No imaginaba, hace más de un mes y medio, que iba a sentarme tantas horas ante el monitor de televisión a tratar de distraer mi mente y ahuyentar los malos presagios, otra vez. Mucho tiempo para todo y al caer la tarde había que hacer piña y compartir el mando a distancia y empatizar con los gustos de mis hijas; adolescente una y universitaria la otra. Una terapia de grupo. E intentando eludir desde el minuto uno cualquier contacto con los informativos de cadenas públicas y privadas -mismo tono informativo, mismo grosor y calibre de infamia- parecía más saludable abonarnos a canales que difundieran programaciones alejadas de la actualidad.
Así, hemos asistido a la reconstrucción de un viejo castillo francés por la inagotable imaginación y esfuerzo de un matrimonio británico: ella, una ingeniosa y creativa decoradora que, a juzgar por su aspecto, podría haber pasado unos cuantos veranos en cualquiera de nuestros masificados resorts alcohólicos veraniegos y no la habría confundido nadie. Él, un entusiasta y bonachón ingeniero capaz de atender las más estrambóticas ocurrencias de su pareja. Capítulo a capítulo, y temporada a temporada superando la pereza insoslayable que asfixia a los espectadores, van reconstruyendo planta a planta, habitación a habitación todas las estancias y rincones del castillo hasta llegar a convertirlo en un maravilloso hotel de autor donde poder disfrutar de un excelente paisaje. Se queda corta la serie, a punto de convertirnos nosotros en unos entusiastas manitas dispuestos a reparar de una vez por todas ese cajón que chirría.
Lo siguiente o simultáneamente otra serie, Vivir sin permiso, con un elenco de actores españoles y ambientada en la Galicia víctima del tráfico de drogas: personajes siniestros, criminales con acento colombiano unos, gallego otro...El papel de Ferro (Luis Zahera), matón resolutivo y brazo ejecutor del Patrón es tan genial que deseas incorporarlo inmediatamente al servicio doméstico propio para resolver molestias cotidianas.
Siguiendo con el mundo del tráfico de estupefaciente sucumbí a Narcos y aunque es más que probable acabar hablando como Pablo Escobar se hace un pelín larga la exhibición salvaje de los métodos -reales- de imponer su propia ley. La pasarela de personajes a cual más canalla y sanguinario produce una amarga desazón y especialmente si, como es el caso, se sabe algo del mundo al que se refiere y se conoció en su momento o se tuvo referencia de las atrocidades que trajo consigo la lucha de cárteles de la droga, la corrupción policial, la financiación ilegal de partidos políticos.... A que nos suena.
Lo siguiente o simultáneamente otra serie, Vivir sin permiso, con un elenco de actores españoles y ambientada en la Galicia víctima del tráfico de drogas: personajes siniestros, criminales con acento colombiano unos, gallego otro...El papel de Ferro (Luis Zahera), matón resolutivo y brazo ejecutor del Patrón es tan genial que deseas incorporarlo inmediatamente al servicio doméstico propio para resolver molestias cotidianas.
Siguiendo con el mundo del tráfico de estupefaciente sucumbí a Narcos y aunque es más que probable acabar hablando como Pablo Escobar se hace un pelín larga la exhibición salvaje de los métodos -reales- de imponer su propia ley. La pasarela de personajes a cual más canalla y sanguinario produce una amarga desazón y especialmente si, como es el caso, se sabe algo del mundo al que se refiere y se conoció en su momento o se tuvo referencia de las atrocidades que trajo consigo la lucha de cárteles de la droga, la corrupción policial, la financiación ilegal de partidos políticos.... A que nos suena.
Ante lo que he dimitido como espectador ha sido La Casa de Papel. Lo siento, no puedo con ella. Ya en su momento abandoné Vía a vis por irreal, exagerada, fantasiosa y por todo ello, increíble. Pues esto es más, mucho más. Lo peor, me parece a mi, es pretender que lo canalla, el indocumentado, el quinqui convicto, aparezca envuelto en una épica sanadora y activada contra el sistema. La máscara - casualidad o no en plena vigencia el uso de la mascarilla - supone el camuflage del mal y su imagen, su enaltecimiento como símbolo del heroísmo anónimo para las nuevas generaciones: si no puedes circular por el buen camino, asalta la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre o el Banco de España. Envuelve todo en un entorno de torpeza policial y desequilibrios sociales y económicos y empieza a rodar capítulos como si no hubiera un mañana. De vez en cuando haz que cada uno de los personajes encañone amenazante su pistola unas cien veces a cada uno de los compañeros de serie, que se escupan unos cientos de manidos tópicos a cuál más estúpido y unas cuantas heridas de bala que parecen ser menos hirientes que un paseo por un paintball.
El fallo del sistema, de nuestro sistema, es que estas series muestran un camino engañoso a una nueva generación de adolescentes (sé por qué lo digo) que ven en el activismo antisistema la ruta para lograr lo que sea que se propongan. Como un videojuego.
¿Y si falla el antisistema?
De lo mejorcito que he escuchado en "música desde casa" https://youtu.be/GeoH1YQn4xI
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