LUNES. Entre las tinieblas de la reanimación mi cuerpo desnudo se agitaba aterido por la temperatura del quirófano. Temblaba de tal manera que no era capaz de sosegarme ni por la contemplación de mi ángel custodio, serena, pero con una indisimulable expresión de pánico. Me dejaron en el 2 de la UVI y me enchufaron bajo las sábanas una turbina de aire caliente, como si fuera el neumático de un bólido de Fórmula 1 al que tuvieran que proporcionar temperatura. A punto de perecer estofado rogué encarecidamente que me liberaran de aquel hornillo. Allí, en ese purgatorio sanitario, mis neuronas comenzaron a reconectarse y mi mente trataba de reubicarse en aquel extraño escenario de batas blancas que levitaban a mi alrededor y sonoras maquinitas. Tubos, cables, lucecitas de todos los colores y pitidos sincopados. Y una enfermera que, a pleno pulmón, agitaba a sus colegas con su plañido reivindicativo laboral. ¿Dónde quedaba el supuesto silencio, cuanto menos el sigilo, ante la presencia de tantos pacientes? Entre sueñito y sueñito un constante ir y venir de cuidadores, magníficos y cordiales escoltas, atendiendo la ruta de cada inquilino desde el quirófano hasta la habitación en planta. ¿Que quería dormir? Pues dormía, chas! ¿Que prefería cotillear a mi alrededor? (no puedo desprenderme de mi condición innata de suricato) Levantaba mi cabeza y, pese a la falta de fuerzas, trataba de escudriñar el tenebroso entorno en el que me encontraba. Menos mal que estaba advertido y que la anestesia prolongaba sus efectos lisérgicos ante aquella armoniosa función de noche. La caída a suelo firme estaba siendo como una demolición controlada. Ya solo me quedaba que de mi mente se dispersara la polvareda.
MARTES. Jazmines en el pelo y rosas en la cara....Ya en planta aparecen las molestias y los rumores. Las primeras pasaran; gotero, atención profesional muy esmerada, la inagotable presencia de mi ángel custodio y la cálida compañía de viejos amigos. Me quedo sentado en la misma silla con la que me evacuaron del purgatorio hasta la hora de cenar. Nueve horas de regreso a la vida y a una realidad política en la que, declarada desierta la subasta del Estado, un chatarrero amenaza, con su osadía, hacer saltar en mil pedazos el escenario que parecía tan sereno tras la aprobación de los presupuestos. Miedo y dolor. Gürtel o Frankenstein.
MIÉRCOLES . Amanezco estable y sin dolor. Mis intentos por dormir con la misma facilidad con que lo hacía en el purgatorio han resultado un fracaso. No consigo encontrar una postura en la que mi cuerpo encuentre confort. A las seis de la madrugada un celador chamaco se encarga de mis niveles. Y antes de las ocho y media, con su singular acento andino o ecuatorial, no sé muy bien, anuncia mi deayiuno!!. Mi ángel custodio duerme placenteramente. Velo yo su sueño, feliz por su presencia. Es una inmensa fortuna poder contar con ella. Va pasando la mañana. Se suceden los cuidados sanitarios. Puedo ducharme y entrar en la cabina parece un reto. Dejar correr el agua desde la cabeza a los pies ahuyenta el malestar. La vida entra por los poros y me inyectan el vigor extraviado en alguna de las curvas de los pasillos por los que el camillero, el fernandoalonso de Sanchinarro, me bajaba al taller del Da Vinci, ese robot que recorta milimétricamente los píxeles chungos sin más presencia que una cámara y unos inteligentísimos tentáculos. Al cirujano no se le nota el más mínimo temblor de pulso. Igual que a Pedro, empeñado a estas alturas de la semana en constituir una UTE que le permita el lanzamiento del inquilino de la Moncloa. Primeros paseos fuera de la habitación. Ando muy raro y desorientado. No soy yo. Si tuviera que acudir a una dejada en la red, me la comía con patatas. Resoplo. Cojo aire pero mis costillas y el esternón deben haber cambiado de talla. Han encogido.
JUEVES. Debería estar para que me dieran el alta pero veo el momento muy lejano. Tengo la sensación de haber sido hinchado como esos globitos alargados con los que algunos vendedores callejeros hacen animalitos. Mi costado derecho parece una bota de vino. Es una lorza irregular que me impide dormir de ese lado. Empieza el pleno en el Congreso. Se masca la tragedia. El discurso de presentación de la moción de censura no deja dudas. Van a por él, van contra todo el partido. Huele a brasa y humo. Las llamas llegan a los escaños del Gobierno. Replica Mariano. Dice lo que puede decir y lo dice bien. Si se ganara por la palabra arrasaría pero cuenta lo hecho, no lo dicho; cuenta la sentencia, no el alegato de defensa, ya extemporáneo y fuera de lugar. Brillo estéril en el estrado. El aquelarre no tiene vuelta atrás. Sin esperar a que se levante la sesión, Mariano decide quemar su última tarde con los suyos. Ternera y whisky. Como los poderosos clientes del saloon de los cómics de Luky Luke. Ternera y dos botellas de whisky hasta las diez de la noche. El instante más oscuro. Buena parte de los miembros, votantes y simpatizantes del partido y muchos españoles conformes con la gestión del gobierno esperando que de la ingesta masiva de alcohol emergiera el monstruo Churchill que, confundido, pudiera creer que lleva Mariano. Confiados en que, tambaleándose, desaliñado y afónico desenfundara, por una vez en su vida, la contundencia y agresividad que demandaba el momento; bien para convencer a quienes pudieran apoyarlo (esos de los buenos trajes de la orilla derecha del Nervión, ávidos de mejorar el premio de los presupuestos) o bien para abandonar, quemar las naves, someter al partido al incierto veredicto de las urnas pero sin regalar -gratis total- el acceso del Petrimetre al chalet de la Moncloa.
VIERNES. Se va durmiendo mejor. Retirada de drenajes (en el fragor de los sueños temí, con cuerpo de pesadilla, que iba a ser Mariano el encargado de tirar del tubito. Mejor acércate al Congreso, majete y pon las cosas en orden, le sugerí). Camino por el pasillo con algo más de solvencia pero no me veo capaz de soltar un revés. Pasa el médico: todo en orden y según lo previsto desde hace dos meses. Optimismo esperanzador. El apetito se satisface con una dieta hospitalaria más que aceptable: menú casi a la carta. Comparece Mariano. No llega a dos minutos. Felicita a su adversario que, como un aspersor, reparte besos y aplausos. Todos ganan, menos uno. Todos ríen, menos uno. Todos aplauden, menos uno. El gran bufón de la Cámara, disfrazado de mequetrefe exhibe su grosera condición y procedencia. Le falta tiempo para improvisar la más grotesca de las performance vista hasta ahora en un recinto parlamentario. A los pies de la regia escalera espera que Cenicienta, ingenua, pierda su zapato de cristal en alguno de sus escalones, tomarlo y hacerlo añicos para evitar que nunca jamás pueda pisar palacio. Es la imagen de un gañán, de la más zafias de las brujas: la reina del aquelarre. Como buen bufón baila, mueve el rabo y toca su pífano, adelanto de la gran farra que tienen preparada con sus colegas. Hierba y humo. Espera la salida del nuevo presidente como el tonto de pueblo que jalea a los novios recién desposados. Joaco cierra la jornada con su natural y cordial elegancia. Me regala una joya de la que, con rubor reconozco el desconocimiento de su existencia: El busto del Emperador, de Joseph Roth. Es un pequeño relato que contiene un broche de oro en su última página pero resulta imprescindible llegar hasta ahí desde el principio. A pesar de haber sido escrito hace casi un siglo no ha perdido ni una pizca de vigencia. Me duermo sintiéndome como el anciano Conde Morstin. "Mi vieja patria, la monarquía, era una gran casa con muchas puertas y muchas habitaciones, para muchos tipos de personas. Esa casa la han repartido, dividido, la han hecho pedazos. Allí ya no se me ha perdido nada. Estoy acostumbrado a vivir en una casa, no en múltiples compartimentos"
Gracias Joaco por este magnífico regalo. No importa cuánto tardemos ni qué nos lleva a un determinado libro. Lo verdaderamente importante es llegar hasta él.
SABADO. Llegó el día. El celador de la eterna sonrisa me atiende con su habitual amabilidad. Cada pieza, por pequeña e insignificante que parezca en ese complejo mecanismo sanitario tiene vital importancia. Es la clave del éxito. Un ventanal abierto permanentemente a un bosque frondoso, verde, fresco. La jovial algarabía de cornejas, tórtolas, mirlos. La simpatía de todo el personal de planta y la incansable asistencia de mi ángel custodio. El recuento de amigos que han acompañado mi estancia, sus visitas, su presencia, su ánimo, su conversación. Las llamadas, los guasaps, el breve y casual encuentro previo con mi Pedro G. horas antes del vuelo, las flores de Maria C., las cinco jotas de Begoña R. las charlitas con Manuel R., la visita de nuestro Guille y su Eme, el permanente desvelo de Alfredo y Natalia, de Ángel R. (el medevad de Afganistán) y Joaco....la presente ausencia de mi madre, hijas, hermanos, cuñados, mi Expe, mis compañeros de la pista de tenis, mis guardias, amigos.....todo eso es también mi patria y me he sentido muy orgulloso de saber que es mi patrimonio personal. Gracias, gracias, gracias.
El hecho se ha consumado. Reinterpretando una vez más la historia se adjudicarán la heroicidad de haber tomado la Bastilla. Unos días entre mayo y junio nos han traído un gran cambio. Dice una diputada de apellido impronunciable que dan su sí por la regeneración y salud democrática. Ocultan sus crímenes y sus odios: regeneración democrática 9 mm Parabellum.
Pedro toma el timón con una mar calmada. El parte anuncia cambios y un maretón del carajo. Los tiburones abren sus mandíbulas y muestran, agresivos, su filas de dientes. Lo malo es que están a bordo, retorciéndose en la cubierta. Han olido la sangre y, ojo, no comen pan. Hay que navegar y alimentarlos. A ver como lo haces. Ya redactan sus primeros recibos.
Gracias Joaco por este magnífico regalo. No importa cuánto tardemos ni qué nos lleva a un determinado libro. Lo verdaderamente importante es llegar hasta él.
SABADO. Llegó el día. El celador de la eterna sonrisa me atiende con su habitual amabilidad. Cada pieza, por pequeña e insignificante que parezca en ese complejo mecanismo sanitario tiene vital importancia. Es la clave del éxito. Un ventanal abierto permanentemente a un bosque frondoso, verde, fresco. La jovial algarabía de cornejas, tórtolas, mirlos. La simpatía de todo el personal de planta y la incansable asistencia de mi ángel custodio. El recuento de amigos que han acompañado mi estancia, sus visitas, su presencia, su ánimo, su conversación. Las llamadas, los guasaps, el breve y casual encuentro previo con mi Pedro G. horas antes del vuelo, las flores de Maria C., las cinco jotas de Begoña R. las charlitas con Manuel R., la visita de nuestro Guille y su Eme, el permanente desvelo de Alfredo y Natalia, de Ángel R. (el medevad de Afganistán) y Joaco....la presente ausencia de mi madre, hijas, hermanos, cuñados, mi Expe, mis compañeros de la pista de tenis, mis guardias, amigos.....todo eso es también mi patria y me he sentido muy orgulloso de saber que es mi patrimonio personal. Gracias, gracias, gracias.
El hecho se ha consumado. Reinterpretando una vez más la historia se adjudicarán la heroicidad de haber tomado la Bastilla. Unos días entre mayo y junio nos han traído un gran cambio. Dice una diputada de apellido impronunciable que dan su sí por la regeneración y salud democrática. Ocultan sus crímenes y sus odios: regeneración democrática 9 mm Parabellum.
Pedro toma el timón con una mar calmada. El parte anuncia cambios y un maretón del carajo. Los tiburones abren sus mandíbulas y muestran, agresivos, su filas de dientes. Lo malo es que están a bordo, retorciéndose en la cubierta. Han olido la sangre y, ojo, no comen pan. Hay que navegar y alimentarlos. A ver como lo haces. Ya redactan sus primeros recibos.
Un ruego: Pedro, sé fuerte.
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