Por más que nos quieran hacer creer que no hace frío o que no llueve -que ya les vale- cada cual tiene y padece su particular sensación térmica.
Yo no era nada friolero. Es más, hasta hace bien poco he logrado combatir mucho mejor el frío que el calor. La prueba de esta afirmación es que cuanto más frío hacía, más calientes estaban mis manos. Hablamos de temperaturas no muy radicales ni en un sentido ni en el otro. Clima mediterráneo, que no dice mucho, pero que ya nos ubica en zona templada. Pero esta cuna de viejas civilizaciones compartidas por extensión, por invasión y por reconquista hace que tengamos, los pueblos que vivimos alrededor de sus aguas, muchas cosas en común. Y en los últimos tiempos el caos y el desgobierno como nota singular.
Sensación térmica, en este caso, es tener frío, mucho frío ante lo que se nos avecina; esa corriente de incertidumbre (cierto, cierto) de lo que puede llegar a pasar, a sabiendas de que sea lo que sea, no va a resultar muy positivo ni favorable para los que -jopetas, toda nuestra vida- llevamos pagando facturas de crisis políticas, de crisis económicas, de crisis bancarias, de crisis migratorias, de crisis medioambientales....vaya! Cada década, una de ellas. Todavía tengo el recuerdo de la portada del LP de Supertramp, de aquellos viejos 70, entre mis manos y no entendía entonces, Crisis, What Crisis?
En el ámbito más propio, más cercano, personalmente creo que atravesamos las peores turbulencias desde 1975 y no será que no hemos tragado lágrimas y asistido a funerales; primero de militares, policías y guardias civiles y más tarde de jueces, fiscales, periodistas, policías locales y políticos. Y cuando la Ley, la política y la Justicia parecían haber logrado acabar con ese atroz goteo, pasados los años, empezamos con las tensiones territoriales llevadas a su extremo más agrio y beligerante. Varias vueltas de tornillo.
En los dos últimos años, parece que el calendario nos lo marcan quienes no solo no quieren ser españoles, sino que ahora se han empeñado en que no lo seamos el resto de ciudadanos habitantes del resto del territorio nacional. Es decir, la consigna parece muy clara: fragmentemos todo. Ya no basta con intentar segregarnos, rompamos el tablero. ¿Es legítimo, al final, valerse de nuestra democracia - que es de todos y para todos, con sus derechos, pero también con sus obligaciones- para lograr sus fines e impone el antisistema como sistema? ¿y no es realmente torpe dejarse llevar por una firma, por un acuerdo tan potencialmente peligroso y maligno?
Sensación térmica de frío, de mucho frío y del más absoluto de los desamparos (de estar hasta las p....) de aguantar el permanente chantaje -y dos huevos duros- para constituir un gobierno que veremos cuánto tarda en tornarse ineficaz e insostenible y hasta dónde nos lleva. No parece muy fiable cuando sabes que, con quienes te sientas a jugar la partida, una vez esta empiece, van a imponer el cambio de reglas (o harán trampas) para transformar sus pérdidas en confortables ventajas.
Parece tan poco fiable como los modelos de sostenibilidad medioambiental que se han exhibido -tan impúdicamente- en la Cumbre del clima 2019, que podría haberse llamado perfectísimamente Cumbre para el cambio climático definitivo, a juzgar por la mayor parte de los poco convincentes testimonios de los cómicos y "artistas" participantes, mucho más preocupados en blanquear sus apestosos hábitos contaminantes. Si tuviéramos que seguir su ejemplo, en un par de semanas....
Estoy convencido de que, niñatos botelloneros a un lado (en el callejón, bajo el puente de la vía de cintura), los ciudadanos medios somos más respetuosos con el medio ambiente que cualquiera de esos mamarrachos "gretinos" (el palabro no es mío pero lo copio por ser acertadísimo). A veces consiste simplemente en no ensuciar, más que en limpiar. Que prueben. Es fácil.
Y sin necesidad de calzarse una trenzas suecas ni de llevar a cabo exhibiciones estrambóticas.
En los dos últimos años, parece que el calendario nos lo marcan quienes no solo no quieren ser españoles, sino que ahora se han empeñado en que no lo seamos el resto de ciudadanos habitantes del resto del territorio nacional. Es decir, la consigna parece muy clara: fragmentemos todo. Ya no basta con intentar segregarnos, rompamos el tablero. ¿Es legítimo, al final, valerse de nuestra democracia - que es de todos y para todos, con sus derechos, pero también con sus obligaciones- para lograr sus fines e impone el antisistema como sistema? ¿y no es realmente torpe dejarse llevar por una firma, por un acuerdo tan potencialmente peligroso y maligno?
Sensación térmica de frío, de mucho frío y del más absoluto de los desamparos (de estar hasta las p....) de aguantar el permanente chantaje -y dos huevos duros- para constituir un gobierno que veremos cuánto tarda en tornarse ineficaz e insostenible y hasta dónde nos lleva. No parece muy fiable cuando sabes que, con quienes te sientas a jugar la partida, una vez esta empiece, van a imponer el cambio de reglas (o harán trampas) para transformar sus pérdidas en confortables ventajas.
Parece tan poco fiable como los modelos de sostenibilidad medioambiental que se han exhibido -tan impúdicamente- en la Cumbre del clima 2019, que podría haberse llamado perfectísimamente Cumbre para el cambio climático definitivo, a juzgar por la mayor parte de los poco convincentes testimonios de los cómicos y "artistas" participantes, mucho más preocupados en blanquear sus apestosos hábitos contaminantes. Si tuviéramos que seguir su ejemplo, en un par de semanas....
Estoy convencido de que, niñatos botelloneros a un lado (en el callejón, bajo el puente de la vía de cintura), los ciudadanos medios somos más respetuosos con el medio ambiente que cualquiera de esos mamarrachos "gretinos" (el palabro no es mío pero lo copio por ser acertadísimo). A veces consiste simplemente en no ensuciar, más que en limpiar. Que prueben. Es fácil.
Y sin necesidad de calzarse una trenzas suecas ni de llevar a cabo exhibiciones estrambóticas.
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