En el colacao matutino de mis hijas, durante buena parte de su, todavía, corta existencia, además de las galletas, tostadas, cereales o magdalenas, han empapado a diario el repertorio de imputaciones, declaraciones, acusaciones, testificaciones, autos, comparecencias, citas judiciales, etc de dos miembros de nuestra familia real y una larga retahíla de políticos y cargos públicos baleares que a la luz de pringosos beneficios económicos desdibujaron el perfil de honestidad de la Corona y de nuestra Administración.
Una corbata, una tarjeta de visita y una sonrisa cordial abrieron las puertas de muchos despachos enmoquetados. La foto del apretón de manos, hacía babear a muchos responsables de diversas áreas de la administración autonómica mientras un incesante flujo de comisiones y mordidas enriquecía a los vendedores de humo y a sus compradores.
Eran, claro está, tiempos en los que no pasaba nada; no había ningún tipo de control sobre esos turbios negocios porque, bajo la ficticia apariencia de beneficiosos eventos que debían reportar una mejora de la imagen de Baleares, todas las partes pillaban su cacho y ningún órgano de control se enteraba de lo que estaba pasando.
Mis hijas, al escuchar aquellas informaciones sobre la Infanta y su marido me preguntaban, alarmadas desde su inocencia, si podían ir a la cárcel. Yo, intentando evitar atragantarme con el cuerno del cruasán y no con poca turbación, trataba de explicarles con palabras que estuvieran a la altura de su comprensión, cómo se había llegado hasta aquel punto.
Todavía hoy, a mí mismo me cuesta entender qué necesidad tenía el marido de la Infanta de meterse en esos berenjenales cuando tenía todo en su mano para llevar una desahogada y digna vida, acorde con su rol y poder dedicarse, en el peor de los casos, a una sencilla actividad honrosa y honesta; inauguraciones, eventos, las vacaciones de la nieve, los cursillos de vela de Calanova, etc.
Hemos vivido todos estos años, casi diez, en una interminable noria de juicios paralelos -más que justificados, entiendo- y de opiniones de lo más variado; nos hemos tragado un proceso judicial tedioso, repetitivo y trufado de argucias y volteretas procesales, de vistas tumultuosas en las que, como si de escolares se tratara con su "yo no he sido, seño", sentados en un pequeño pupitre, todos los procesados respondían con mayor o menor patetismo a magistrados y fiscales. Al fin, el ex-todo ha recogido en Palma su orden de ingreso en prisión y a estas alturas de blog, estará a punto de dejar sus pertenencias en una gran caja marrón, separar brazos y piernas para ser chequeado, recibir el uniforme de su nuevo gran resort y empezar a cumplir su pena. No me alegro, pero de alguna manera esta sentencia viene a recompensar a quienes confiamos en el Estado de Derecho y reconocemos la Ley y la Justicia y tratamos de transmitir a nuestros hijos que el cumplimiento y respeto hacia esa Ley es lo que hace a los hombres justos y libres y que al final, el que la hace, la acaba pagando. No hay atajos, no debería haberlos ni para ser feliz, ni para ser más rico.
Mis hijas, al escuchar aquellas informaciones sobre la Infanta y su marido me preguntaban, alarmadas desde su inocencia, si podían ir a la cárcel. Yo, intentando evitar atragantarme con el cuerno del cruasán y no con poca turbación, trataba de explicarles con palabras que estuvieran a la altura de su comprensión, cómo se había llegado hasta aquel punto.
Todavía hoy, a mí mismo me cuesta entender qué necesidad tenía el marido de la Infanta de meterse en esos berenjenales cuando tenía todo en su mano para llevar una desahogada y digna vida, acorde con su rol y poder dedicarse, en el peor de los casos, a una sencilla actividad honrosa y honesta; inauguraciones, eventos, las vacaciones de la nieve, los cursillos de vela de Calanova, etc.
Hemos vivido todos estos años, casi diez, en una interminable noria de juicios paralelos -más que justificados, entiendo- y de opiniones de lo más variado; nos hemos tragado un proceso judicial tedioso, repetitivo y trufado de argucias y volteretas procesales, de vistas tumultuosas en las que, como si de escolares se tratara con su "yo no he sido, seño", sentados en un pequeño pupitre, todos los procesados respondían con mayor o menor patetismo a magistrados y fiscales. Al fin, el ex-todo ha recogido en Palma su orden de ingreso en prisión y a estas alturas de blog, estará a punto de dejar sus pertenencias en una gran caja marrón, separar brazos y piernas para ser chequeado, recibir el uniforme de su nuevo gran resort y empezar a cumplir su pena. No me alegro, pero de alguna manera esta sentencia viene a recompensar a quienes confiamos en el Estado de Derecho y reconocemos la Ley y la Justicia y tratamos de transmitir a nuestros hijos que el cumplimiento y respeto hacia esa Ley es lo que hace a los hombres justos y libres y que al final, el que la hace, la acaba pagando. No hay atajos, no debería haberlos ni para ser feliz, ni para ser más rico.
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