A estas alturas debo reconocer que todavía no tengo un criterio claro y que mis pensamientos navegan a la deriva en una marejada de sentimientos encontrados. Si tuvieran que regir la razón, el sentido común y, cómo no, la economía estoy convencido de que la marcha definitiva de Messi del Barça se ajusta, en principio, a la lógica. Pero en el mundo del fútbol y especialmente para los aficionados en general y para los socios en particular, algunos futbolistas -como cromos que no cambiaríamos nunca con nadie- forman parte de los sueños; aportan inmensas alegrías y, en ocasiones, silencian pesarosas frustraciones. Y es en ese perfil donde entra en juego el corazón y los sentimientos y resulta imposible entender que se nos esfume el icono totémico de tantas generaciones de barcelonistas, frecuentemente maltratados por la historia, por las prolongadas sequías de éxitos y títulos, pese a que en los últimos años, y en los que ha estado presente Messi, el club parecía haber invertido favorablemente la tendencia.
Le decía el sábado pasado a mi veterano amigo culé Javier R. que me sentía como si me hubiera dejado esa novia de toda la vida y tuviera que ser testigo, además, de los manoseos y susurros al oído con los que le quisiera acechar cualquier tipejo.
Es un bocado malo de digerir, se hace una bola en la boca y no pasa. Advertidos estábamos y sabíamos que más pronto que tarde esto iba a acabar pasando pero no parece que nadie estuviera preparado ni con el hecho en sí ni con la manera en que se ha producido, pese a que, como ya queda entendido, en el fútbol actual más que en otros terrenos, la pasta es la pasta.
Entre lágrimas y congojas (que hacen más creíble el relato) mostró Messi su faceta más frágil. Atrás quedaban todos los finales de temporadas anteriores cuando se plantaba el nene con su papi para exigir una revisión del contrato, una mejora de su exigua paga, una nueva exigencia de fichar a fulanito o perenganito y un largo etcétera de reivindicaciones económicas y deportivas.
Por su parte, en el otro lado de la mesa se sentaba la junta que presidía un club lastrado por la deuda y arrastrado por el seguidismo de una nefasta deriva independentista. El "soci" ha tragado -si no catapultado con sus coros cansinos en el minuto 17:14 de cada partido- a la institución a ese abismo.
Sin caja y sin Messi: así es como afronta el Barça su futuro deportivo más inmediato. 19 ligas y todas sus noches, como diría Sabina. Eso es lo que van a tardar en olvidar los últimos veinte años muchos culés.
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