lunes, 6 de febrero de 2023

Comer, sí, pero bien.

Comer es un placer. Cierto. Pero lo es de manera muy especial, al menos eso es lo que a mí me parece, si además de tener gusto por la buena cocina se es capaz de combinar sobre una cazuela o sartén cuatro o cinco ingredientes y se sirve en un plato que sea digno de ser retratado.

Empecé, muy joven, perdiéndole miedo a los fogones. Entonces, esos fogones eran los de una vieja cocina Fagor en la que se habían cocinado miles de recetas domésticas por unas manos cálidas y expertas capaces de guisar todos los días, sin librar ni al mediodía ni por la noche, para toda la familia (hasta siete comensales). Aquellas mismas manos, antes de enfrentarse a las llamas de los quemadores, habrían envuelto cincuenta o sesenta croquetas de tamaño de verdad pero de vida efímera y consumo inmediato. Pocas veces se presentaba la ocasión de comer, a media tarde y a hurtadillas las que hubieran sobrado. Con lo buenas que están esas croquetas frías y un tanto deshinchadas pero con la bechamel aún cremosa.

Recuerdo la inmensa cazuela de barro en la que mi madre igual confeccionaba un primoroso arroz de pobre que un pollo a la campurriana que cortaba el aliento.

Aquellas sabias y cálidas manos también preparaban, entre otras exquisiteces cotidianas, una excelente escudella y carn d'olla con la imprescindible presencia de la pilota. Sabores que se han ido extraviando de las rutas que nos han llevado a estos días pero que permanecen inalterables en la memoria, como la longitud del viejo tobogán o la altura del columpio de nuestra primera escuela.

Huérfano de aquellas recetas fui descubriendo el gusto por la cocina a medida que me saturaba cada día más la rutina de comer de restaurante o en casas de comidas para resolver la necesidad de comer entre el trabajo y la universidad.

Me lancé a lo más sencillo y llegué a comerme muchas bazofias perpetradas por mi torpeza hasta que logré alcanzar el punto de los arroces y otros guisos.

No es tan difícil y me ha proporcionado muchas satisfacciones cuando, enfrentado a comensales de morro fino, en la mesa de casa, queda vacía la fuente y solo queda el recurso de echar mano de la miga de pan para dejar el plato sin necesidad de aclarado previo al lavavajillas.

Da gusto comer bien y dar de comer (bien).

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