lunes, 27 de abril de 2020

Yo era muy feliz....y sí, lo sabía

Éramos felices y no lo sabíamos. Esta frase la he leído y escuchado un sinfín de veces durante todo este arresto domiciliario. A los pocos días, muchos nos dimos cuenta y lo vimos claro. Sin ser capaces de vislumbrar, como todavía no los somos ahora, cuándo acabaría este confinamiento -ni cómo-; con toda la familia en casa, alejada de sus respectivos lugares de trabajo y estudio, con comercios, empresas, locales de negocio cerrados y sin posibilidad de salir ni a estirar las piernas, empezaba a valorar cuánto habiámos dejado al otro lado del portal.

Pasan las horas, los días, las semanas y hemos entrado en una nueva rutina, pero la vida se queda en casa. Vamos tejiendo, individualmente, nuestra propia tela de araña con momentos de convivencia, de intercambio de estados de ánimo y sensaciones, de entusiasmo y de bajón. Buscas un rincón solitario y silencioso en la coladuría, en el balcón, en el dormitorio o en el baño. Miras una foto enmarcada, la carátula de un cd, una de las paredes de la sala o el techo de la habitación. Menos mal que el piso está recién pintado y que luce en pefecto estado (otra vez gracias, Joaquín, por tu esmerado trabajo). Si no fuera así estaría pensando, como Serrat, que al techo no le iría mal una mano de pintura.

Me siento en el sofá, compartido a tiempo parcial, con la sana intención de seguir avanzando en la lectura del libro de Francisco Cánovas Sánchez, Vida, obra y compromiso de Benito Pérez Galdós. Recomendable. Pasado el primer cuarto de hora advierto que mi menté voló. Suelo leer con un pequeño lápiz en la mano y subrayo expresiones, palabras y referencias que me llaman la atención y que quedan impresas en la memoria. Me doy cuenta de que hace bastante rato que la mina del lápiz no ha borroneado ninguna página. Efectivamente mi mente voló.

Llueve. Como apenas hay tráfico y la televisión está apagada y ninguna música suena en la casa, se escucha perfectamente el sonido de esa lluvia fina que lleva cayendo todo el día. Y suena también la algarabía de los vencejos, que ya son multitud y van y vuelven entre los aleros de las casas, con sus vuelos acrobáticos; subiendo y dejándose caer con el leve movimiento de sus alas. 

Y sí, soy feliz así, a pesar de todo. No me puedo quejar, me repito mentalmente una y otra vez recordando que esta expresión se ha convertido en mi automática respuesta a un saludo coloquial.

Ya no podía quejarme cuando, antes de todo esto, también era feliz. Y lo era -lo soy- porque  aprendí, supongo, a tratar de serlo con muy poco. Con unas cañas y unas tapas los viernes por la noche, con cuatro o cinco partidos de tenis a la semana, con un buen libro entre las manos para ir pegándole mordiscos a ratitos, o bocados con un poco más de tiempo. Con la paellita de los sábados; ese día en que te esmeras en la cocina y le das un poco más de lustre a la mesa. O con una tarde de fútbol en televisión o en la tableta, según se de la ocasión y disfrutar con ese balón que Messi ha vuelto a alojar en el fondo de la portería.

Y programando un fin de semana de escapada o una semana entera en la nieve, o un viaje a mi querida Galicia para dejarme llevar por el aroma de un buen pescado y una botellita de albariño.

Y soy feliz así, porque mi vida es muy sencilla. Y porque no trato de jodérsela a los demás.



1 comentario:

  1. Asís, el último párrafo lo voy a subrayar con mi "pequeño lápiz", es muy acertado.
    Un abrazo.

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