Pensé que iba a ser más difícil pero después de haber vivido más de una semana en modo avión ha resultado mucho más sencillo y placentero de lo que me imaginaba. Y eso que la altitud y velocidad alcanzada hasta ahora no ha permitido impermeabilizar del todo mis sentidos y aún, de vez en cuando, noto el frío impacto de algún titular rutilante, algún guasap con tintes políticos y alguna imagen del juicio, de las barricadas o de la metralla electoral. Mejorará, sin duda, a partir de la segunda semana, entre otras cosas, porque a partir del jueves un extenso manto de nieve y la gastronomía del Vall d'Arán centrarán toda mi atención. Así sea.
De lo que más me cuesta aislarme es del sonido radiofónico del alba. El mantra de los enigmáticos sueños puede alterarse según sea la hora en que mi cuerpo yacente recupera el encendido del sistema y las pequeñas lucecillas comienzan su incesante parpadeo. Si es antes de las seis, no veo amenazada mi suave navegación aérea. Pero si es a partir de esa hora, los primeros titulares y la perorata de Herrera, generan ciertas turbulencias y sacuden levemente mi avión.
Durante el resto del día ya no presto atención a la actualidad. Hojeo sin excesiva atención el periódico en edición de papel de la cafetería y paso con urgencia y de puntillas por las informaciones locales y nacionales; husmeo en las fotos sin agudizar mucho la vista, sin mis gafas de presbicia. Veo tipos sentados en bancadas de terciopelo granate como si estuvieran en la sala de espera de un viejo consultorio o de pie ante el Tribunal y alguna frase entrecomillada. Otros, más habituales de los reality de nuestra política nacional, manoseando interesadamente términos y expresiones con los que pretenden ganarse la voluntad del elector. Y huesitos, muchos huesitos. Nauseabundo.
En cuanto me subo al coche, sintonizo emisoras musicales que me garanticen el cordón sanitario con el que me protejo de los agresivos informativos que anuncian lo que hacen fulanito o perenganita, con quién, dónde, a qué hora y qué aspecto tenía la deposición, la comida, su traje, su bolso.....
Vivo feliz con mi aislamiento. He descubierto recientemente una emisora inglesa que opera en determinados puntos de nuestro Mediterráneo. Las canciones de los 80 y los informativos en inglés, sin más énfasis que el acento del locutor. No se puede pedir más. Desde primera hora del sábado escuchando los viejos temas (término este para referirse a las canciones que tanto entusiasmaba a mi querido Pedro GS) rescatados del desván, como en su momento, para la generación anterior a la mía, pudieron ser los cuplés de la Piquer. Pues para eso hemos quedado, para consolarnos con volver a escuchar a Tears for fears; Wet, wet, wet; The Christian,s; The Cure; Smokey Robinson y un largo etcétera que me transporta, en avión, a tiempos pretéritos. Mi sorpresa, mayúscula, es que mi hija mayor, María, 17 años, las conoce, las baila con sus amigas y las tararea casi inconscientemente. No deja de llamar la atención que la música de mi generación, pasados más de treinta y pico años desde que se grabaron, suene en su altavoz bluetooth y que estén en su playlist. Será que, o aquello era muy bueno o lo de hoy en día deja mucho que desear.
No se está nada mal a bordo. Ánimo: quedan plazas libres.
Hijos y música....
https://www.youtube.com/watch?v=1-XhIhNWqgI
Vivo feliz con mi aislamiento. He descubierto recientemente una emisora inglesa que opera en determinados puntos de nuestro Mediterráneo. Las canciones de los 80 y los informativos en inglés, sin más énfasis que el acento del locutor. No se puede pedir más. Desde primera hora del sábado escuchando los viejos temas (término este para referirse a las canciones que tanto entusiasmaba a mi querido Pedro GS) rescatados del desván, como en su momento, para la generación anterior a la mía, pudieron ser los cuplés de la Piquer. Pues para eso hemos quedado, para consolarnos con volver a escuchar a Tears for fears; Wet, wet, wet; The Christian,s; The Cure; Smokey Robinson y un largo etcétera que me transporta, en avión, a tiempos pretéritos. Mi sorpresa, mayúscula, es que mi hija mayor, María, 17 años, las conoce, las baila con sus amigas y las tararea casi inconscientemente. No deja de llamar la atención que la música de mi generación, pasados más de treinta y pico años desde que se grabaron, suene en su altavoz bluetooth y que estén en su playlist. Será que, o aquello era muy bueno o lo de hoy en día deja mucho que desear.
No se está nada mal a bordo. Ánimo: quedan plazas libres.
Hijos y música....
https://www.youtube.com/watch?v=1-XhIhNWqgI
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