lunes, 11 de marzo de 2019

Nunca el tiempo es perdido

Cinco días seguidos de esquí suponen un ejercicio físico muy intenso. Gracias a mis tres o cuatro sesiones de tenis por semana llegaba a Baqueira con un ritmo muy adecuado de actividad deportiva y mis piernas estaban preparadas para soportar los cientos -sí, cientos- de descensos desde primera hora de la mañana hasta que el sol de media tarde se colaba entre las colinas del Valle de Arán y avisaba del fin de la jornada, un día más.

Con la de este año, llevamos ya ocho temporadas acudiendo a las pistas de Baqueira Beret a una cita que nos reubica familiarmente en un entorno de espectaculares prestaciones: intensa actividad física y exquisita gastronomía. Y no nos ha defraudado jamás. En los primeros años los confines físicos de la estación se nos hacían inalcanzables. Pese a llevar esquiando en pareja más de veinticinco años, la paulatina incorporación de nuestra prole a este saludable hábito nos hacía retroceder en nuestro ánimo expansivo y reducir las horas de esquí libre. Siendo las niñas pequeñas, cuando todavía íbamos a Andorra, solo disponíamos del tiempo que duraban sus clases para intentar alejarnos del núcleo de debutantes y  poder dedicar las tardes a regocijarnos con sus milimétricos avances. Echando la semillita de ese veneno beneficioso que, pasados los años, ha dado su resultado. Desde las pistas baby, con desniveles inapreciables y cuñas interminables hasta alcanzar, este año, la cota máxima de todo el dominio, Cap de Baciver, 2.610 metros de altitud, han transcurrido más de diez años de carreras alocadas para alcanzar el telesilla un minuto antes de que empezaran las clases; esa bota que no acaba de entrar y que hace que nos duelan las piececitos, los guantes que han perdido uno de los dedos huésped que quedó atrapado fuera de su huequito; ese dolor de barriga o ese pipí, o esos moquitos que se descuelgan de las pequeñas narices; el casco que choca con el coletero, las gafas que se empañan, el bastón que cae del telesilla, el hambre, el frio, el calor, la sed, el cansancio...


Nunca el tiempo es perdido y después de todos estos años, volver a la nieve cada mes de enero, o febrero o marzo y poder preocuparse ya exclusivamente del equipamiento personal porque cada cual es capaz de gestionar su acomodamiento; prescindir de las clases y optar por alejarse del núcleo central y alcanzar las más altas cimas sin más preocupación que la de dejarse caer, deslizarse libremente y comprobar que el nivel alcanzado garantiza plenamente el disfrute de un ambiente que puede llegar a ser climatológicamente muy hostil pero muy gratificante. Niebla, frio, nieve o lluvia, en condiciones extremas hacen de esta práctica una dura prueba de resistencia que resulta muy difícil vender como emocionante y vibrante a quienes no la han probado. Y a pesar de esas dificultades añadidas, cuando llega el momento de quitarse los esquíes y las botas y tomar el camino a casa, la sensación que queda es siempre muy satisfactoria. Las piernas agarrotadas, los dedos entumecidos, el cuerpo agotado....llega el momento de pedir una caña y programar la cena. 


Este año no nos hemos desplazado a ningún restaurante que estuviera fuera de Bossost. La oferta de este pueblecito aranés es tan atrayente como variada, incluso repitiendo en el mismo local y además, los precios son más que razonables. La Trastienda - Hostal Tina- sigue creciendo y ofrece menú a 17 euros a elegir de una extensa gama de primeros y segundos en los cuales es muy difícil errar. Su afamada olla aranesa, sus estofados de carne, su civet de ciervo, su confit o sus canalones de pato, su selección de patés y fiambres locales, sus variantes en huevos rotos (escaldados al punto para que la yema cubra unas espectaculares patatas confitadas y un generoso corte de foie pasado por la plancha). Hemos sucumbido, sucesivamente, a la coca de recapte con escalivada, al carpacho de bacalao ahumado, a la ensalada de mango, manzana, quinoa y esturión ahumado, a la trucha de Tavascán al horno con verduras de temporada y a una sorprendente e inacabable pizza de pato. La simpatía y atenciones de los propietarios del local y de su personal de comedor garantizan una agradable y suculenta estancia en el restaurante. 

En otro local, nuevo para nosotros, El Tirabouçon, degustamos una sabrosa butifarra de perol, un estimable entrecot de ternera y una especialidad digna de reyes de la gastronomía; manitas de cerdo con salsa de caracoles (y muchos caracoles). 

Finalmente, la Casa Nostra, un local con aire italiano pero donde caben muchos tipos de cocina. Surtida variedad de ensaldas originales, canalones de espinacas y pato y la pasta casera con salsas a la borgoñesa o al pesto, sublimes. 


Comer y esquiar. Nunca el tiempo es perdido. Hace ya muchos años nos empeñamos en contagiar a nuestras hijas el gusto por la nieve y por la gastronomía en mayúsculas y ellas han ido aprendiendo. Ya pueden volar solas. Volverán, cuando llegue su turno, por sus propios medios y con sus propias familias a esquiar y comer a la Vall d'Aran y cuando llegue el momento de volver la vista atrás reconocerán, espero, donde aprendieron a sacarle provecho a.... Las cosas buenas que tiene la vida...hey, hey (a mi querida sobrina Claudia que nos ha acompañado este año y con la que tan buenos momentos hemos compartido, en la nieve y en la mesa)  



Nunca el tiempo es perdido.... es sólo un recodo más en nuestra ilusión ávida de cariño

(esta va para tí, mi Lola B. porque sé que hace mucho tiempo que sigues a mi vieja olivetti y jamás te viste aludida en ella) 



https://www.youtube.com/watch?v=EVjldNAECe8

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...