Circulo muy despacito por la ciudad, con un ojo puesto en la calle, en el coche de delante, en el paso de cebra, en ese patín que rueda a toda pastilla, en la bici, en el niño, en el paraguas rojo, en las minúsculas gotas de lluvia que resbalan por el parabrisas... y el otro en el velocímetro. Acabo de traspasar el ángulo de enfoque del radar y temo haber pasado un suspiro por encima de los 30 kilómetros por hora...
Nos hacen circular despacito y tal vez sea mejor así. El móvil, los chats de los grupos, la información de internet, los acontecimientos, por contra, nos hacen vivir muy rápido y no sé si estamos saboreando la vida, a pesar de lo tonta y estúpida que se nos está poniendo.
Vivimos tan rápido que hemos superado la velocidad a la que nos pasa la vida y hemos perdido la batalla contra el reloj y contra el calendario.
Confiábamos y esperábamos que este nuevo 2021 iba a ser tan bueno como para hacernos olvidar su antecesor pero vistos los acontecimientos con los que se ha estrenado, algunos están deseando ya que pase rápido, que vuelva a salir la pedroche despelotá y estrenar el 2022 con el Musikveiren de Viena abarrotado de multimillonarios aplaudiendo la marcha Radeztky. (ojalá)
Un momento, por favor. Vivamos más despacito. Aprendamos a tener paciencia, aprendamos a esperar, aprendamos y entendamos que las cosas tienen un tiempo, que cumplir los objetivos es un proceso difícilmente compatible, si se pretender además la eficacia, con las prisas. Para urgencias, los bomberos.
Hemos desdeñado las tres horas de digestión a la que nos obligaban nuestros padres después de comer y antes de poder zambullirnos en el mar o en la piscina y, lo peor, hemos acostumbrado a nuestros hijos a que las cosas se consiguen al momento, al chasquido de unos dedos. Explícales ahora, en la ebullición permanente de sus chats o de sus tik-tok,s que se ha caído el servidor o que el router falla y espera comprensión por su parte.
Quedará muy antiguo, lo sé, pero sin prisas se vivía mucho mejor, se apreciaba el paso del tiempo sin urgencias tontas y se disfrutaba viendo, por ejemplo, como las agujas de aquel viejo reloj sumergible cronometraba cuánto tiempo eramos capaces de aguantar la respiración.
Y lo que se disfrutaba el primer chapuzón una vez cumplida la digestión.
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