Laura no está. Laura no volverá a su casa esta Navidad. Laura no aprovechará los primeros días de sus vacaciones para hacer sus compras navideñas. Laura no podrá abrazar a sus padres, ni a sus hermanos, ni a sus sobrinos. Laura no podrá volver a besar a su novio. Laura no podrá rescatar el árbol de Navidad de su trastero ni adornarlo como solía hacer todos los años antes de aceptar ese trabajo para el que tanto había estudiado. Laura no podrá celebrar el regreso a casa con sus amigas una de esas tardes de chicas, de cañas y tapas después de haber entrado y salido de cientos de tiendas. Laura no podrá aprovechar una noche de lunes para ir al cine a ver esa película que ya habían estrenado un tiempo atrás pero que reservaba para ver con alguien muy especial. Laura no llegará, como solía, un poquito antes a la casa de sus padres esta Nochebuena para echar una mano en la cocina, para preparar la mesa con la vajilla y la cristalería de las grandes ocasiones y para contarle a la abuela cómo le está resultando esa nueva etapa profesional. Laura no se sentará en su sitio en esa mesa compartida con todos los familiares para cumplir así con la tradición como venía haciendo desde que tenía uso de razón. Laura no podrá brindar con cava y turrones por la felicidad de las fiestas y por los mejores deseos para el nuevo año. Laura no podrá recibir ni entregar los regalos de sus padres, de sus hermanos, de su novio o de esa amiga invisible.
Laura ha sido la última víctima conocida de ese espeluznante rosario de crímenes incomprensibles, innecesarios, inexplicables, inoportunos siempre, injustificables ni por enfermedades mentales, ni por desviaciones de conductas ni, muchísimo menos por esos equivocados conceptos de la supremacía machista de tipos despreciables.
Laura se fue impregnada por el aroma repugnante de un chulo criminal que decidió que era para él aquella nueva vecina que salía a hacer un poco de ejercicio; por las buenas o por las peores. Laura tuvo que soportar el manoseo indecente y sucio de un asesino que gozaba de una libertad injusta -lo siento- y soportar el aliento putrefacto de un tipo chungo que apesta a vicio descontrolado.
Es Navidad, celebraremos la nochebuena y muy probablemente nos sentaremos en la mesa familiar, cenaremos algunas exquisiteces, brindaremos con cava o champán, degustaremos turrones y alfajores pero Laura no se sentará ya en la mesa.
Como hijo, esposo y padre, pero principalmente como ser humano, como ciudadano de una sociedad del siglo XXI, siento una infinita repugnancia por ese tipo de monstruos indignos de piedad ni misericordia, carne de presidio del cual no deberían ausentarse bajo la garantía, para los ciudadanos, del cumplimiento de una pena adecuada a su crimen, la que legalmente quepa y la que decentemente merezca nuestra sociedad.
Jamás deberíais correr por miedo ni por temor, ni sentiros amenazadas por la presencia o las miradas o el acoso de un cerdo criminal que se ha encaprichado de una mujer. Un ser repugnante que además se conoce al dedillo todos los beneficios del régimen penitenciario y que actúa al filo de la pena menor, no sea que en caso de que le descubran le caiga una mayor condena....
Es Navidad y, desgraciadamente, Laura no está. Ni Laura ni Jennifer, ni María del Pilar, ni María Adela, ni Paz, ni Dolores, ni Patricia, ni Doris, ni María José, ni Silvia, ni Mar, ni María Soledad, ni Josefa, ni Magdalena, ni Francisca de Jesús, ni Raquel, ni Marta, ni Maribel, ni Cristina, ni Ali, ni María Judith, ni María Isabel, ni Mari Paz, ni Leyre, ni Ana Belén, ni Estela, ni Ivanka, ni Lola, ni Eva, ni Yésica, ni Joeh Esther, ni María de los Ángeles, ni Nuria, Maguette, ni Manoli, ni Ana, ni Aicha, ni Fátima, ni Yolanda, ni Sacramento*...quisiera cerrar para siempre la lista, pero me temo que va a resultar difícil.
*https://elpais.com/politica/2018/07/19/actualidad/1531992228_517680.html
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