Ha sido un breve receso a pesar de que si lo computara de fecha a fecha parecería mucho mayor. Normalmente este pequeño recreo de enero me sirve para, entre otras cosas, degustar con mayor relajación el primer café de la mañana y esa tostadita de pan crujiente. Y al abrir el ventanal del salón dejar que la suave brisa de la mañana ventile la casa los diez o quince minutos de rigor.
Y así venía siendo hasta que una feroz ola de frío polar ha invadido nuestras vidas y, aterrados y ateridos por las bajas temperaturas, nos ha costado un mundo asomar la punta de la nariz por encima del edredón y mucho más de lo normal echar un pie a la alfombra y acobardado por las bajas temperaturas no he sido capaz de salir del dormitorio sin echarme encima un par de capas, no fuera que...
Y claro llegó el catarro días después de uno de los primeros baños en el mar del nuevo año. El último día que me asomé a la orilla ya advertí que cambiaba el tiempo. El mar empezaba a revolverse y su color, gris verdoso y muy turbio, desaconsejaba el remojón. No me resistí, eché unas brazadas pero a los cuatro o cinco días empezó a molestarme la garganta.
Bueno, no ha sido tan grave pero sí muy molesto. Desde antes de la epidémica covid no había tenido ni siquiera necesidad de aproximar un kleenex a mi nariz. En fin, como dice Ion, emprendedor, cocinero, hotelero, autónomo y vasco, caen los mitos y ya nada es como era. Catarritos a la mar.
Vuelvo al despacho, decía, como el burro a la era y valga el símil para equiparar mis primeras jornadas de trabajo del nuevo ejercicio a regresar al bucle de los trabajos acabados y la programación de lo que me deparan los próximos meses. Poco excitante, en principio, si echando la vista atrás, recuerdo la tensión del último trimestre. Ya llegará la exigencia de ver acabados los nuevos proyectos.
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