Si bien el viaje no era exclusivamente
entregado al ocio, he disfrutado de un fin de semana intenso en Madrid. Creo
que a fecha de hoy está a años luz de Barcelona, entregada, desgraciadamente a
las veleidades y ensoñaciones nacionalistas que, creo sinceramente, no le han
hecho favor alguno. Y hablo estrictamente del concepto urbano. Si bien hace
poco más de un año y medio llegue a disfrutar de una ciudad alegre y jovial, a
la par festiva y febril, el atentado de las Ramblas y la radicalización del
nacionalismo independentista en sus calles han enturbiado aquella imagen y hoy,
en la intencionada distancia que he querido tomar, me parece una ciudad triste
y desolada.
Por contra, Madrid tiene otro pulso, otra
dimensión. Madrid es superficie, vuelo, pero sobre todo, subsuelo: su metro.
Según llegas al vestíbulo del metro del aeropuerto, bajando las escaleras que
desembocan en las taquillas, el revuelo de pasajeros, trolleys, maletas, etc.
da cuenta de una actividad frenética y bulliciosa. Ya en el interior de sus
vagones se advierte el crisol de crisoles que habita esa gran urbe, sea como
vecino permanente o lo sea como visitante. Razas, colores de piel, modas,
peinados, tatuajes, idiomas, bolsos, maletas....y móviles. El viaje en metro,
si logras aislarte de tu teléfono, si lo dejas en el bolsillo y te dedicas a
observar a tu alrededor, te proporciona una foto fija, un retrato sociológico
vivo y candente de la ciudadanía que habita la capital.
Cuando al salir de las estaciones pisas el
asfalto, permanece el bullicio de miles de personas sujetos a un aparatito,
auriculares en las orejas y ajenos a la vida que no se refleja en las
pantallas de las redes sociales o de las playlist que escupen su música
ininterrumpidamente.
El motivo del viaje, decía, estaba
inicialmente justificado con una primera revisión postquirúrgica. Y como ya se
había puesto de manifiesto con una óptima recuperación en orilla y mar, amigos
y familia, la analítica previa ya presagiaba un diagnóstico feliz. En
consecuencia el siguiente paso era la celebración repartida entre cultura y
gastronomía.
Volví a probar las excelentes croquetas
del Bar Jurucha (Ayala, 19), rememorando mis viejos tiempos de estudiante de
oposición. Se borró de la Calle Lagasca el viejo Bar Peláez (han pasado treinta
y cinco años), pero afortunadamente sigue en pie O Caldiño, en esa misma calle,
número 74, con sus plafones de madera un tanto trasnochados y una oferta
gastronómica un tanto especulativa. Pero había que probarlo.
Caballo ganador, el Qüenco, (Alberto
Alcocer,26) con su correctísima propuesta de producto fresco de huerta y mar
-la corvina, excelente-.
Finalmente, otro clásico, pendientes los
callos a la madrileña desde mi preoperatorio, marcado por un exigente ayuno
desde cuarenta y ocho horas anteriores a mi paso por quirófano, el castizo Casa
Lucio: huevos estrellados, los callos, revuelto de setas y langostinos y un
meloso rabo de toro.
Toda la gastronomía acompañada por
ilustres amigos, visitantes inagotables de aquellos días de penumbra
hospitalaria: Begoña y Manuel, Natalia y Alfredo y Joaco. Gracias por todo,
amigos.
La cultura, por nuestra cuenta, en dos
visitas imprescindibles y que no se agotan ni en un día ni mucho menos en una
tarde: el Museo Arqueológico Nacional, impecable recorrido de los que fuimos y
de por qué somos lo que somos y, cómo no, el Museo del Prado, reinventado en
cada visita con la posibilidad de enfrentarse en vivo y sin más interferencia
que un cordón que separa la obra del curioso, con cuadros que hemos conocido en
cromos y diapositivas. Otra vez Velázquez, Goya, Rubens, El Greco....Luces y
claroscuros, retratos de historia.
Y una reflexión: qué tendríamos de todo
esto si hace seis o siete siglos todos estos genios hubieran crecido con un smartphone 4G en la mano. Pues eso nos queda, a ver qué cultura dejamos nosotros
para que llegue a generaciones futuras.
Quedan más visitas y afortunadamente muchos más amigos con los que compartir una buena mesa y un buen cuadro.
Me alegro mucho por el resultado de esta primera revisión.
ResponderEliminarPero cuidado con esa cultura culinaria, propuestas muy atrayente como siempre,que luego viene su amigo colesterol. Jajajajaja.