Ya lo dije tras los primeros bocados a la gran empanada en la que nos encontramos: todos hemos hecho un gran esfuerzo, por instinto de supervivencia básicamente, en avanzar en el uso de todas las nuevas tecnologías que inicialmente teníamos a nuestra disposición para el mero ocio. Nos hemos habituado a viajar con los dedos, estirando planos sobre una pantalla y dejando entre pulgar e índice un paraíso que tardaremos en volver a visitar en carne y hueso. O hemos rastreado el fondo de una foto para averiguar quién es el tercero de la fila de una vieja foto digitalizada. O leemos en diagonal un artículo que fluye por las redes sociales que pone a caer de un burro a perenganito. Nos hemos tragado noticias falsas tan grandes como el Acueducto de Segovia o la Catedral del León y al cabo de unos minutos, el enterado de turno (siempre hay uno más receloso con según qué noticias) nos retrata sonrojado por haber picado el anzuelo.
Eso estaba muy bien, pero al final hemos sustituido en nuestros dispositivos móviles la ocupación/ocio por ocupación/trabajo y según los casos, con la exigencia de un alto rendimiento profesional. En primer lugar creo, sin duda alguna, que el mayor esfuerzo lo han tenido que hacer nuestros hijos adolescentes y universitarios. Pasar de asistir a las clases, subiendo y bajando en tumulto las escaleras y saliendo a tropel a los patios para ganarse el derecho a banco a tener quedarse en la orfandad del dormitorio, asistiendo a un aula virtual mientras la voz enlatada del profesor se mezcla con la pesarosa sensación de sueño, tedio, indiferencia y desinterés merece todo un tratado. Salieron airosos en el primer tramo de este rally pero, desgraciadamente, este curso las cosas no parece que vayan a cambiar mucho y todo y con eso, salvo que volvamos a un nada descartable nuevo confinamiento general, aún, en días alternos unos o de continuo los otros, han regresado al lugar de su recreo. Y a las aulas de verdad, claro está.
En el ámbito profesional nos hemos topado con infinidad de puestos de trabajo que se han transformado en una operación telefónica o virtual, a través de una pantalla donde hemos tenido que acudir para reparar daños, mejorar la salud, resolver dudas o emprender nuevos proyectos. Al otro lado, un sinfín de funcionarios, asistentes telefónicos, administrativos, técnicos, comerciales....tratando de atender y resolver lo que hasta hace unos meses se prestaba con un servicio presencial.
Es la nueva vida on line que ha venido para quedarse, desgraciadamente. En muchos de las facetas rutinarias sin duda ofrece una respuesta inmediata y se resuelven y satisfacen multitud de necesidades, pero vivir así permanentemente no mola nada.
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