Tras unas cuantas noches sin poder pegar ojo debió creer, ingenuamente, que sería finalmente mejor abrirle la puerta al indio y meterlo en la cabaña, prefiriendo que meara hacia afuera a que desde fuera meara hacia adentro. Lo que jamás se imaginó era que aquel indio iba a ser capaz de mear indistintamente, según le apeteciera, desde dentro hacia afuera y también hacia adentro. El resultado, como no podía ser de otra manera; toda la cabaña con el hedor retestinado de la orina, todos los días y a todas horas. El indio, efectivamente, pertenecía a una rebelde tribu que se había propuesto mearse en todo: en las alfombras de los palacios, en los juzgados, en las universidades, en los parlamentos....hasta se hacían fotos orinando en la vía pública. Eso lo hacen muy bien, hay que reconocerlo.
Así estamos todos, con olor a meada de norte a sur y de este a oeste. Lo más hiriente es que, además de tener que contemplar horrorizados como esas hordas violentas y vociferantes exhiben toda su brutalidad y claman por la perversión de su mal concebido derecho a la libertad de opinión, arrasando con todo lo que se encuentran a su paso, desde enmoquetados despachos se jalea y se instiga a esas tribus a seguir meando por cualquier motivo; unas elecciones, una detención, una rancia y muy cansina reivindicación política... Y cada meada, un incendio: contenedores, mobiliario urbano, vehículos... Sea por lo que sea, se echan los indios a la calle y la lían entre el silencio cómplice de los más débiles de la cabaña y el aliento culpable de los instigadores.
Ahora lo es por un rapero al que le han insuflado el fatuo mérito épico de odiar, odiar y odiar y desear la ejecución vil y cobarde de todo cuanto se opone a su malentendido uso de sus derechos constitucionales.
Para hacernos olvidar los malos olores, lo mejor es abrir de par en par las ventanas
Amen
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