Con reiterada cadencia soñaba a menudo que corría mucho, que llegado a la línea de salto me elevaba con tanta potencia que llegaba a quedar suspendido en el aire mientras la sombra de mi silueta pasaba por encima de metros y más metros del foso de arena. Mi cuerpo, ingrávido, se dejaba caer, al final, muy lejos de las marcas de mis competidores. Era una hazaña que no dejaba de sorprenderme a mí mismo. Luego la realidad era bien distinta; al despertar del sueño y tratar de levantarme de la cama y vestirme, debía hacerlo muy despacito y era entonces cuando levantar la pierna derecha constituía la auténtica hazaña. Tenía que bajar las escaleras dando un ligero saltito para que el dolor no bloqueara el gesto. Mas tarde, sin embargo, en la pista de tenis, con la rodilla en la temperatura adecuada no daba bola por perdida y corría hacia ella, desde el fondo, hasta la misma red si era necesario. Y llegaba, una vez más, sorprendiéndome a mí mismo.
Soñaba, también, que caminaba despacio y paladeando el aroma del Paseo de Gracia de Barcelona, observando los bonitos adoquines (o baldosas) que, como una alfombra firme y regular, visten sus aceras. Veía mi silueta reflejarse en los enormes escaparates acristalados de las tiendas, centenarias unas y más modernas otras: comercios que ocupaban los locales de los que antes fueron grandes nombres y que se zampó el ritmo de los tiempos y de los acontecimientos. Hubo quiebras, suspensiones de pagos y herencias mal vendidas y el escenario de aquél bonito paseo cambió su fisonomía, perdiendo su identidad propia y sucumbiendo al crisol de marcas comerciales que dominan las grandes avenidas y también las pequeñas calles de todas las ciudades del mundo. La realidad, otra vez, me devolvió a una ciudad encendida por una pandilla de bárbaros instigados desde la sinrazón de sus gobernantes y regidores. De repente los adoquines (o baldosas); la rosa de Barcelona, el panot de Puig i Cadafalch, eran violentamene arrancados del suelo y lanzados contra aquellos escaparates por una intifada pija y disfrazada, haciendo añicos los reflejos de la vieja historia de los comercios; contra policías incapaces de contener esa ira impostada pero con una violencia real, cobarde, alocada, salvaje, dramática, desmesurada.....injustificada.
No fue un sueño. Viví y anduve por el Paseo de Gracia buena parte de mi vida. Me he vestido y calzado con ropas y zapatos comprados en sus tiendas; he desayunado, comido y cenado en muchos de sus locales. He querido, amado, besado, reído, llorado en esas aceras....He paseado con mis hijas mostrándoles con orgullo las fachadas de sus edificios más emblemáticos. Guardo como oro en paño uno de esos adoquines (o baldosas), mi rosa de Barcelona, mi panot de Puig i Cadafalch, que jamás arrojaré contra nada ni contra nadie y menos con la falsa creencia de que eso refuerza implacablemente mis argumentos (aunque ni siquiera los tuviera)
Es lo que tienen los sueños (y el recuerdo): suelen ser más bellos que la realidad:
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