lunes, 3 de diciembre de 2018

La ocarina del afilador

Ocurre algunos domingos y se percibe especialmente en los de clima soleado y temperaturas tibias cuando el ventanal del salón abierto permite que llegue a mis oídos el rumor urbano de las mañanas: es el sonido de una ciudad que se despereza sigilosamente. Despliego las patas de la tabla de plancha, la enchufo,  amontono toda la ropa sobre una de las butacas y en lo que alcanza la temperatura de planchado conecto mi mente a modo "yo, para mí". Para cuando empiezo a atacar todas las arrugas de la semana mi cerebro ya ha despegado de Cabo Cañaveral y chisporrotea a gran velocidad sobre la estratosfera de mi conciencia, ese espacio mental en el que anidan mis pequeñas inquietudes cotidianas: el recibo del ibi, los del cole, el seguro de la casa, la reparación del coche....

Muchas de las veces, la mayoría, ya he desayunado, ya he repasado en la tableta o en el móvil las inmundicias de la actualidad y ya he escuchado, desde primerísima hora todas las noticias: desde la novedad más reciente hasta el repaso general de lo ocurrido durante toda la semana.

Ni el café expreso con el chorrito de leche templada consigue rescatarme del escepticismo que provocan todos esos titulares en mi estado de ánimo. Estamos en vísperas de una importante efeméride y me temo que asisto, asistimos, a la innegable degradación de todo cuanto hemos visto crearse y crecer los cuarenta años de vigencia de nuestra Constitución y empezamos a cuestionarnos si, por haber sido testigos directos, a estas alturas de nuestras vidas hemos sido tal vez unos conformistas que nos hemos acomodado al medio sin haber presentado batalla ni tratado de imponer nuestros caprichos. Cuarenta años.....

Uno de los sonidos que se cuelan a través del ventanal es el de la ocarina del afilador. Lo tengo grabado en uno de los pliegues de la memoria; me lleva a la impecable presencia de un tipo enjuto con chaqueta de pana y boina calada junto a una bici sobre cuya rueda trasera había un curioso artefacto. Anclada en un sólido caballete, el pie del afilador giraba parsimonioso los pedales mientras restregaba la hoja de un cuchillo contra la rueda de piedra, o igual arreglaba un viejo paraguas. 

Me asomo al balcón y desde arriba solo se ve un turismo azul con un altavoz sobre el capó que reproduce el dulce sonido de la ocarina. Hace tiempo, cuando mi hija mayor apenas tenía  tres o cuatro añitos la llevé junto al afilador, que resultó ser rumano y no de Orense, y mientras le explicaba el qué y el por qué no pude evitar acordarme del patio de Barcelona donde hacía sonar su chuflo un  auténtico afilador de posguerra; su escueta estampa, su bici, su esmeril y su ocarina.

Tiempo de nostalgia que sucumbe también ante el avance de la suela de acero inoxidable de mi plancha de los domingos...y la música de hoy....la de hace cuarenta años. Canción rescatada entre aquellas que sonaban allá por el 78 mientras estudiaba Derecho constitucional comparado. Quién nos iba a decir.....

https://www.youtube.com/watch?v=_qqvdOwoN-Y




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