lunes, 25 de mayo de 2020

Somos así

Los pueblos, parece que son como son por el entorno natural en que se asientan. Luego el hábito hace al monje y la sociedad progresa en usos adecuados a ese medio, a su cultura social y, muy especialmente, a su educación (de esto último ya hablaremos otro día).

Los pueblos nórdicos europeos han vivido de distinta manera el efecto y consecuencias de la pandemia global de coronavirus. Según las fuentes oficiales, en un primer momento, cuando desde España contemplábamos el virus como algo muy remoto y que no iba con nosotros, se creía que su propagación, como otras gripes, cobraba eficacia por las bajas temperaturas y asociada a procesos catarrales y respiratorios. Y que con el ascenso de las temperaturas y en entornos más calurosos ese virus tenía escasas probabilidades de supervivencia. Luego está la teoría del eje perverso de una de las "Vices" espontáneamente expueso como el "problemón del demonio" de la línea "más o menos recta" Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín, acompañada esta sesuda reflexión con la expresión de alumbramiento okupando su cara y dibujando en el aire, con sus manos, un teatro completo de marionetas) 

Lo cierto es que no ha sido un invierno extremadamente frío, en general, en toda Europa. La prueba es que las estaciones de esquí, antes de que la epidemia se extendiera y obligara a su clausura total, se había constatado la general ausencia de los habituales temporales de nieve y frío. Las cámaras web de muchas de esas estaciones de esquí daban buena muestra de ello. Poca nieve y  reducido número de pistas habilitadas, en general, para la práctica de este deporte de invierno.

Pues pese al frío moderado, en sociedades bien estructuradas, con gobiernos serios y adecuadamente mentalizados sobre las exigencias de la actualidad, el impacto del virus ha sido menos letal. Pide el gobierno que sus ciudadanos se queden en casa y eviten aglomeraciones sociales y no hay problema. Los trabajadores, protegidos por su pruedencia y por su sentido común, se desplazan a sus lugares de trabajo; en idénticas condiciones hacen sus compras esenciales y dejan de circular por zonas de mayor concentración de personas.

En el sur nos cuesta un poco más. Y si inicialmente no fuimos advertidos adecuadamente del enorme riesgo de contagio en concentraciones masivas, manifestaciones, asistencias a estadios, conciertos, botellonas; si las primeras medidas de nuestras autoridades no fueron acertadas y no iban eficazmente orientadas a la protección de los puntos esenciales y críticos de atención sanitaria; si la protección venía envasada en un confinamiento general de toda la población, paralización absoluta de nuestros sectores productivos y de toda actividad laboral; si pasa todo eso, está claro que a largo plazo, con el coste y consecuencias por todos conocidas, podria evitarse el contagio masivo (el rebaño, su padre, gracias). Otra cosa es si se ha llegado a tiempo. Cuanto menor y peor ha sido la prevención, mayor y más severo será -ha sido- el confinamiento. Y más duro será el castigo.

Y llega el momento de empezar a salir de casa y vuelve al tablero nuestra condición socio-cultural y educacional. Somos latinos, decimos para justificarnos. ¿Vamos a dejar de concentrarnos, abrazarnos, besuquearnos, saltar las barreras de distancia social, depositar bolsas, guantes y mascarillas en las papeleras? 

Está mucha gente, demasiada, convencida de que a medida de que se vayan declarando las distintas fases de desescalamiento el virus se hace menos letal y que va a desaparecer.

¿Nos han educado bien? ¿Nos han advertido del riesgo real?

Me temo que no. No hemos aprendido nada, desgraciadamente. Basta ver las calles y caminos de las rutas colesterolinas: guantes de plástico, de látex y mascarillas tiradas por el suelo o atrapadas en matorrales y enredaderas. 

Somos así, desgraciadamente, pero no por ser latinos. Es por nuestra educación. 




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