lunes, 27 de enero de 2020

La arrogancia

Arrogancia ejemplar es la del estúpido que sin tener ni idea de cómo lo hace, navega con viento a favor y la mar y el propio barco lo llevan a él. Pero cuando la mar comience a rizarse y el viento a rolar y rachear veremos si sigue al timón o bien desembarca cobardemente con el bote del Capitán y busca refugio en el puerto más próximo.

Es lo que tiene mandar una tripulación de malos marineros, aduladores y agradecidos que jamás cuestionarán la voz de mando. Esto es bien porque no tienen valor, porque tienen menos formación que ideas o demasiados intereses, sin descartarse, por supuesto, que se den las tres circunstancias.

En el Open de Australia he asistido a muchos gestos y actitudes, especialmente de jugadores australianos, propios de personas muy arrogantes y deficitariamente dotados de humildad. Con el viento a favor (el público de casa que todo lo aplaude) y ante los más grandes de la historia del tenis, algunos chicos malos, educados y formados sin el rigor ni severidad adecuadas, muestran la peor cara del deporte. Asumirán, al final, la contundencia de la derrota - sólo faltaría- pero por el camino degradan los valores que sí observan otros jugadores.

No es uno en concreto ni tampoco lo son todos, pero después de haber viajado -virtualmente- a Melbourne y haber disfrutado algunas mañanas de mis días de vacaciones entre raquetas, me queda la sensación de que la elegancia exclusiva del tenis se va devaluando también. 

Y desgraciadamente la arrogancia no es exclusiva del deporte. También se hace visible en otras facetas de la vida de las que no quiero hablar. Al final la arrogancia, con viento y mar a favor, se hace insoportable. Es peligrosa, muy peligrosa para todos, para quien la padece y para quienes la sufren...y suele llevar a la mentira. Y una mentira solo se sostiene con otra más gorda, con una escalada de mentiras.

Vivan pues los arrogantes su propia pesadilla que ya nos pasarán la factura de la vajilla rota.

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