lunes, 31 de mayo de 2021

Esdrujulando

Libérrimamente, como me decía aquel hijueputa, he decidido entrar en el juego y sentarme a inventar palabros que, quién sabe, tal vez algún día, primero con pinzas en la nariz y luego de pleno derecho, puedan incorporarse al diccionario de la RAE. Todo es posible.

Existe una tonta tradición en algunos políticos (los más mediocres, sobre todo), de mucho labio y escasa hazaña, según la cual, para darse más pisto en sus oratorias,  convierten en esdrújula la mayoría de las palabras y muy especialmente, las agudas. Parece que alterando el acento fonético de la palabra se reafirma la convicción de uno mismo y hace más creíble la exposición. El método es de una profundidad intelectual irrefutable. 

Haz la prueba y verás: coge un texto cualquiera y trata de convertir cada palabra aguda o llana en esdrújula y a continuación mírate en el espejo. Lo más probable es que se arqueen tus cejas dibujando un pico o se te ponga cara de guapo y chuleta. Por defecto y de forma inmediata aparecerá tu nombre en las primeras líneas de la papeleta de candidatos en las próximas elecciones en un partido muy progre y muy reformista.

Si en un alarde de coraje pruebas a hacerlo con público, verás como tu auditorio se queda atónito, boquiabierto y deslumbrado por el rotundo peso del sonido de tu discurso aunque hables del bóqueron o del coñac Fúndador. Queda también muy interesante y profundo, cuando la palabra tiene dos sílabas, acentuar el artículo o el pronombre personal o posesivo que le preceda, él talon, o, mí razon, por ejemplo.

La perversión del lenguaje es una vuelta de rosca más. En lugar de procurar acercar al ciudadano menos capacitado al máximo rendimiento y mejora de su formación y nivel cultural, descendamos todos a la más baja altura, echémonos en el estiércol y comamos directamente en el suelo. Hemos aprendido a dilatar el discurso dirigiéndolo expresamente, con paradiña que viene impuesta por la absurda retahíla de géneros y gustos, condiciones y filiaciones sexuales (o asexuales, que también) y, claro, en la curva donde se estampan los estúpidos y los, las, les cursis queda el rastro de la inexistencia de substancia del fondo. Es el penalti lanzado a lo panenka que se queda, inocentemente, en las manos del inmóvil portero, o se va hacia las nubes por encima del larguero. Siempre hay unos más tontos dispuestos a romperse las manos aplaudiendo.

Será que hay que fumar un buen producto para evitar que todo esto nos altere. Mucho humo azul, leve, ligerito.....

En mi línea del silencio, solo música

lunes, 24 de mayo de 2021

El ruido y las nueces

La mayor ventaja de tener un coche viejo es que sus ruiditos ya no molestan. La mayor ventaja de hacerse mayor es que los que no  molestan son los ruiditos a nuestro alrededor. Y cuando sí se oyen, bajo el pretexto de la edad puede hacerse uno el despistado. Dirán, eso sí, que cada días estás más sordo.

Me reprocha Kiko C. que otro de los argumentos que refuerzan la exigencia de limitar la velocidad en las vías de circunvalación de las ciudades a 80 km. por hora es el ruido. Claro, para eso vamos a ir todos despacito, para no joderle la exclusiva de jorobar a todo el vecindario al degenerado mental que  hace rugir, con su exceso de decibelios, su moto. Si hay algo que perturba la paz del hogar, más que cualquier coche es una moto de gran cilindrada conducida por un gran imbécil, una motoreta (ciclomotor) conducida por uno más imbécil todavía y el orgulloso conductor de una Harley (que suena muy por encima de lo tolerable y que me disculpen mis amigos de Harley)

Los coches suenan, claro, pero cada vez menos y los eléctricos ni eso. Así, sin sonido, circulan los patines por la ciudad a toda pastilla y haciéndolo alternativamente, a gusto del usuario, por calzadas y aceras, saltándose impunemente semáforos, pasos de cebra, cruces y rotondas....y no pasa nada.

Ruido el de los altavocitos de la playa. Tal vez sea más molesto por la naturaleza y estilo del propio sonido: esa cosa a lo que se le llama música. Son canciones de ritmos irreproducibles en una playlist decente, el odioso y machista  reguetón y el violento trap (https://youtu.be/Gb4zDUSrxkQ) o ritmos similares con letras indecentes que deberían llevar hasta el desmayo a muchas de las mujeres con la piel tan fina que se escandalizan por un piropo machista.

Así y todo, puestos a tener que soportar muchos ruidos, lo tengo muy claro. Que me encierren en una habitación con el Thunder de los AC/DC a todo trapo o con cuatro tubarros de Harleys o diez motorinos a escape libre; todo eso y más,  mil veces antes de tener que escuchar los cantos chirriantes de quien pretende narcotizarme con la idílica imagen de cómo será mi país (o lo que quede de él) cuando tenga yo noventa años (si me dejan, si llego)

Héroes

La vuelta a lo que viene siendo un clásico. La rotunda frase acuñada, con sonido de epitafio, por Oswald Spengler qué cobra vigencia siempre que hay tormentas y que causa tanto orgullo (por el reconocimiento que implica) a los militares como repelús a sus haters profesionales: "Siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado a la humanidad". De todas las imágenes -sin sonido, sin ruidos- de todo lo acaecido durante la semana pasada en Ceuta, me quedo, como colofón afortunado, con la fotografía del GEAS sosteniendo en alto,  entre sus manos, el minúsculo cuerpo aterido de un bebé por encima de la superficie del mar. Es el final feliz de una historia que podría haber acabado (a alguien tocará analizar sí deliberadamente o no) como la del pobre Aylan, el niño sirio fallecido, y su cuerpo inerte, en una playa turca en 2015. 

A quienes con sus reproches y prejuicios tratan de difamar - porque sí- a los militares y a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado les preguntaría qué han hecho ellos, además de expulsarlos de sus paraísos de salones de la juventud donde tienen cabida aprendizajes en materias indudablemente más progresistas y de mayor altura moral: mucho porro, mucho sexo, mucho tatoo, mucho piercing. 

Me sentaré a esperar respuesta.


Y la canción



lunes, 17 de mayo de 2021

La velocidad

Nos imponen una nueva limitación de velocidad; a 30 kilómetros por hora en la mayor parte de las calles de todas las ciudades y en algunas vías de circunvalación, a 80 kilómetros por hora. Con este límite la circulación se hace lenta, pesada y anodina. Se persigue, según nos dicen los que tratan de justificarlo, por una parte la seguridad de los peatones, en el caso de las calles interiores y evitar la excesiva siniestralidad y la contaminación en las vías más rápidas. La contundencia de los argumentos la ratifica -incuestionablemente- el cuadro de sanciones previstas para quien supere esos límites. Claro está, la respuesta es incontestable: ah, entiendo, era eso!

Así, aunque aprendiéramos y entendiéramos lo contrario desde pequeñitos, podríamos redefinir la velocidad como la magnitud física que expresa la lentitud con que se desplazan los automóviles por las vías públicas de circulación bajo la amenaza real de padecer un severo castigo económico.

Ese castigo, a la inversa, es decir por ser demasiado lentos es lo que ha llevado a la mayor parte de los equipos españoles de fútbol a sucumbir en su empeño de volver a ser grandes en Europa. El juego lento, anodino, cansino y poco dinámico ha penalizado -a unos mucho más que a otros- a esos equipos que deberán conformarse con decantarse por Manchester City o Chelsea en su final de Champions, al parecer en Oporto. Y es que estos últimos finalistas junto a la mayor parte de equipos contra los que se han enfrentado los aspirantes españoles, todos ellos, juegan a una velocidad que parece inalcanzable. El juego basado en el sobeteo de balón de una banda a la opuesta, pasando por el peso marmoleo de un centrocampista que no puede ni con el peso de sus espinilleras, avanzando y retrocediendo en una circulación en diente de sierra estéril e improductivo está muy alejado del fútbol que juegan en el resto de Europa donde se impone un ritmo veloz de juego al espacio libre y con pases orientados, siempre, al interior del área que es donde se genera el peligro y las ocasiones de gol. Así nos va, así nos fue. No hay más cera que la que ardió.

Por momentos al tenis le pasa lo mismo. A la nueva generación le costará lo mismo que un reto imposible dar con un líder hegemónico que marque una nueva era (camino del partido homenaje -bien merecido- los tres tenores, a saber Federer, Nadal y Djocovik). Mientras aparece alguno de ellos que sea capaz de demostrar en las tres superficies la regularidad y estabilidad de su liderato, apreciamos que los tenistas son cada vez más altos y más delgados. Sus envergaduras rozan  los dos metros y medio y sus brazos finos y fibrados se convierten en catapultas humanas capaces de proyectar la pelota amarilla a velocidades próximas a los 250 km/h en los saques. Es un tenis muy físico y muy rápido y en definitiva muy poco vistoso. A los románticos de las voleas y dejadas en la red, de los golpes liftados y de los prodigiosos globos se nos acaba el espectáculo. Ni siquiera la superficie de tierra batida garantiza el predominio del talento sobre la fortaleza física. Que Nadal, ejemplo de jugador de tierra, vea amenazado su trono por espigados chavales de veinte años y casi dos metros de altura y sacadores de misiles a 240 km/h es síntoma claro de que la velocidad de la pelota está transformando el tenis. A pesar de ello, y jugando al máximo nivel, ha vuelto a ganar el Másters de Roma, derrotando a Djocovik en una final apasionante, como las de antes.

Ah, y si en ciudad quieres correr, cómprate un patinete.

lunes, 10 de mayo de 2021

Una de berberechos

El púgil recibe un crochet en su mandíbula izquierda. El golpe es tremendo, brutal. Apenas llega a tambalearse y dando la sensación de haber perdido el conocimiento, se desploma sobre la lona. Queda unos segundos inmóvil y parece que no va a ser necesario que el árbitro inicie la cuenta de protección. Se veía venir, dicen los entendidos. Quedaba por saber cuántos asaltos sería capaz de resistir. Mientras vuelve en sí, la mayor parte del público aplaude y vitorea el nombre del ganador con júbilo y fervor. Por contra una minoría de los asistentes permanecen en sus sillas impertérritos e incrédulos sin parecer saber explicarse de dónde ha salido ese golpe que ha acabado con su ídolo en el suelo. No tardarían en averiguarlo.

Ya en los prolegómenos de la pelea, durante el mediático proceso de verificación de pesos de ambos púgiles, su habitual chulería le llevo a situar su cara a escasos milímetros de la de su rival y, exhibiendo una violenta verborrea, le amenazó con descargar contra él una tormenta de puñetazos que lo arrastrarían hasta el suelo de cuadrilátero y bla, bla, bla.

Por su parte el vencedor hizo gala de su habitual flema. Jamás perdió la compostura ni cuando era verbalmente vilipendiado.

Pasadas las primeras horas, el púgil abatido, con el rostro todavía desencajado por el tremendo golpe recibido, aunque ya ha recuperado el habla, se muestra inmerso en un profundo shock post-traumático. Todavía está noqueado y solo es capaz de balbucear insensateces.

Dice entre otras cosas...

- "Es muy difícil para un boxeador entrar en el ring para hablar de cañas, ex y abrir latas de berberechos"

- "A veces el  boxeador aparece con la bandera de la libertad de quienes pensaron que la limpieza que querían hacer en Europa les llevaba a asesinar en los campos de concentración"

Bajo el shock del golpe recibido y todavía noqueado, parece que no ha recuperado (si alguna vez la tuvo) la lucidez mental para asumir su incontestable derrota.

Las buenas mariscadoras gallegas del berberecho, al principio muy mosqueadas con el púgil derrotado andan ahora alborozadas ante las expectativas que se vislumbran en el horizonte de la marea baja: Es la frase más pronunciada en tabernas y tascas:

- ¡Un par de cañas y una de berberechos!


lunes, 3 de mayo de 2021

Matonismo postal....vamos anda!

Si recientemente no has recibido un sobre con cartuchos (que no balas, ¿verdad, querido Paco C ?) es que no eres nadie, no existes o tu vida no merece ni munición revenida ni pólvora mojada. 

Parece que junto a las chanclas y a los pantalones pirata lo más cool de esta nueva temporada primavera-verano ha sido el envío postal de munición caducada. Aunque la mayor parte del periodismo no parece entender la diferencia entre bala y cartucho, en este todo vale mientras suene bélico y letal, esas amenazas parecen cosas de nenas. Si realmente alguien quisiera hacer uso de esa "bala" no sería mandándola por el servicio público de Correos y, desgraciadamente, pruebas suficientes en España tenemos.

Lo que parece evidente, vista la vergonzante campaña electoral madrileña llevada a cabo por algunas opciones políticas, es que no hacía ninguna falta llevarla a la confrontación ni volver al guerracivilismo, a las barricadas, al "no pasaran", al odio entreverado en lonchas de mortadela rancia de las cartillas de racionamiento...

Es de esperar que quien se ha empeñado en jugar con esos terrores con la finalidad de alcanzar objetivos prácticos y útiles para los ciudadanos que solamente se logran desde la cordura, la solidaridad y el entendimiento, recupere (si alguna vez lo tuvo) el sentido común y se ponga a trabajar, con pico y pala -si no le produjeran dolorosas reacciones alérgicas- para recuperar la confianza de  la mayor parte de los ciudadanos en los políticos (ardua labor) y mientras eso sucediera, al menos deberían evitar seguir emponzoñando la convivencia y la imagen del país,  echando por tierra el esfuerzo de la iniciativa privada en todos los sectores productivos que intentan salir de la hibernación pandémica.

Bastante castigo llevamos ya después de un año de crisis sanitaria, social y económica, pese al esfuerzo institucional en silbar eufóricamente como si nada hubiera pasado.

Dejemos las "balitas" en la vieja cajita de latón, junto con la memoria que cada cual guarda como recuerdo personal unos y heredados la mayoría, de lo que no debe volver y dejemos la guerra para que los historiadores -con rigor- nos la expliquen. 

Y el cantito...

Entraba la noche en su recta final. Una vez acreditados visualmente en el punto de acceso el "portero de noche", cortésmente, acompañaba con una sonrisa cómplice el movimiento de su mano franqueando nuestro paso hacia el interior. Bajábamos al "Down" por una escalera curva de escalones enmoquetados con perfiles metálicos en el borde y al llegar a la sala principal, abarrotada como cada jueves, viernes o sábado podía estar sonando perfectamente esta canción.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...