La política es el camino para que los hombres sin principios puedan dirigir a los hombres sin memoria.*
Voltaire.
El titular de un medio digital me llama la atención y lo "pincho". No es morbo; es tristeza. El fallecimiento de Luis fue noticia a principios de abril por tratarse del primer médico que fallecía por causa del Covid-19 en Madrid. De todas las muertes de ciudadanos anteriores a la suya, la manera oficial de gestionar tan friamente sus datos, ensordeciéndolos a conveniencia de una política repugnante, y de todas las posteriores muertes, hasta hoy, ha ido contribuyendo a que el nombre de las víctimas se desconozca y que su recuerdo y su memoria vayan diluyéndose y desapareciendo de la actualidad del día a día e irá quedando residualmente en el dolor de sus familiares, compañeros y amigos. Luego llegará el silencio. Para siempre. No deberíamos olvidar.
A eso contribuye -no hay que culparse por ello- la fragilidad de nuestra memoria; nadie guardará luto por un padre ajeno pese a que seamos solidarios con el dolor de sus hijos en su momento. Igual ocurre con el elevadísimo número de víctimas de este virus. Duelen masivamente a pesar de que nos los quieran vender como fríos datos en el contexto de una pandemia global y -manda huevos- habrá que felicitarse porque la cifra vaya descendiendo. Una vez más nos hacen vivir envueltos en una fría estadística, extendiéndola como un mantra sanador. No deberíamos olvidar.
Y mientras ese recuento, riguroso o no, real o maquillado, sigue impregnando de tristeza nuestra actualidad, nos palpamos a nosotros mismos, nos calzamos las zapatillas de correr y saltamos, eufóricos, a la calle en un ansioso afán de devolver normalidad a nuestras vidas. ¿Normalidad? Con una cifra que acabará superando los treinta mil fallecidos; con un sector sanitario colapsado y agotado y con una pandemia económica de la que costará unos cuantos años recuperarnos va a resultar muy difícil hablar de normalidad. No deberíamos olvidar.
Nos robaron el mes de abril. Sabemos quién, además -yo sí lo creo- actuó como cooperador necesario. Con el mes de abril se fueron -aunque algunos no son del todo conscientes- los sueños de cientos de jóvenes, estudiantes o no, que tenían su esperanza en obtener en unos años la formación o el trabajo por el que se han esforzado. Se fue también el patio de naranjos o el banco del parque de una buena parte de nuestra sociedad, de nuestras familias que, habiendo alcanzado la espléndida madurez de la tercera edad, se habían ganado el derecho a vivir relajadamente el resto de sus días. Jugando al tute o al parchís, aunque fuera en una residencia. No deberíamos olvidar.
El resto, por Comunidades Autónomas, nos frotábamos las manos ante las previsiones, una vez más, de la nueva temporada turística, a pesar de la obstinada y cerril política de muchas de nuestras autoridades, manifiestamente reacias a asumir que es el turismo el principal motor de nuestra economía y que debemos mimar a los turistas que nos visitan, rechazando, por supuesto, el turismo de borrachera y descontrol. No deberíamos olvidar.
No. No deberíamos olvidar cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo, quién nos ha traído y cómo. No ha sido a hurtadillas. Ha sido a cara descubierta, sin mascarilla, por real decreto y en el boe.
Siempre he escuchado a mi madre decir que solo le pide a Dios un minuto más de cabeza que de vida. Y yo, además, más firme la memoria.
* Gracias por la cita, Alfredo Z.
Y mientras ese recuento, riguroso o no, real o maquillado, sigue impregnando de tristeza nuestra actualidad, nos palpamos a nosotros mismos, nos calzamos las zapatillas de correr y saltamos, eufóricos, a la calle en un ansioso afán de devolver normalidad a nuestras vidas. ¿Normalidad? Con una cifra que acabará superando los treinta mil fallecidos; con un sector sanitario colapsado y agotado y con una pandemia económica de la que costará unos cuantos años recuperarnos va a resultar muy difícil hablar de normalidad. No deberíamos olvidar.
Nos robaron el mes de abril. Sabemos quién, además -yo sí lo creo- actuó como cooperador necesario. Con el mes de abril se fueron -aunque algunos no son del todo conscientes- los sueños de cientos de jóvenes, estudiantes o no, que tenían su esperanza en obtener en unos años la formación o el trabajo por el que se han esforzado. Se fue también el patio de naranjos o el banco del parque de una buena parte de nuestra sociedad, de nuestras familias que, habiendo alcanzado la espléndida madurez de la tercera edad, se habían ganado el derecho a vivir relajadamente el resto de sus días. Jugando al tute o al parchís, aunque fuera en una residencia. No deberíamos olvidar.
El resto, por Comunidades Autónomas, nos frotábamos las manos ante las previsiones, una vez más, de la nueva temporada turística, a pesar de la obstinada y cerril política de muchas de nuestras autoridades, manifiestamente reacias a asumir que es el turismo el principal motor de nuestra economía y que debemos mimar a los turistas que nos visitan, rechazando, por supuesto, el turismo de borrachera y descontrol. No deberíamos olvidar.
No. No deberíamos olvidar cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo, quién nos ha traído y cómo. No ha sido a hurtadillas. Ha sido a cara descubierta, sin mascarilla, por real decreto y en el boe.
Siempre he escuchado a mi madre decir que solo le pide a Dios un minuto más de cabeza que de vida. Y yo, además, más firme la memoria.
* Gracias por la cita, Alfredo Z.
Buenos días Asís, ¡yo no voy a olvidar!
ResponderEliminarUn abrazo.
Comparto totalmente el artículo. Cada palabra, cada sentimiento. Y no, no podemos,ni debemos olvidar.
ResponderEliminarGracias por poner letra a mis pensamientos.