lunes, 1 de febrero de 2021

¿Miedo?

¿Es tal vez el miedo la mejor vacuna? Quizá sí, el miedo racional, razonado, justificado pero siempre y cuando, sin  llevarnos al autobloqueo, nos obligue a mantener un uso prudente de nuestra actividad social y familiar. Si a ese miedo le añadimos el punto adecuado de sentido común y la cordura suficiente para no dejarnos llevar por él saldremos adelante. No es necesariamente malo tener miedo ni nos hace más cobardes. De temerarios e irresponsables están llenos los cementerios y no siempre la valentía va asociada a la inteligencia.

Cuando más grave y descontrolada parecía estar la pandemia, allá por el primer trimestre del año pasado, fue precisamente el miedo el que nos mantuvo confinados en nuestras casas. Y no solo era nuestro miedo personal, el de los ciudadanos; lo era también el de los gobernantes (en general) ante los más borrosos e indescifrables perfiles del virus. Se suponía, que cuando las cifras, merced a ese confinamiento general mundial, comenzaran a suavizar sus curvas de crecimiento y expansión, sabrían llevarnos, esos mismos gobernantes, por rutas más seguras. No fue así. Nada aprendimos porque nada nos enseñaron.

Entró entonces en juego el bochornoso triunfalismo de aquellos torpes ingenuos que pensaban (y pretendían hacernos creer) que estábamos derrotando al virus y que salíamos reforzados...¿en qué? pregunto yo. Desde aquel momento de explosión de júbilo -propio del  príncipe valiente de los cuentos infantiles que vence al dragón- la degradación social, económica y de salud ha ido en aumento hasta llegar a donde nos encontramos, de momento.

Confiábamos en la vacunación como en el bálsamo de fierabrás, pero me temo que hasta en eso nos han tomado el pelo y cuanto más arrecia el temporal más se quitan del medio los cantamañanas que presumen de los éxitos -por insignificantes y fatuos que sean- y se borran en los estrepitosos fracasos.

El fiasco de las vacunas ha dejado, además, en pelota picada a quienes habiéndola obtenido indebidamente tratan de justificarse y simular arrepentimiento. Lo hicieron para dar ejemplo, dicen algunos, después de haber sido sorprendidos  de noche, a oscuras y en un tenebroso callejón con la jeringuilla pinchada en el brazo. ¡Dios mío!

Esto es lo que hay. Me viene al pelo el título de esta canción, himno icónico para muchos de mi generación


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