Después de casi tres meses de arresto domiciliario hemos tenido tiempo suficiente para llegar a aborrecer todo lo que antes nos entretenía. El ocio como obligación es un auténtico coñazo.
Afortunadamente para mí (me siento un auténtico privilegiado) todo este tiempo he podido acudir con absoluta normalidad a mi puesto de trabajo salvo en dos cortos períodos de unos pocos días en los que la prevención por la proximidad con algún positivo nos obligó a quedarnos en casa. Así, las mañanas las tenía "regularmente" ocupadas, aunque lo cierto es que todo el afán de mi trabajo estaba ceñido a la gestión de recursos de las más variadas e insólitas barreras de protección higiénico-sanitaria. ¿Quién nos lo iba a decir? ¿De verdad está justificado que pese a las cantidades requeridas para cada recurso, sea tan difícil obtener mascarillas, gel desinfectante, guantes y mamparas de metraquilato? A juzgar por lo que ocurrió los primeros días del colapso con el papel higíenico, todo es posible. Luego fue la harina y la levadura. Más tarde los huevos...y así hasta chocar con estanterías desabastecidas en supermercados que creíamos que nunca llegarían a vaciarse. En los armarios de las cocinas o en despensas de muchas casas han entrado productos, sustitutos o sucedáneos de un sinfín de otros tantos, originales y legitimados para el consumo y preparación determinados. Y caducarán como toneladas de productos frescos que se adquirieron compulsivamente aquellos días y que, sin lugar de conservación adecuado ni tiempo real para su consumo, acabaron en el contenedor selectivo de los residuos sólidos urbanos.
Durante la larguísima travesía consumimos horas y horas de series televisivas. Parece que hayan transcurrido mucho años pero era marzo y abril y las mantas del salón y el bol de las palomitas desprendían el inconfundible aroma de la hibernación doméstica. Llovía y hacia frío aquellas oscuras y grises tardes de final de invierno.
Hasta que logramos colectivamente legitimar, con el uso de las zapatillas de correr, la salida al exterior de la casa han sido demasiadas tardes continuadas delante de una u otra pantalla. El móvil ardía, a pesar de ser una ventana permanentemente abierta al exterior, como el esnórquel de un submarino.
Ahora tocaría lamerse las heridas y recuperarse poco a poco. Salir de casa y solazarse frente al mar (el que lo tenga a mano) y sacar del maletero del coche el raquetero y el bote de pelotas de tenis. Tratar de tomar el ritmo que exige retornar a la normalidad en el entorno personal; familia y amigos.
Y si esto no fuera, por sí solo, bastante preocupante la factura social no es asumible: un paro salvaje y de nuevo la sociedad partida en dos bandos. Dos factores que auguran un estremecedor escenario para los próximos meses.
Hasta aquí llegamos, porque hasta aquí han querido traernos. ¿Fin de trayecto? ¿A partir de ahora cada ciudadano deberá iniciar, a pie, su propio camino? Que Dios nos ampare.
De momento llega el verano que parece querer cubrir de cierto entusiasmo el ánimo de los ciudadanos y así lo aprovecharemos. Ya veremos cómo viene el otoño.
Si discrepas, claro, dirás que soy un pesimista. Pues si tú no lo ves así, dime qué fumas o deja que eche una calada. Igual me empapa una ola de optimismo.
Durante la larguísima travesía consumimos horas y horas de series televisivas. Parece que hayan transcurrido mucho años pero era marzo y abril y las mantas del salón y el bol de las palomitas desprendían el inconfundible aroma de la hibernación doméstica. Llovía y hacia frío aquellas oscuras y grises tardes de final de invierno.
Hasta que logramos colectivamente legitimar, con el uso de las zapatillas de correr, la salida al exterior de la casa han sido demasiadas tardes continuadas delante de una u otra pantalla. El móvil ardía, a pesar de ser una ventana permanentemente abierta al exterior, como el esnórquel de un submarino.
Ahora tocaría lamerse las heridas y recuperarse poco a poco. Salir de casa y solazarse frente al mar (el que lo tenga a mano) y sacar del maletero del coche el raquetero y el bote de pelotas de tenis. Tratar de tomar el ritmo que exige retornar a la normalidad en el entorno personal; familia y amigos.
Lo que ocurre es que, cuando disfrutando de esa libertad renovada se pasea uno por el centro de la ciudad, el aspecto es desolador. Escasos negocios abiertos y de estos, la mayoría con unas medidas de acceso, espera y servicio cuanto menos insólitos pero que transmiten una sensación de absoluta precariedad económica.
Y si esto no fuera, por sí solo, bastante preocupante la factura social no es asumible: un paro salvaje y de nuevo la sociedad partida en dos bandos. Dos factores que auguran un estremecedor escenario para los próximos meses.
Hasta aquí llegamos, porque hasta aquí han querido traernos. ¿Fin de trayecto? ¿A partir de ahora cada ciudadano deberá iniciar, a pie, su propio camino? Que Dios nos ampare.
De momento llega el verano que parece querer cubrir de cierto entusiasmo el ánimo de los ciudadanos y así lo aprovecharemos. Ya veremos cómo viene el otoño.
Si discrepas, claro, dirás que soy un pesimista. Pues si tú no lo ves así, dime qué fumas o deja que eche una calada. Igual me empapa una ola de optimismo.
Parece que viene un mundo incierto. Saudos
ResponderEliminarFumo Winston. 🤗
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