lunes, 30 de mayo de 2022

El inspector de San Juan

En el fondo del viejo tintero quedó para siempre el poso rancio y seco de los restos de la tinta con la que empezó a escribirse una biografía. Es el sentido figurado de la memoria que cada cual guarda, como oro en paño, de su propia vida.

El apeadero de San Juan, en esa diapositiva en blanco y negro de finales de los sesenta, se aparece como una vetusta casa de postas en medio de la nada. Solo las vías del tren daban indicio de una cierta actividad. Eso y porque sabíamos que era parada y fin de recorrido del tren de hierro y madera con un cartel en el que figuraba la palabra "RESERVADO" que nos acercaba desde Barcelona. La penúltima parada en esta ciudad era la Estación de Sarriá, antes de emprender el tramo hasta Pie de Funicular y atravesar el túnel de Vallvidrera  en un oscuro tránsito a cuyo final brotaba entre misterioso y rutinario  y envuelto en una densa niebla los meses de invierno el Vallés Occidental.

El traqueteo del tren se transmitía a través de los bancos de tablas de los vagones de madera. Los profesores solían ceder asiento a los alumnos y quedaban ellos en círculo hablando en vigilia permanente. Algunos de ellos fumaban -no estaba prohibido- y otros charlaban o leían con cierta habilidad el periódico plegado sujeto con una mano mientras con la otra permanecían agarrados a cualquiera de los asideros del vagón.

El revisor iba abriéndose paso, sin tropezar con las carteras y las piernas de los escolares, y ante su presencia echábamos la mano al bolsillo izquierdo del interior de nuestra americana para extraer el abono prendido al ojal con una cadeneta y un pequeño mosquetón. En otros casos demandaba el pequeño billete de cartón marrón en el que figuraba el itinerario y que troquelaba con el pequeño aparatito que hacía sonar para abrirse paso y balizar su presencia.

Todos con uniforme: pantalón gris -corto o largo según la edad- camisa blanca y corbata a franjas azules y granas y la americana "blazer" (El dique flotante) con el escudo del VIARÓ en el bolsillo superior.

Al apearnos subíamos con cierto orden las escaleras bajo la atenta mirada de los profesores, como agentes de libertad condicional de pequeños sospechosos habituales y al final del hall, franqueando la salida por la única puerta abierta al exterior el "Gueñu": el viejo inspector de la estación con un ojo para aquí y otro para acullá que exigía nuevamente o billete o abono. 

Llegaba entonces el momento estelar de Fernando M. Echaba mano al bolsillo y sin ánimo alguno de extraer su abono, al pasar junto al inspector, lacónico, musitaba entre dientes "Jean Bouin" como si de una contraseña se tratase.

Fernando M. por aquel tiempo formaba parte del pequeño grupo de incondicionales que viajábamos juntos en el tren, compartíamos clase, jugábamos a futbol con la bola de papel que envolvía el bocadillo o compartíamos el color de la camiseta de Furia, o de Halcón o de Ciclón (ya no recuerdo tan bien) en las competiciones escolares. También estaban Juan B. Diego C. Juan M. Dámaso E. y un largo etc... de los que ahora, pasados cincuenta años y gracias al afán de Fernando por localizar mi paradero ahora he vuelto a tener noticias.

Fin de trayecto: los trenes van y vuelven. En el apeadero de San Juan caía en una vía muerta y esperaba el Reservado hasta las cinco de la tarde para llevarnos de regreso a casa, hasta la estación de Sarriá donde nos despedíamos hasta el día siguiente de los que seguían viaje, no sin antes pegar una patada-pisotón al canto de la cartera de mano al primer incauto que se ponía a tiro. Eso dolía.....

lunes, 23 de mayo de 2022

Las chicas también golpean

Al padecer debilidad por el deporte, tanto en la práctica como televisado y me da lo mismo el tamaño de la pelota, sigo con interés casi todos los canales deportivos que me ofrece la plataforma a la que estoy suscrito. Y en cualquier caso prefiero cualquier retransmisión que el resto de programas chungos, absurdos, horteras, tertulias de especialistas de todo, de chismorreos y un extenso etcétera.

Además del tenis y del badminton, donde tenemos ejemplos femeninos dignos de tanto interés como pueda despertar el de nuestros consagrados héroes, en los últimos años la mujer está haciéndose un hueco cada vez mayor en la actualidad deportiva gracias a su masiva incorporación al éxito y al triunfo. Destacadas deportistas, tanto en deportes individuales como por equipos hacen que nos sintamos igual de orgullosos cuando hacen sonar nuestro Himno mientras nuestra Bandera es izada en el mayor de los mástiles.

En su momento fueron las jugadoras de baloncesto, de balonmano o de hockey sobre hierba las que lamieron las mieles del triunfo y coronaron una dura cima para el deporte español femenino: alcanzar el oro.

Desde una unas temporadas parece que la ambición competitiva (sana y despolitizada) les lleva a tomar posiciones en lo que hasta hace muy poco tiempo era coto reservado a los hombres: el fútbol. Alejadas cada vez más de rancios clichés las chicas están empezando a demostrar que pueden jugar muy bien, brindar un bonito espectáculo y llenar estadios. Incluso a entretener mucho más que muchos equipos de primera división.

En este punto y aunque pueda parecer que barro para casa, ha sido espectacular la trayectoria del Barça femenino esta temporada, donde tras haber ganado la liga nacional, ha alcanzado por segundo año consecutivo la gran final de la Champions, a pesar de que en la final tropezaron con un sublime Olympique de Lyon que en la primera parte rozó la perfección, jugando mucho más y mejor que más de un equipo masculino de primera división. Además de suscitar un enorme interés colectivo, batir todos los récords mundiales de asistencia a un estadio y jugar muy bien, ganan unos títulos y pelean por otros de prestigio.

lunes, 16 de mayo de 2022

Dioses, césares y héroes

Me gusta el tenis. Tanto verlo como jugarlo. En estos momentos en los que el abuso de mi pasión por la raqueta, la maldita ansiedad por jugar pese al dolor y a las contraindicaciones, me ha llevado al taller y me veo con mi brazo derecho prendido de un cabestrillo, no me queda más resignación que la de tratar de disfrutar con lo que, en esta época del año se juega en mi superficie favorita: el polvo de arcilla roja.

Disfruté del Mutua Madrid Open con intensos dolores en mi hombro a cada golpe de cualquier jugador que veía en el monitor. Lo pasé regular tirando a muy mal y trataba de mitigar la molestia apartando la mirada de los prolongados rallys entre Nadal y Alcaraz. ¿A quién quieres más, a papá o a mamá? Nadal nos ha demostrado que tiene pagados, siempre, varios billetes de vuelta. No lo entierren y aunque lo merezca, no esculpan todavía -en mármol- una estatua acorde con su mérito. Le quedan mil batallas por librar y seguirá siendo, al menos para mí, el mejor en tierra, el GOAT. ¿O va a resultar ahora que es un dios menor?

Primera semana post quirófano. superada la tortura de las primeras veinticuatro horas, las cosas se ven de otra manera y desprenden un perfume más fresco y vital. Tras mi primera mañana de trabajo presencial, cansado pero muy satisfecho por lo productivo de esas horas, regresaba a casa en un azul de la EMT, tenso por el traqueteo y apabullado por la indiferencia con la que los ciudadanos, inmersos cada cual en su pantallita, me contemplaban de reojo, a merced del vaivén autubusero, como un náufrago urbano en su precaria balsa, sobre un asfalto al que no parece alcanzarle (gracias Hila) el salvaje y voraz impacto de las multas de velocidad. Me enchufé sucesivamente a las jornadas del ATP de Roma en el Foro Itálico. Sobre una grada, como frescas manchas verdes desprendidas de los altísimo pinos que las proyectan, las sombras se extienden desde lo más alto hasta las primeras hileras. Escoltados por las estatuas marmóreas de dioses y héroes romanos, otros gladiadores, armados con raquetas en lugar de pesadas espadas de hierro, luchan bajo un riguroso sol de primavera. Qué diferencia -cuánta suerte tenemos- luchar por sobrevivir (entonces) o sencillamente por pasar de ronda (ahora) y llevarte a casa un importante botín de puntos para la ATP o euros a tu propia cuenta.

He sido testigo pasivo del progreso de este brillante trofeo -en marco incomparable, como diría el clásico- y hasta la final, habré asistido como Cesar en su tribuna, como los héroes luchan entre sí para que solo uno de ellos alcance la gloria de erigirse como el nuevo dios del Foro Itálico. Un estatua para él.

A Dios lo que es de Dios y al César....la champions

Me subieron del taller en un estado absolutamente lisérgico, como si viniera de una fiesta after en Ibiza de dos o tres días seguidos y con tal optimismo que conecté mi tableta y me dispuse a disfrutar del partido de vuelta de la eliminatoria entre Madrid y Citty. No podía empezar mejor la cosa. En lo que yo no sentía todavía ni cosquillas en mi hombro derecho bajo el efecto del chute anestésico, el Manchester - a dos minutos- del final estaba dejando en la cuneta al madrí...Llegaba mi médico a poco de la medianoche para comentarme aspectos de la operación, de lo complicado de la misma, del pésimo estado de todos los tendones, cuya gravedad no reflejaba fielmente la imagen de la resonancia y aparqué a un lado la tableta. Atento a las explicaciones de Toni C. fui escuchando uno a uno los tres goles del Real Madrid que de forma inexplicable -otra vez- le daba la vuelta y se plantaba en la final. Perplejo y por qué no decirlo, molesto e indignado desde mi antimadridismo más furibundo, encajé el fenómeno con la misma actitud que aquellos padre e hijo que de pie, desde un fondo del Bernabéu, oteando con el rabillo de sus ojos a su alrededor, no fuera que le cayera una manta de sopapos, aplaudía dignamente uno de los famosos baños de Ronaldinho en la casa blanca.

Las cosas como son y deportividad. Enhorabuena a mis intimísimos merengones. No hay explicación lógica que pueda hacérnoslo entender pero es su competición y saben jugarla como si jugando ellos no haya rival posible que les moje la oreja.

Es todo, Sr. Lobo. 

lunes, 9 de mayo de 2022

Quedaron sin postre

Junto a mis recuerdos reflejados hace unas semanas, expresé a mi hija mayor mi más ferviente deseo de que este próximo verano pueda recuperar la normalidad de disfrutar de sus veinte años como Dios manda. El verano permite un poco de transgresión (dentro de un orden) y la juventud sana también tiene derecho a perderse en la noche y ser sorprendida por el amanecer del día siguiente, con las gafas de sol caladas en las cuencas de los ojos y algún botón desabrochado de más. Lo deseo de verdad, porque yo pude disfrutarlo y no cometí imprudencia ni malos actos ni me vi envuelto en reyertas ni redadas. Y eso que por entonces y a según que horas de la madrugada resultaba de lo más usual. Viví conforme a mi libertad y a mi educación. Y a mi propio criterio y eso me bastó.

Hoy las cosas son muy diferentes pero si la base es adecuada es difícil que nadie se salga mucho del surco por el que pasaron otras generaciones. Si en un momento dado bordeas la cresta de su límite como hacen los skaters sabes que para seguir rodando conviene mantener el equilibrio y no caer de bruces contra el duro suelo. Si por contra, te sales del half pipe, el castañazo está garantizado.

La realidad la impondrá la evolución de ese virus residente que no parece que tenga muchas ganas de quitarse de en medio. Quizá las próximas semanas resulten clarificadoras de lo que pueda ocurrir en verano. Desprendidas las mascarillas en interiores y asumida masivamente la necesidad de volver a nuestros hábitos pre-pandemia, todos queremos disfrutar de la vida. Hagámoslo pero no perdamos las buenas y sabias referencias.

Los que en los dos últimos años se han quedado sin postre, especialmente, han sido aquellos jóvenes que ansiaban alcanzar la mayoría de edad para no tener que quedarse a las puertas de locales nocturnos, de bares y discotecas, de tener que regresar, como cenicientas, antes de la medianoche, de vivir sin reloj cualquier noche de verano.

Se  han ganado el postre. Que lo disfruten pero con prudencia.


 

lunes, 2 de mayo de 2022

Sobre un vidrio mojado....

Sobre un vidrio mojado...escribí "mamá"

¿Solamente somos capaces de dedicarles un día al año? A los que gozamos de la inmensa fortuna de tenerla cerca: abracémosla, besémosla, cojamos sus manos entre las nuestras y sintamos su respiración y el calor de su piel. Devolvámosle la ternura con la que nos acogió el primer día. Acompasemos nuestros pasos a los suyos, tan lentos y frágiles. Sujetemos su brazo y su espalda al caminar. Agachemos nuestro cuerpo hasta encorvar nuestras espaldas para que sea capaz de sentirnos cerca, de escucharnos.

Sintamos sus latidos lentos, tenues, de un corazón fatigado que nos ha regalado toda su vida, que nos entregó, en mantilla, en el mismo instante en que empezó a palpitar el nuestro autónomamente. Ese corazón que nos ayudó a crecer, a ser lo que somos y como somos, compartido con generosidad extrema y hábilmente repartido con el resto de los hermanos, con su amado esposo, con el resto de su familia...

Palpita ese corazón despacio y ajeno e indiferente a lo que suena alrededor porque el oído, su oído, se volvió caprichoso o tal vez se rindió, exhausto y exánime antes tantas barbaridades que siguen revoloteando a su alrededor. Cómo quisiera exonerarla del lamentable y ruidoso espectáculo que ofrecemos a dentelladas los humanos de sus siguientes generaciones.  

Ya no oye bien ni sintonías, ni melodías, ni lee canciones en los labios. Si acaso las que guarda su selectiva memoria, especialmente de lo más remoto de esta, lo que le lleva al sonido de aquellas orquestas de los salones de baile de la Barcelona que fue y que ya no volverá y de aquellos programas de radio que escuchaba cuando remendaba un calcetín o estiraba los bajos de un pantalón. 

En el vidrio de una ventana de la vieja casa familiar, cuando llovía, cuando al otro lado de su transparencia todo lo envolvía una densa bruma, su latido sonaba muy cerca. Empañado por la respiración agitada de un niño, sin por el momento, otro nombre femenino que escribir con el grueso trazo de su pulgar, había espacio para dibujar un corazón y, con su acento agudo y bien sonoro, una sola palabra: mamá


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...