Un tipo en mangas de camisa con expresión de angustia, haciendo aspavientos difícilmente interpretables. De vez en cuando se lleva las manos a la cara, a la boca, a la cabeza. Mira para atrás y no sabe muy bien qué hacer. Sus gestos y el vacío de su mirada no hace presagiar nada bueno. Empieza a llover y la imagen adquiere un tono nada desconocido. Aparece el patetismo que auguraba la decisión de echar al anterior responsable de mantenernos en primera fila de la competición. Todo iba muy bien hasta que apareció el ser despreciable que con sus sucias manos manoseó el pan que nos debíamos comer todos. No podía esperar aquel ni tampoco el responsable de mantener el orden y la esperanza. Las deslealtades se cobran al contado, pensó. Expulsado del paraíso. ¿Y ahora qué? Sin plan, sin esquema, sin dirección técnica se coloca al rain man, un tipo serio y discreto que no puede acreditar suficientemente la solvencia que se requiere para ese puesto. No basta con ser buena persona. Es preciso, además, saber poner en práctica una táctica y un plan de acción.
Unos días antes, otro personaje sube las escaleras que le llevan a estrechar su mano y su sonrisa desafiante con un presidente eufórico. Este último, con el pendrive de los presupuestos en su mano confía en que el resto de legislatura será un suave descenso hasta un escenario electoral propicio para una nueva victoria. Se equivoca. Una vez más la Justicia subraya en color fosforescente un cambio de calendario y aquel amable visitante que venía a sellar su apoyo incondicional para mantener a raya a los inquietos separatistas, estaba preparando el terreno para un cambio de decorado. No tiene programa ni falta que le hace. Su trayectoria de fuera hacia adentro y de dentro a la carretera le ha devuelto a la casilla de salida y ya está agitando el cubilete para echar los dados sobre el tablero. Por el momento promete a todos lo que todos le piden. Cuando empiecen a llegar las facturas veremos cómo lo hacemos.
Equipo y banquillo rusos se limitan a jalear a un público entregado a una causa imposible. Nosotros, con nuestro triste juego de la época del naranjito, les echamos una mano. Y aparece el tipo de la camisa blanca y de la mirada extraviada. Y además nos regalan media hora más de tedio y una tanda de penaltis que decidimos jugar sin portero. No podíamos llegar más lejos.
Equipo y banquillo rusos se limitan a jalear a un público entregado a una causa imposible. Nosotros, con nuestro triste juego de la época del naranjito, les echamos una mano. Y aparece el tipo de la camisa blanca y de la mirada extraviada. Y además nos regalan media hora más de tedio y una tanda de penaltis que decidimos jugar sin portero. No podíamos llegar más lejos.
Mi querido Pedro G.S. me dice que estoy muy politizado. Será, le respondo. Intercambiamos unos cuantos wpp,s durante el frustrante partido de octavos en la espesa tarde de futbol rácano y aburrido del domingo. Le digo que Rusia está ahí sin haber demostrado ni expuesto nada. Como país organizador no ha tenido que jugarse una clasificación previa. No la habría pasado ni por la repesca. El otro personaje, el que subió sonriente las escaleras de la Moncloa, tampoco. No ha tenido que ganar unas elecciones ni exponer un programa que ni él mismo parece tener. Pedro GS, sagaz él, me remite al 113 de la Constitución. No me hace falta y no lo discutiría. Maniobra perfectamente legal y constitucional, sólo faltaría. Pero, pese a ello, los ciudadanos y los aficionados necesitamos saber a qué estamos jugando y cómo vamos a sortear los problemas que vayan surgiendo desde ahora hasta el final de la legislatura o competición. No iremos a improvisar ¿verdad?
En apenas un mes desde que todo eso pasara, mucho ruido y ni una sola nuez. Estamos fuera del mundial y amén de cuatro selfies, dos nombramientos extravagantes (uno de ellos con cese inmediato), un espectáculo circense en un muelle del puerto de Valencia, un guiño a la memoria histórica con los restos del Valle de los Caídos y el inicio de la diáspora de presos a Cataluña y al País Vasco. Llega el vencimiento de las primeras facturas y hay que pagarlas.
Sin plan de acción, sin programa, sin esquema de juego queda un ancho margen para la improvisación y me temo que Sánchez acabará de pie en la banda, con la camisa blanca arrugada, con expresión de angustia y mirando hacia atrás sin saber muy bien qué hacer con lo que tiene por delante.
Ojalá me equivoque, pero nuestra selección ya vuela de regreso y recuerdo con temor la generación del naranjito.
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