María, todas tus primas, tu primo y tus amiguitas, es un acontecimiento muy especial para nosotros y marcará un punto al cual volverá tu memoria muchas veces el resto de tu vida.
Te deseo toda la felicidad que merece tu singular manera de ser y de concebir la realidad de todo cuanto te rodea. Espero que la madurez que debes ir adquiriendo con el paso de los años no nos prive de tu genialidad, a pesar de que algunas veces pueda resultar desquiciante para los adultos que ignoramos, a veces, que no dejas de ser una niña de nueve años.
Recuerda siempre nuestras tres piedras: quiero, sé, puedo.
Echo un vistazo de nuevo al vestido crudo y su faja de color magenta y te veo ya vestida para tu primera comunión y sólo han pasado nueve años desde tu debut en este mundo, con tu genio inquieto y precipitado que envuelve todas tus acciones y actuaciones cotidianas, con esa chispa que no siempre logramos contener, que tanto quisiéramos reducir en determinados momentos y que tanto echamos de menos cuando no te tenemos cerca.
Es un gran paso. La primera comunión, más allá de una fiesta familiar y de un atracón de chuches y alocadas carreras por el jardín con María, todas tus primas, tu primo y tus amiguitas, es un acontecimiento muy especial para nosotros y marcará un punto al cual volverá tu memoria muchas veces el resto de tu vida.
Blanca y Ana (Foto del tio Loyola)
Te deseo toda la felicidad que merece tu singular manera de ser y de concebir la realidad de todo cuanto te rodea. Espero que la madurez que debes ir adquiriendo con el paso de los años no nos prive de tu genialidad, a pesar de que algunas veces pueda resultar desquiciante para los adultos que ignoramos, a veces, que no dejas de ser una niña de nueve años.
Recuerda siempre nuestras tres piedras: quiero, sé, puedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario