lunes, 6 de enero de 2020

Sábado gastronómico... Y domingo también.

Ante la inminente hecatombe política, social y económica que se nos viene encima - ¿será cierto, mi querido Pedro, que soy un derrotista compulsivo que me dejo llevar por el apocalíptico Casado? - me entrego en cuerpo y alma a los placeres mundanos, ofreciendo toda mi espalda a la más rabiosa - insurgencia oficial- actualidad informativa de la  sesión de investidura (el rey desnudo).

Dice Arguiñano que con los pantalones puestos, la única manera de gozar es comiendo. Totalmente de acuerdo y así, calzado y con los vaqueros puestos me acerco al mercado. Es sábado y, además, hay mercadillo de payés. Sobrevuelo muy atento la zona exterior de la plaza y sorteando carritos de la compra y senallas  cargadas de viandas en las que siempre suele sobresalir un vistoso manojo de puerros, escucho las voces de los variados puestos. Me alegra infinitamente reconocer el uso del auténtico mallorquín de fora vila que predomina especialmente en las paradas de frutas y hortalizas. Coles, nabos, rabizas, patatas, cebollas y lechugas con aspecto de gran verdad, con aromas que transmiten una autenticidad incontestable. El aroma que se percibe en los pasillos, entre empellones y trompicones, es el olor de la tierra labrada y de las manos de campesino: rudas,  fuertes y rugosas. Con esas manos honestas te entregan el género y te devuelven el cambio, sin un céntimo de menos. 

Encuentro niscalos de Ávila y tal vez sean ya los últimos de la temporada, desgraciadamente.



Ante la ausencia de carrilleras de ternera me seducen con un atractivo corte de ossobuco: cuatro piezas, un kilo y setecientos gramos. 

Empiezo a reconocer el interior del mercado y me veo obligado a esquivar vendedores y productos valiosos: hoy voy de carne, de estofado, de chup-chup. Otro día me dejaré llevar por el denton, por el gallo de San Pedro o por la cántera, pequeño sargo de ración. Paso de puntillas, pero saludando con habitual cortesía a mi atentos pescaderos y a mis celebrados charcuteros de altísima gama de ibéricos y suculentos foies.

Como me temo y me conozco he decidido no usar la tarjeta y limitar el gasto a cuanto llevo en la cartera: 60 euros, sí, 60!!! Bueno, pues después de toda la compra, me sobraron 20 euros. Y la senalla llena!!! 

Es cierto que la nevera de casa está llena y antes de salir ya tenía muy claro el menú del día: arroz de ropa vieja. Son los restos de la escudella y carn de olla de la que dimos buena cuenta justo después de que el gran oso letón Andris Nelson nos hiciera emocionados partícipes del Concierto de Año Nuevo, dando las palmadas de rigor en la renovada Marcha Radetzky.

El aroma que desprende el fondo de la paella, al sofreír la panceta, los garbanzos, la butifarra, el chorizo, la morcilla y la zanahoria, del exquisito "ya te vi", casi logra escamotear el de los rebollones (rovellons) confitados en sus propios jugos bajo el poderoso influjo del fondeo de aceite, de ajos y de perejil fresco. El resultado garantiza el goloso ejercicio de mojar un buen pan de horno. Sublime!!!


Llegamos a los postres y aún nos queda un pequeño rincón, un hueco para el pequeño doblegat - cremadillo- relleno: bocado de hojaldre que cuanto más tostado esté, más crujiente y por tanto más rico- relleno de cabello de ángel, crema o chocolate, según las preferencias.




Llega el domingo y como regalo anticipado de Reyes Magos, desde las ocho de la mañana me entrego a la vieja cocotte de hierro - mas de cuarenta años de servicio a cuestas -y empiezan a desfilar las piezas de ossobuco y las verduras que han permanecido maceradas en vino casi 24 horas. Después de una hora y media de cocción a fuego lento, cada vez que levanto la pesada tapa de hierro forjado, el vapor que se eleva hacia la campana extractora garantiza un nuevo gozo a pantalón bien puesto. 

Después de más de dos horas y pasada la salsa por el chino, el resultado es espectacular. Como puños mis lágrimas.... 




Y qué quieres, qué me pierda todo esto por una sesión de investidura???? Llámame apocalíptico pero un país que está pendiente del pedrochete de las campanadas no merece mi atención, en estos momentos. Que sea lo que Dios quiera. 

Cuanto antes lo invistan, antes nos iremos al carajo y antes tomaremos el camino de vuelta. 

Cambio, finalmente mi pantalón vaquero por un bañador. Amanece un 5 de enero radiante y sin una sola nube sobre el horizonte. Con mi hija mayor, María, nos damos el primer chapuzón del año. El roscón de Reyes nos espera y en este punto, unanimidad absoluta entre los afortunados golosos, los del Forn Nou de La Vileta, son los mejores que hemos comido en Palma. 



Que aproveche. 

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